REFUGIADOS EN CATALUNYA

"Crucé tantas fronteras que cuando llegué a Barcelona no sabía dónde estaba"

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Teresa Pérez

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El 20 de abril del 2017, el afgano Muhammad (Kapisa, 1983) vio por primera vez la plaza de Catalunya de Barcelona y poco después supo cómo era el mar. Llevaba más de siete meses errando por Europa cruzando fronteras, escapando de la policía y ocultándose de la gente "sin saber en qué país estaba", afirma. Con el miedo incrustado en el cuerpo. Sin comida, sin agua, sin nada."Tenía que ir ligero porque a veces había que correr", dice. Fue una huida a la desesperada, sin planificar ni el destino ni el tiempo que iba a emplear en llegar a la meta. Escapando de una muerte segura: "Me negué a poner una bomba y los talibanes me amenazaron con colgarme". Este ingeniero informático escapó de su país por la puerta trasera, dejando a su mujer y a sus cuatro hijos. Fue hace casi dos años porque primero vivió en Irán.

Messi y Barça

Recuerda que pasó por Turquía, pero poco más. Hizo trechos a pie y también oculto en una camioneta bien cerrada "para que nadie supiera qué había dentro", explica. "Éramos 15 pasajeros, no nos conocíamos ninguno, gente de Irán, Irak, Sri Lanka, India…". De aquellos días recuerda sobre todo el miedo y la dureza. A veces, las mafias les abandonaban en el bosque. Siete meses después de salir de su última patria y con 9.300 dólares menos llegó a Barcelona. "No podía más, me dolían las piernas de llevar tanto tiempo sentado. Dije que yo me quedaba aquí, que ya no quería seguir adelante. Estaba harto de viajar", afirma.

Se apeó de una camioneta en la plaza de Catalunya y cuenta que las piernas no le respondían. No sabía ni dónde estaba: "Los edificios me parecieron altos, pero sobre todo me sentí seguro", dice. De Barcelona solo le sonaban dos nombres: Barça y Messi. Un paquistaní se le acercó y le informó que estaba en Barcelona. La solidaridad no tardó en llegar. Nada más ver a Muhammad le informó dónde estaba la oficina de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Muhammad durmió en la calle, en el metro y el 9 de mayo le dieron un techo, una habitación en la que dormía con otras 20 personas.

El reloj del futuro de esta persona refugiada comenzó a correr hace un par de semanas, cuando se encontró con Pablo Alonso, un vecino de Valldoreix. El puente que los unió fue Refugiados Bienvenidos, una plataforma de ayuda al refugiado, que ha creado una bolsa de pisos donde se pueden apuntar los ciudadanos que quieran participar en el programa. "La vivienda es una de las principales barreras para estas personas y un factor de inclusión", señala Jaume Buch, coordinador en Catalunya. En Barcelona han fructificado hasta 13 convivencias entre acogedor y acogido: 4 en Sant Cugat, 1 en Terrassa y el resto en Barcelona ciudad.

Inglés en google

Pablo recomienda esta iniciativa, a la cual ha llegado por varias razones: Por la solidaridad de ponerse en la piel del otro; porque ha tenido familia exiliada y "por intentar se coherente y consecuente". Pablo ha vencido los miedos que se apoderan del resto de la gente, ha resuelto los interrogantes que se plantean sobre el pasado del refugiado: ¿Quién será, de qué huye…? y también ha aportado la generosidad que representa dejar la llave de tu casa a una persona que no conoces.  

Pablo trabaja y Muhammad estudia castellano. Se  ven por las noches y hablan en inglés y "cuando no nos entendemos echamos mano de Google", afirma Pablo. También hacen intercambio gastronómico. El inquilino aporta sus arroces y el guiso de una verdura llamada okra y Pablo purés, "porque estoy a régimen", apunta. En esta historia hay otro gran puntal: Maria Creixell, el vínculo entre el refugiado y el acogedor. Maria lo acompaña a hacer gestiones, a hacerse el carnet de la biblioteca o a tomar un café. "Es como un amigo más", concluye.