"No, padre", los abusos sexuales en Pensilvania

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Ricardo Mir de Francia

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Michael Unglo trató de suicidarse una noche de verano del 2008. Se atiborró a pastillas después de pasarse la noche bebiendo, incapaz de quitarse de la cabeza un episodio que sucedió un cuarto de siglo antes, cuando estudiaba y servía como monaguillo en la parroquia de Todos los Santos de Etna (Pensilvania). Aquel día el padre Richard Dorsch le pidió que le acompañara a dar un paseo por el bosque. Quería enseñarle a leer en braille. El cura le pidió que cerrara los ojos. Guió su mano por las letras táctiles del texto hasta que se la estrujó como el águila que atrapa a una presa para llevársela hasta sus genitales. "No, padre", le imploró el niño entre lágrimas. "Todo va a estar bien", le contestó el hombre de la sotana mientras le forzaba a masturbarle. "Me dijo que era eso lo que hacía nuestro amor especial y que solo nosotros debíamos saberlo. Siempre me decía lo mismo a modo de amenaza".

Unglo contó aquel y otros episodios traumáticos en una carta enviada a la diócesis de Pittsburgh solo un mes después de aquel primer intento de suicidio. La carta detallaba los "abusos sexuales, físicos y psicológicos" que sufrió durante los tres años que pasó en aquel colegio religioso, una letanía de tormentos que comenzaron cuando tenía solo 10 años. Dorsch abusó de él en la sacristía, en la rectoría, en la pista de frontón o en el parking del centro comercial. Felaciones, sexo anal, tocamientos... Una ristra de crímenes a los que el cura pedófilo reconoció ante sus superiores diciendo que se había comportado "inadecuadamente" cuando sus superiores le preguntaron sobre las alegaciones.

Su historia es solo un diminuto capítulo de las 884 páginas de la investigación elaborada por un gran jurado de Pensilvania, una biblia negra que ha identificado a más de un millar de personas que fueron presuntamente abusadas en las últimas décadas por más de 300 sacerdotes cuando eran menores. La información proviene de los propios archivos de seis de las ocho diócesis del estado, medio millón de páginas, a las que hay que sumar decenas de testimonios de las víctimas. "Creemos que la verdadera cifra es de varios miles, a tenor de los archivos que se perdieron o de niños que no se atrevieron a denunciar", dice el documento. El informe ha vuelto a escandalizar al mundo católico estadounidense, tres lustros después de que las alcantarillas de la Iglesia empezaran a aflorar en Massachusetts.

Desde que el informe se publicara hace poco más de una semana, nuevas denuncias han emergido, varios estados han pedido investigaciones semejantes y muchos católicos han expresado su exasperación con la tibieza con la que el clero está afrontando el que es un problema endémico. "Muchas de las víctimas fueron niños, pero también niñas. Algunos eran adolescentes, muchos impúberes. Algunos fueron obligados a masturbar a sus asaltantes, otros fueron manoseados. Algunos fueron violados oralmente, vaginalmente o analmente. Pero todos ellos, en todas partes del estado, fueron ignorados por unos líderes de la Iglesia que prefirieron proteger a los abusadores y a la institución por encima de todo", asegura el informe. "La prioridad no fue proteger a los niños sino evitar el 'escándalo'. No son nuestras palabras, sino las suyas, aparecen una y otra vez en los documentos recuperados".

La impunidad

Las dimensiones de los crímenes y la impunidad con la que fueron tratados es escalofriante. Después de que un sacerdote confesara haber violado por el recto y la boca a un mínimo de 15 monaguillos, su obispo alabó su "candidez y sinceridad" y le felicitó por el "progreso que había hecho" en controlar su "adicción". En otra ocasión, la diócesis desestimó las alegaciones de abuso contra un niño de 15 años afirmando que el cura había sido "literalmente seducido" por el menor. El religioso acabó siendo arrestado y cuando el juez pidió a la diócesis una evaluación del imputado, escribió que había admitido prácticas "sadomasoquistas" con sus víctimas, pero les quitó hierro diciendo que fueron "suaves". Otro cura dimitió tras años de alegaciones, pero antes de irse pidió referencias para conseguir un nuevo trabajo. Nada menos que en Disney World. Una recomendación que no tardó en obtener de sus superiores, según el documento.

La gran mayoría de los crímenes quedaron sin respuesta. El grueso de ellos se cometieron antes del 2000, por lo que habrían prescrito. Independientemente de su grado de depravación. Un cura violó a una niña de siete años en el hospital después de que la operaran de anginas. Otro obligó a uno de nueve a hacerle una felación y luego le lavó la boca con agua bendita para purificarla. Otro se tomó un zumo en casa del párroco y se levantó la mañana siguiente sangrando por el recto y sin recordar nada. Las víctimas nunca lo olvidaron. En sus entrevistas con la prensa, han descrito vidas torturadas. Estrés postraumático, problemas con el alcohol y las drogas, pesadillas recurrentes, incapacidad para mostrar afecto o llevar una normal vida sexual con sus parejas.

No todos han aguantado el calvario. Michael Unglo, el hombre que abría este artículo, logró que la diócesis de Pittsburgh le pagara un tratamiento psiquiátrico tras enviarle aquella carta en la detallaba su intento de suicidio. Dos años después de que los pagos comenzaran, cesaron abruptamente. La diócesis le cerró el grifo a pesar de que siguió pagándole a su violador un seguro médico y un estipendio mensual. Solo dos meses después, Unglo volvió a probar con el suicidio. Esta vez tuvo éxito. Tenía 37 años.