EL #METOO EN EL PAÍS VECINO

Francia aboga por romper el silencio y educar frente a la violencia sexual

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sexualidad / ELISENDA PONS

Imma Fernández

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Romper el silencio es el primer paso para combatir la violencia sexual y Francia hace zancadas para dar voz a las víctimas. “Los profesionales de las salud sexual de la mujer, ginecólogos y comadronas, incluyen ahora en sus cuestionarios a las pacientes una pregunta sistemática sobre violencia: si han vivido algún evento violento o difícil en su vida sexual”, informan las psicólogas y sexólogas Heidi Beroud-Poyet y Laura Beltran,  autoras de ‘Las mujeres y su sexo’ (Plataforma Actual). Testigos, en su práctica clínica, de la gran repercusión del movimiento #MeToo en el país vecino, que ha llevado a las mujeres a “atreverse a contar cosas que eran tabú”, alertan de una violencia sexual que durante años ha estado soterrada y que se ceba en los más vulnerables: los niños. 

“Todos los días encontramos mujeres que nos dicen que han sufrido agresiones; y el gran problema, como indican todos los estudios y vemos en consulta, es que la violencia empieza en la infancia”.  No es una lacra que afecte solo a los barrios más desfavorecidos, aclaran. Alcanza a todas las clases sociales. “Nos hablan de tocamientos u otros actos cometidos por algún familiar, un profesor, un vecino, amigos de los padres en vacaciones…”. Han estado calladas porque nadie les preguntó, aducen las psicólogas, que forman al personal médico para abordar la delicada pregunta y permitir que las pacientes verbalicen los abusos. "Así pueden liberarse y ser tratadas si lo precisan". De lo contrario, no saldrán de su rol de víctimas y pueden “arrastrar miedos, desconfianza en sí mismas y en los otros, falta de deseo… Problemas que van a transmitir a sus hijos". Para superar un suceso traumático, inciden, lo primero es quitar la mordaza.    

Más allá de los abusos, las psicólogas también han advertido que muchas mujeres acaban por renunciar al sexo por las dificultades, físicas o psicológicas, que les produce. “Muchas pacientes se quejan de dolor y se sienten solas y marginadas porque la sexualidad no les funciona como al resto. De ahí partió la idea de escribir un libro para desdramatizar y ayudarlas a disfrutar de la vida íntima”, exponen las autoras.

Enseñanza obligatoria

En la lucha contra la violencia machista, Francia cuenta con otra herramienta que Beroud-Poyet y Beltran consideran clave: la educación sexual es obligatoria en las aulas, con materias ajustadas a los distintos niveles de enseñanza. “No se trata de aprender cómo hacerlo si no de por qué quiero hacerlo. Que tenga sentido para cada persona: por enamoramiento, por placer…”. El respeto al cuerpo del otro y al propio debe ser la piedra angular de ese aprendizaje que permitirá a los chavales “desarrollar un espíritu crítico para protegerse de otros mensajes negativos, como los del porno”, enfatiza Beroud-Poyet.

Frente a quienes postulan que hablar de sexo a los críos puede fomentar su práctica, los estudios concluyen lo contrario. “Permite que los niños tengan una sexualidad más segura e incluso menos precoz porque se pone el acento en poder elegir con quién hacerlo, el mejor momento y cómo hacerlo bien, sin caer en las presiones que dicta la hipersexualidad que nos rodea”, afirman las expertas. 

La educación sexual en Francia, agregan, empezó con un cariz muy feminista para evitar los embarazos –“muy centrado en que las niñas dijeran ‘no”-, prosiguió con el acento puesto en la prevención contra el sida y ahora propone dar una “imagen positiva de la sexualidad”, tratando también los aspectos psicológicos. “Se trata de hacerlo bien”, destacan.

La fuerza del movimiento #MeToo en la sociedad vecina ha llevado incluso a una reforma legislativa. En agosto, la Asamblea francesa aprobó un proyecto de ley contra las violencias sexuales y sexistas que recoge, entre otras cuestiones, endurecer las penas por abusos y violaciones a los menores de 15 años y establecer multas contra el acoso callejero. Desde este otoño, los comentarios sexistas o degradantes pueden costar, si el tipo es reincidente, hasta 3.000 euros.