DROGA EN AUGE

Plantaciones de marihuana defendidas a mano armada

Magentí, escoltado por mossos el pasado 27 de febrero en Anglès.

Magentí, escoltado por mossos el pasado 27 de febrero en Anglès.

Guillem Sànchez

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El 'Informe Mundial sobre Drogas' (2017) detalla que según la Europol existen unos 2.000 grupos delictivos organizados en Europa que se dedican al narcotráfico. Algunos de estos están detrás de la proliferación de plantaciones clandestinas en Catalunya y conviven bajo un equilibrio inestable. Son guerras de malos contra malos que, a menudo pasan desapercibidas para el ciudadano de a pie. Pero no para ellos, que han optado por armarse con pistolas para protegerse de las bandas rivales.

Entre las tres organizaciones criminales que han desarticulado los Mossos d’Esquadra en Girona en los últimos años (caso Valiente, caso Pirineos, caso Selva Interior) se recuperaron 11 armas de fuego. Los investigadores de la Unitat Central de Persones Desaparegudes, a cargo del crimen de Susqueda, dedujeron que Jordi Magentí tenía que ir armado cuando se cruzó con Marc y Paula en el embalse porque sabían que siempre llevaba pistola cuando acudía a cuidar la plantación de marihuana que cultivaba junto a su hijo. Durante los últimos años se han vivido episodios de robos de mercancía, extorsiones, peleas -con arma blanca o de fuego- e incluso secuestros. Ninguno tan salvaje como el que los Mossos d’Esquadra bautizaron con el nombre de caso Zange.  

El caso Zange.

En junio del 2017, un hombre holandés ensangrentado y medio desnudo apareció desorientado por una carretera comarcal de Collbató. A las primeras patrullas policiales que le socorrieron, balbuceante, les contó que acababan de liberarlo de un secuestro de 36 horas.

Era un hombre que tenía un negocio turbio de alquiler de casas de lujo en Sitges. Iba viento en popa hasta que alojó justo al lado de su domicilio a un grupo de alemanes, que resultaron ser traficantes de marihuana. Alguien robó de este chalé 110 kilogramos de cannabis que iba a ser trasladado a Alemania, donde iba a reportarles un beneficio de medio millón de euros. Ese era el dinero que el ladrón les había quitado y esa era la cantidad que pretendían recuperar secuestrando al holandés. Porque estaban convencidos -erróneamente- de que había sido él.

Le llamaron por teléfono y le pidieron que se presentara en su casa. Cuando abrió la puerta se encontró con tres hombres vestidos con mono y máscara de pintor que se abalanzaron sobre él y lo cargaron en una furgoneta. Maniatado y con la cara tapada, lo condujeron hasta una nave vacía de Collbató, un espacio rodeado de columnas gigantes que la banda usaba para guardar el material con el que cultivaba la marihuana. "Estuvieron golpeándole durante horas", explican fuentes de la División de Investigación Criminal (DIC) de los Mossos d’Esquadra.

Usaron martillos y tenazas para atizarle en las articulaciones. Eran matones que habían llegado desde Alemania contactados por el jefe para torturarlo. Tal violencia emplearon que el holandés acabó comprendiendo que no saldría vivo. Conocía al líder del grupo, le había alquilado personalmente el chalet en el que residía, y supuso que no permitirían que pudiera denunciar aquel ensañamiento. Intentó explicarles que, aunque estuvieran dispuestos a matarlo, él no iba a decirles dónde estaba la marihuana porque, sencillamente, no la tenía. A continuación, deslizó el nombre de un sospechoso, a quien él podía entregar a cambio de su liberación. Los alemanes se reunieron para hablar y el holandés pudo escucharles valorar seriamente la conveniencia de liquidarlo o aceptar el trato. Optaron por lo segundo.

Con su denuncia arrancó una investigación de los Mossos que desarticuló toda la organización criminal el mes pasado. Practicaron 23 detenciones en una operación policial que se coordinó con la policía de Hamburgo, el destino final de la marihuana.