Afectados por el AVE en Murcia

"Adif me dijo que si no puedo entrar en casa de frente, entre de lado"

Antonio, en su casa de Murcia junto a una valla y el muro.

Antonio, en su casa de Murcia junto a una valla y el muro. / periodico

Nacho Herrero

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Antonio, el último de la Orilla de la vía

"Este se fue cuando empezaron las obras, aquel se murió y allí vivía una señora que también se fue". Antonio recorre la calle Orilla de la Vía, pegada por el norte al camino del tren, y cae en la cuenta de que puede que sea ya el único vecino de primera línea que sigue en su casa, entre zanjas y obras que posiblemente no se acabarán nunca. En dos o tres casas de las que hay en este tramo también viven, pero poco más. 

"Yo no tengo perras para irme, además, ¿adónde voy a irme yo a estas alturas? Tengo 76 años y nací en esta casa, que la hizo mi padre. Y tengo a mi mujer con un cáncer", explica. Hasta hace poco tenía delante de su humilde vivienda algo de terreno pero ahora está el muro, una carretera de servicio y una maltrecha valla a apenas unos centímetros de su casa. De hecho, casi toca la puerta de un aseo exterior. Le han prometido que le pondrán una valla mejor pero aún no han venido. "Ellos no se preocupan de nada porque no viven aquí", apunta resignado. 

Casi se considera con suerte porque lo que tiene pegado es la valla, y es que un par de casas más allá la irregularidad del trazado hace que sea el propio muro el que haya quedado a apenas 80 centímetros de una casa. "Es la de mi amigo Juanito, el que se fue", recuerda. Cuentan que a él un empleado de Adif le dijo una de las frases que quedarán en la memoria de esta lucha. "Si no puede entrar a su casa de frente, entre de lado". 

Candela, la crisálida encerrada

Candela es de las primeras que llegan a la protesta y eso que va con su muleta. O puede que sea justo por eso, porque piensa que cuando se cierre el muro, ella se queda dentro. "Me encierran para lo que me queda de vida", lamenta. No se ve subiendo y bajando la pasarela, ni cogiendo dos ascensores para ir a por el pan, al médico o al centro.

Le toca esperar un rato porque aunque la convocatoria es a las ocho, son más constantes que puntuales. Ella es habitualmente una de las primeras que siguen a Paco, el activista que normalmente comienza a cruzar de un lado a otro el paso de cebra donde se concentran. Cuando arranca a andar, este coleccionista de multas grita una consigna indescifrable para el forastero: "¡Vamos, crisálidas!". Y cuatro o cinco señoras se lanzan tras él, transformándose, dice el propio Paco, en su mejor versión, en mariposas que con su ir y venir consiguen finalmente detener el tráfico.

"Es que no entiendo cómo no viene aún más gente. Es que nos están quitando la dignidad como personas. Nadie se opone a que llegue el AVE pero es que todo esto lo están haciendo sin contar con nadie. Y es ilegal", sentencia. Y se va, discreta, apoyándose en su muleta casi al mismo tiempo que aparece un grupo de jóvenes con cascos de vikingos e instrumentos musicales para amenizar el rato y sacar una sonrisa a los asistentes. Pero es que ella está muy enfadada porque siente que la van a encerrar.

José Luis, el contador de peldaños

José Luis pinta unos sesenta años, nació con una enfermedad degenerativa y desde hace nueve años se desplaza en una silla de ruedas en la que lleva enganchado un andador. Pasar a pie la pasarela está descartado para él y, según afirma, para cualquiera con movilidad reducida o que lleve un carro de la compra o de bebé. "Es que son 55 escalones", afirma tan seguro que parece haberlos contado mientras los obreros la colocaban. "55 para arriba y otros 55 para abajo", aclara. Y se lo llevan los demonios "porque no van a hacer una rampa".

Él vive en el lado sur pero dice que como el resto de los cerca de 10.000 vecinos empadronados en este barrio tiene "el 90% de la vida en el otro lado". Empezando por el médico y siguiendo por "40.000 historias". Y hay cinco o seis barrios afectados. En su caso, todo dependerá de los ascensores. Según le han dicho parece que pondrán dos a cada lado con capacidad para entre seis y diez personas, según las versiones. "Pero yo a los ascensores les doy un mes de vida con todo el movimiento que hay aquí, con todos los críos de los colegios que ya sabemos que no son especialmente cuidadosos y demás. Los arreglarán la primera vez y luego en la segunda ya no vendrá nadie", se teme. "Y a mí, que me voy con mi silla hasta El Corte Inglés porque tiene hasta 25 kilómetros de autonomía, me dejarán encerrado aquí", lamenta.