CONTRA EL BULLYING

Cuando deja de ser divertido

Save the Children bullying

Save the Children bullying / Eva Filgueira

SUSANNA CAPELL AGUAYO. SAVE THE CHILDREN

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Lamentablemente palabras como el bullying o el ciberbullying han tomado una dimensión gigantesca en nuestro día a día.  Se han convertido de forma usual en fenómenos constantes en las relaciones interpersonales de la infancia y la adolescencia. En Catalunya, más de 16.000 adolescentes son cada año víctimas de acoso escolar y 12.500 víctimas de ciberacoso, según datos recogidos por Save the Children. Alarmante, escalofriante e intolerable.

Las cifras reflejan la sintomatología de aspectos sobre los cuales no estamos haciendo lo suficiente y que necesita de una respuesta multidimensional y de corresponsabilidad. Como ocurre con otras formas de violencia contra la infancia, el acoso escolar y el ciberacoso son situaciones poco detectadas e infravaloradas que requieren un enfoque holístico y soluciones integrales que ofrezcan las respuestas a la dificultad de la problemática. 

Constantemente hablamos del bullying y el ciberbullying, pero debemos tomar conciencia que detrás de estas acciones y manifestaciones de violencia están los niños y las niñas, los adolescentes y los jóvenes, que sufren diariamente los menosprecios de compañeros y compañeras, manifestándose en cualquier acción que deriva del maltrato psicológico, verbal o físico.

Cuando el juego deja de ser divertido para alguna de las partes implicadas, y aparecen las expresiones de violencia que terminan lastimando u ofendiendo alguna persona, deberíamos de poder entender que ese modelo de entretenimiento o pasatiempo no es válido ni aceptable. En el momento en el que la intención es herir y dañar, y de ahí surge la diversión del agresor o del grupo en cuestión, se sobreentiende la obligatoriedad de finalizar la actividad. Es angustioso ponerse en la situación de la víctima, quién debe lidiar día a día con quienes más allá de ser sus compañeros son su pesadilla.

La línea que se cruza puede llegar a ser realmente muy peligrosa, incluso llegando a los pensamientos de poner fin a la vida o al suicidio de niños y niñas que padecen de este sufrimiento constante y continuo hacia su integridad física y su persona. Parece que la educación en valores, la cultura de la paz, o los modelos de habilidades y competencias parentales positivas, se han quedado cortos o deben enfatizar más en las prácticas de la comunicación no violenta, la educación emocional y las prácticas restaurativas, es decir, reparar el daño causado.

Es necesario que des de la primera infancia pongamos énfasis en la importancia de los modelos y pautas educativas formales, no formales e informales, que escogemos para la infancia, como tutores, familiares, profesionales, o administraciones, puesto que sellarán las formas con las que los niños y las niñas aprenderán a relacionarse y divertirse. El derecho al juego y el esparcimiento está recogido en la Convención sobre los derechos de la infancia, el juego es decisivo en la vida de la infancia, y debemos garantizar que éste se desarrolle en parámetros de salubridad, adecuación, y respeto hacia uno mismo y hacia los demás. Juguemos entonces con nuestros hijos e hijas, nietos y con nuestros alumnos, con nuestros compañeros y compañeras con respeto y haciendo de la diversidad una posibilidad de apertura y no una forma de tortura. La capacidad de imitar es propia del ser humano y establece un sustancial mecanismo de aprendizaje. Preceder y adelantarse a las situaciones de maltrato pasan por una política de prevención para que no lleguemos demasiado tarde. 

Des de Save the Children siempre insistimos en que es necesario educar y formar a los niños y niñas en prevención de violencia, valores y ciudadanía digital. Además, hace falta elaborar protocolos y planes de actuación eficaces, rápidos y agiles que permitan dar respuesta a los casos de acoso, restaurar el daño ocasionado ofreciendo soporte psicológico a las víctimas y poner en funcionamiento mecanismos de justicia restaurativa que eduquen a los agresores y no criminalizarlos. Y más que nunca, tenemos que tomar consciencia generalizada del fenómeno con campañas de sensibilización en materia de violencia, así como ofrecer formación, asesoría y acompañamiento a los profesionales de la educación y a sus familias. En definivitiva, debemos decir entre todos, yo a eso no juego.