Bihac, la cara más amarga de la migración en los Balcanes

niños migrantes Balcanes Save the Children

niños migrantes Balcanes Save the Children / Marija Jankovic

KRISTIAN PRIETO. SAVE THE CHILDREN

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Svako dijete ima pravo da zivi, uci i bude zasticeno es lo primero que el visitante lee cuando accede a la oficina de Save the Children en pleno centro de Belgrado (Serbia). Es el lema que nos une a todas las sedes y oficinas de país de Save the Children alrededor del mundo: Todo niño tiene derecho a vivir, aprender y estar protegido. Un mantra. Toda una declaración de intenciones.

Una delegación vasca ha viajado a los Balcanes Occidentales para conocer la situación en la que se encuentran miles de niños, niñas y adolescentes atrapados en su huida hacia la Unión Europea. Por una parte, se trata de conocer los proyectos que financia el Gobierno Vasco y por otra, aprender de procesos, mecanismos, programas y buenas prácticas que pueden ser aplicables a otros países de tránsito como son Euskadi o Catalunya.

“Nunca dejamos de aprender. Nuestro día a día es el que nos hace mejorar”, reconoce Jelena Besedic, responsable de programas de Save the Children en Balcanes. La situación era dantesca hace ahora dos años. Poco a poco la sociedad serbia y sus instituciones han ido entendiendo que deben dar una respuesta articulada al fenómeno de la migración. “Sabemos que no tenemos nada que pueda atraerles para que se queden entre nosotros. Sabemos que quieren seguir su ruta hacia Francia, Alemania o Suecia. Pero mientras estén entre nosotros debemos ofrecerles lo mejor, la mejor asistencia”, nos reconoce Milenko Milic, asistente del ministro serbio de empleo.

Nos cuentan que la presencia de migrantes en las calles de Belgrado nunca ha sido muy elevada. Tan solo acuden aquí cuando van a pedir asilo o cuando necesitan ayuda de las instituciones oficiales o de ONGs como Save the Children. Belgrado queda lejos de su ruta y esa ruta se sigue a pies juntillas.

“Tengo todo tipo de aplicaciones descargadas en el móvil para seguir el camino y no perderme rumbo a Bosnia y luego a Croacia”, nos dice Mihac, residente en la plaza Afgani, una céntrica zona donde se juntan migrantes y solicitantes de asilo para pasar el día. “El verdadero problema es que me quedo sin batería. Necesito mi teléfono para estar en contacto con mi familia y no perderme. Me da miedo perderme. No la ruta en sí”, sigue Mihac. Nunca llegaremos a entender la verdadera importancia de un Smartphone para una persona migrante. Nosotros no, pero la policía croata lo sabe y por eso, en un intento por cortar las frágiles redes que aún les atan a un futuro mejor, destruyen sus terminales o les borran la memoria.

Si eso no fuera suficiente, el ensañamiento es grande. “Uno de los agentes me pegó un codazo. Por eso tengo el ojo morado”, relata Shaphur, un joven afgano que al advertir nuestra llegada al campamento de Borici (Bihac, BiH) se ha acercado a saludarnos. Aquí pueden llegar a convivir entre 800 y 900 hombres solteros. El matiz es importante: solo vemos a una mujer como integrante de una familia. El riesgo que puede derivar de la convivencia de niños, niñas y mujeres con varones jóvenes y solteros es algo que las organizaciones humanitarias tratan de evitar. Bihac nos muestra la cara más amarga de la ruta. Parece un vertedero de sentimientos y frustraciones, donde los perros abandonados buscan comida con la misma fruición con la que los residentes tratan de hallar una salida a su situación.

Las familias descansan en el Hotel Sedra, otrora un paraíso vacacional. Cedido por su propietario hace unos meses, hoy se ha convertido en un área de descanso para las 140 familias que esperan cruzar a Croacia. Lo intentan. Son rechazadas. Vuelven al hotel. Lamen sus heridas. Vuelven a intentarlo. Así es su vida. Han pasado momentos peores. “Salimos de Irán hace 6 meses. Desde entonces llevamos en ruta”, nos dice un cansado padre de familia de unos 55 años que ha preferido mantener el anonimato. Hay 3.824 kilómetros entre Teherán y Bihac. 785 horas caminando. Cuando le preguntamos por sus dos niñas de 4 y 6 años, esboza una media sonrisa, mezcla de tristeza y alivio. Podría ser peor, le adivinamos con sus gestos. Save the Children habilita espacios seguros donde sus hijas y todos los demás niños y niñas puedan sentirse a salvo. Los Child Friendly Space, se convierten en un reducto de color frente al gris. 

Los niños y las niñas son el colectivo más vulnerable de entre todos los colectivos que sufren un conflicto armado. La crudeza de la guerra, de la pobreza y de la miseria hacen mella en su desarrollo personal. Los niños y niñas que nos encontramos en la ruta de los Balcanes han podido perder la vida, pero lo que es cierto es que han perdido entre 1 y 2 años de escolarización y parte de su infancia. Han perdido años de su vida desempeñando un rol que no les corresponde. Jóvenes que con 14 años se convierten en las esperanzas económicas de sus familias, niños que acompañan a sus padres con la única compañía de su peluche, niñas que en un descuido pueden ser raptadas y forzadas a la esclavitud sexual…

Los niños y las niñas no deben ser más que eso, niños y niñas. La ruta de los Balcanes es el recordatorio de que es imposible poner puertas al campo. Los procesos migratorios no entienden de xenofobia, de leyes anti-asilo o de presidentes autoritarios. Si han de continuar, continuarán. Urge que les ofrezcamos una respuesta institucional coordinada.

“Si esto te parece un infierno, imagina lo que tengo en mi país”.