VOLUNTARIADO SOCIAL

Donde la escuela no llega

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Teresa Pérez / Barcelona

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Esperanza (Barcelona, 1995) buscaba a alguien a quien poder ayudar y Jonás (Barcelona, 2005) estaba dispuesto a aceptar, tras un pequeño empujón familiar, a que le echaran una mano. Y ambos se reencontraron. Desde el pasado noviembre son pareja, una de las que participa en el proyecto EnTàndem, que en pocas palabras consiste en que un voluntario universitario, en este caso Esperanza, hace de referente de un niño, como Jonás, con dificultades personales o sociales y residente en zonas desfavorecidas.  

La joven es la tabla del pequeño, la persona que lo ha sacado de la calle, de las infinitas horas que pasaba dándole patadas al balón o embebido en el ordenador para que vea que "otro mundo es posible, que existe la integración", apunta Esperanza. 

Un millar de parejas

Esta iniciativa pretende mejorar el rendimiento escolar a base de reformar las emociones. Trabajan para estimular la autonomía, la autoestima personal y el reto de fomentar el interés por el estudio.  Se trabaja más que la parte educativa, los aspectos sociales y afectivos, esos donde la escuela no llega. 

Este proyecto de mentoría social llegó de Francia a Catalunya, concretamente al barrio de la Barceloneta, hace ahora 10 años de la mano de la entidad Afev. En este periodo se han formado casi un millar de parejas sociales. A este proyecto llegan chavales derivados por los servicios sociales, escuelas u otras entidades que ponen el foco y la ilusión en reducir la fractura social en los pequeños desfavorecidos.

Jonás, de 12 años, vive con su abuela, pero como la mayoría de las personas que cruzan el océano, el día se le escapa en acumular infinitos trabajos de sueldo precario. "Mi abuela no quiere que esté en la calle porque me pueden pasar cosas malas y aprender lo que a ella no le gusta que sepa", apunta este adolescente grandullón que aparenta más años de los que tiene hasta que al abrir la boca resitúa la edad que le corresponde.

El patio es lo que más me gusta

La abuela buscaba un punto de referencia, una persona que le hiciera a Jonás una especie de tutela extraescolar y Esperanza se cruzó en su camino. El estudiante explica que, hasta ahora, cuando llegaba a su casa daba las buenas tardes y abría el ordenador. Los deberes no formaban parte de sus preferencias diarias. "No tenía hábitos", apunta Esperanza.

El chaval cursa 2º de la Eso pero no parece entusiasmarle porque cuando se le pregunta qué es lo que más le gusta del curso no tiene ningún empacho en contestar: "El patio". Y añade: "Hay que decir la verdad en todo momento". Y mira de reojo a Esperanza como buscando su complicidad. Esta universitaria, estudiante de Psicología, conoce por experiencia el mundo de la adopción y participa en debates sobre cómo afecta esta singularidad en la adolescencia.

Esta, sin embargo, es la primera experiencia de Esperanza en este tipo de voluntariado. El balance lo califica de "superpositivo", dice. "Jonás me aporta y me enseña muchas cosas. Aprendo con él", reconoce. La relación no solo es un intercambio de aprendizajes, también un toma y daca afectivo. "Somos ya amigos", cuenta Jonás. "Además me divierto y me entretengo con Esperanza", concluye.

Tarde de lluvia

Jonás y Esperanza recuerdan el día que empezaron a salir:  "Jugamos a adivinar nombres de personas famosas", aclara ella.  Después han venido otras jornadas lúdicas como la tarde de lluvia que fueron a la playa porque él quería trepar por la araña de cuerdas instalada en la arena o los fines de semana que visitan exposiciones, pasean por el parque de la Ciutadella o simplemente charlan. "Jonás tiene carencias", apunta la tutora extraescolar. Y sale a relucir el uso desmesurado del móvil. "Está tan absorto que no habla", afirma Esperanza, una incomunicación que afecta a una multitud de adolescentes.