cambio climático

Las tortugas de Mataró protagonizan 'La gran evasión'

Un grupo de 24 crías sale del nido de madrugada y se encuentran con un comité de bienvenida de 100 personas y una infancia llena de peligros

Carles Cols

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La eclosión de huevos de tortuga boba (Caretta caretta) en las playas catalanas, ¡24 han salido del nido la madrugada de este martes en la playa de Mataró!, no es solo un fenómeno desconcertantemente creciente desde el 2014, tanto que tiene a la comunidad científica con una ceja arqueada, sino que, además, es un más difícil todavía del reino animal. Ahí va un botón de muestra y avisados están de que después vendrán más. Tras salir del nido, la cría, de apenas unos pocos gramos de peso, tiene prisa por encontrar el mar. No viene equipada de serie con GPS. Es un problemón. Lo que suponen los biólogos marinos es que los alevines de esta especie, habituados a dejar el nido de noche, se orientan por la luz que refleja el mar, un mapa desde luego perfecto con luna llena y, hete aquí el hándicap, concebido hace millones de años, cuando en las playas no había chiringuitos. Parece un chiste, sí, pero a la lista de depredadores que pueden poner en peligro los primeros instantes de vida de una tortuga boba, muy pocas sobreviven, de ahí que las puestas de huevos sean colosales, hay que sumar el contratiempo de que, como una imprudente Carol Anne (Poltergeist, 1982) caminen hacia la luz, en este caso el chiringuito, literalmente su perdición.

El instinto dicta que tras salir del nido hay que buscar el reflejo de la luna en el mar, la luz en la noche, pero el problema es que si hay un chiringuito cerca se pueden meter en un buen lío

Eso no va a suceder, menos mal, porque la inesperada conversión de las costa catalana en una nursery de tortugas ha sido recibida con gozo por parte de los bañistas, que alertan de la presencia de cualquier madre a punto de desovar y llaman al 112 (cualquier día de estos aparecerá la Melero en TV-3 con un anuncio ad hoc), y por supuesto ha sido acogida con entusiasmo y oficio por parte del los científicos del CRAM, que cuando el pasado 15 de junio una hembra puso 170 huevos viables en Mataró, se llevaron 40 a sus instalaciones para asegurarse de que al menos se salvaba parte de la prole (25 ya han roto el cascarón bajo techo) y dejaron perfectamente señalizado el nido del resto de hermanos. El primero salió del nido al alba del pasado lunes. Suele suceder. Siempre hay algún ejemplar entre audaz e imprudente que menosprecia la seguridad de salir en grupo, que resta probabilidades de acabar en el pico de una gaviota.

Steve McQueen

El caso es que esta pasada madrugada, como en una suerte de fiesta de la naturaleza, un centenar de personas han presenciado en directo los primeros pasos de las 24 crías hacia el mar. Dicen que ha sido emocionante. Seguro que sí. Se espera otro acontecimiento similar esta misma semana. Quedan huevos pendientes de eclosionar. Desde la perspectiva de las crías, evidentemente, la experiencia fue otra, como cuando los protagonistas de 'La gran evasión' descubren que el túnel que han excavado es seis metros corto y se quedan a la vista de los carceleros nazis, a pocos metros del bosque. Visto así, aquel alocado alevín que buscó el mar 24 horas antes se reservó el papel de Steve McQueen, que no es poca cosa. Pero lo que conviene aquí y ahora son respuestas a esta anomalía, a esa conversión de las playas catalanas en una versión reptiliana de la maternidad de Elna. Algunas hay, siempre dentro de la nebulosa que es la vida de esta especie.

La tortuga no regresa a la costa catalana. No hay literatura científica ni tradición oral de pescadores que diga que esta era una zona de desove antes de la llegada del turismo

Manuel Aresté, responsable de la colección de reptiles del Zoo de Barcelona y también de ese gracioso y cierto detalle de los chiringuitos, coincide con Elsa Jiménez, directora del CRAM, en un dato fundamental. Esto no es un retorno. La tortuga boba no dejó de desovar en las playas catalanas cuando estas fueron tomadas por los bañistas en los años 60. No hay literatura científica que dé fe de la presencia de esta especie durante la primera mitad de siglo y, según Jiménez, rastreada la tradición oral de los pescadores, tampoco aparecen menciones a las tortugas más allá de las lógicas capturas accidentales en las redes. Es decir, no hay historias de niños de pescadores que juguetearan con las crías de tortuga boba en las playas mientras esperaban el regreso de la embarcación del padre.

Entonces, ¿qué hacen aquí? “Esto es cosa de las hembras colonizadoras”, explica la directora del CRAM. De la tortuga boba se dice que suele desovar allí donde nació. Cruza el Atlántico de costa a costa y recorre el Mediterráneo como un Ulises, se aparea en alta mar, las hembras guardan el esperma de varios machos el tiempo que convenga, pero llegada la hora, buscan la playa en la que ya desovaron una vez. Es una teoría que avalan algunos seguimientos realizados con radiotransmisores pegados al caparazón, pero que desmienten otros datos. Por ejemplo, lo que sucede desde el 2014 en el levante peninsular, sobre todo en la costa catalana. Las llamadas hembras colonizadoras han ido en busca de nuevas costas, tal vez influidas por el cambio climático, que se dice pronto.

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Arenas frescas

Como otros reptiles, el sexo de las crías de tortuga boba depende de un factor externo, la temperatura. Si los huevos maduran en la arena a 29 grados exactamente, la mitad de las crías serán machos y la otra mitad hembras. Por encima de esa temperatura, sin embargo, lo común es que sean hembras. Y, al revés, por debajo, machos. Así que la deducción fácil es que algunas de esas madres colonizadoras han abandonado las costas del norte de África y las playas del Mediterráneo oriental (Grecia, Chipre, Turquía…) y han ido instintivamente en busca de arenas más frescas. Cuestión aparte es que la ola de calor de este verano las habrá pillado tan por sorpresa como a los humanos de por aquí, o sea, que su plan puede que se haya ido a hacer puñetas y la camada (si es que se puede utilizar esta expresión en esta especie) sea mayoritariamente femenina.

Tras romper el huevo viene lo que los biólogos marinos llaman los años perdidos, una fase de la tortuga boba de la que muy poco se sabe

Ese dato, no obstante, quedará en la penumbra. Al nacer no se distingue el sexo del ejemplar y lo que viene a continuación es un misterio. Son los llamados años perdidos, que es como lo científicos llaman a ese apagón informativo que se abre entre la eclosión de los huevos y el momento en que comienzan a ser vistos de nuevo los ejemplares, ya con casi un palmo de longitud. Donde pasan la educación preinfantil es un enorme misterio, no aquí, donde el desove es noticia por inusual, sino, por ejemplo, en el Caribe, donde ya es más común. Las tortugas bobas nacen, desaparecen y reaparecen de no se sabe dónde. Pim, pam. Lo que es seguro es que las nacidas esta semana en Mataró, más las que a principios de septiembre está previsto que lo hagan en Premià de Mar, no conocerán el Atlántico hasta su madurez, porque para nadar entre las corrientes del estrecho de Gibraltar se necesita una masa  muscular de la que todavía carecen. Mientras, por aquí andarán echando buena cuenta, entre otros platos, de crías de medusa, así que su presencia es muy bienvenida.