TRAGEDIA EN MALLORCA

Solidaridad en Sant Llorenç: "Esto no es una isla, es una familia"

Equipos de búsqueda de los desaparecidos en S'Illot.

Equipos de búsqueda de los desaparecidos en S'Illot. / JORDI COTRINA

Carlos Márquez Daniel

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No hay gente mala estos días en Sant Llorenç des Cardassar. El jueves por la mañana, con la rotonda de acceso al pueblo cortada, decenas de personas andaban por la carretera con la pala o el rastrillo en el hombro. Porque ha sido el día en el que más se ha podido palpar la magnitud de la tragedia. El miércoles quizás era pronto para darse cuenta, porque las casas todavía guardaban un remoto aspecto de hogar. Pero ahora tocaba vaciar. Y es cuando ha quedado claro de que muchas familias lo han perdido todo. Menos cuatro paredes. No lo han hecho solos.

La solidaridad, eso de ayudar, empezó el mismo martes durante el diluvio. En S’Illot, por ejemplo, donde vive el granadino Miguel Ángel Martín desde hace 18 años. Salió a la calle con un par de vecinos para comprobar el estado del torrente. Debían ser las siete y media. El caudal ya rebosaba y decidieron seguir el curso hacia arriba. No muy lejos vieron a un extranjero que intentaba escapar del tsunami en coche. Estaba de agua hasta la puerta y no había manera. Pero él insistía. No le convencían, así que le petaron el cristal y lo sacaron a rastras. Al poco, la marea se llevaba el auto mar adentro. Le salvaron la vida, pero él se lo echó en cara. Nervios mal gestionados. Minutos después, Miguel Ángel veía un coche flotando con dos personas en su interior que pedían socorro. Imposible ir por ellos. Cree que eran dos chicas, y no ha sabido más de ellas. Lleva dos días durmiendo con pastillas. Y se levanta a las seis de la mañana para escudriñar la playa en busca de cuerpos. “No me quito de la cabeza la imagen de las chicas gritando”.

Ironías del agua

Las calles bajas de Sant Llorenç se han llenado de bienvenidos extraños. Primero ha costado que les dejaran entrar en las casas, pero poco a poco el pueblo se ha convertido en una perfecta maquinaria de trabajo y solidaridad. El centro cultural Espai 36, en la calle Major, se encarga de repartir material y comida para todo el mundo. El chef Koldo Boyo (más de 20 años con una estrella Michelín en la puerta) se encarga del menú con un par de fogones que se ha traído de casa mientras varias señoras del pueblo ordenan todo el material y lo dispensan con tanto rigor como premura. En las calles, la gente se afana en vaciar las casas, lanzando hacia fuera lo inservible, que es casi todo. En el asfalto, brigadas de hombres y mujeres van arrastrando la maleza hasta que una grúa lo coge con la pezuña y lo lleva al final de la calle, donde otra máquina todavía más grande lo carga todo en camiones. Irónico que el agua, la que el martes lo devastó todo, sirva para dar el último repaso a suelos y paredes en los hogares.

Marina, Micaela y Marilia tienen 18 años, tienen barro hasta en las mejillas y se han saltado la universidad para venir a ayudar. Llevan seis horas sin parar, achicando agua y amontonando muebles. Se han emocionado al entrar en las casas, donde algún vecino las ha recibido ente lágrimas. “Esta tarde no podemos, pero mañana y el fin de semana vendremos cada día”. A su lado, un montón de bomberos, militares, policías, vecinos y otros voluntarios mantienen ese engranaje destinado a devolver algo de normalidad a la zona. Todas las puertas de las casas y comercios están abiertas, sin que nadie esté de brazos cruzados. Hay motos secándose en la calle, hombres pasando la ‘karcher’ por la persiana, niños limpiando la ventana, empleados ayudando al patrón para que no pierda el negocio, personas mayores cepillando el alicatado del jardín interior, soldados cargando armarios roperos.

Falta ropa interior

Pasean por Sant Llorenç parejas con bocatas y agua que van gritando precisamente eso, que llevan comida y que es importante que se coma y se beba aunque no haya ganas. De queso o de chorizo, hay donde elegir. También magdalenas y refrescos azucarados. En la entrada del Espai 36, decenas de jóvenes comen como si esto fuera una excursión del cole. Y no solo por lo campestre de la cosa, sino por el hambre con el que devoran la receta de Koldo, que no ha querido visitar la ‘zona cero’ para evitarse la llorera. Por ahí anda la concejala de Bienestar Social de Sant Llorenç, Maria Galmés. Aprovecha el altavoz para decir que falta “ropa interior de hombre y mujer, calcetines y zapatos; de todas las talla”. Le caen un par de lágrimas cuando aborda la solidaridad: “Esto no es una isla, es una familia”. Se marcha porque la reclaman. Se va por delante de la cola. Ese quiere unas botas del 43. Aquella pide pala y rastrillo. El otro, fregona y cubo. La tragedia no se la quita nadie; la unidad, tampoco.