CONTAMINACIÓN LUMÍNICA

Catalunya ampliará su plantilla de paraísos celestes

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Carlos Márquez Daniel

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Está más que demostrado que la luz nocturna afecta a la flora y a la fauna. También a los seres humanos, aunque eso es algo que se está estudiando con más profundidad para poder concretar en qué grado. El caso es que la iluminación artificial, sus características, cualidades y limitaciones, va mucho más allá de lo que se percibe a simple vista. Catalunya fue pionera en el 2001 con la aprobación de una ley de prevención de la contaminación lumínica cuyo reglamento no pasó el corte hasta el 2005. Existía el antecedente de la isla de la Palma, en Canarias, pero el Govern dio un paso más al legislar a nivel autonómico. Incluía normas y una nueva ordenación del territorio en función de la calificación urbanística. Y señalaba el Montsec como única zona con el cielo nocturno protegido. Esta zona de Lleida, sin embargo, podría perder pronto la exclusividad. 

Sergi Paricio es el jefe del servicio de prevención y control de la contaminación acústica y lumínica del Departament de Territori i Sostenibilitat. Relata el tortuoso recorrido de la ley, que fue recurrida y no pudo desplegarse del todo hasta el 2015. Ya en la redacción del 2001 se estipulaba el Montsec como única reserva, lo que conllevó una serie de normas a seguir por los 16 municipios del entorno implicados. "Es como si fuera un parque natural de la luz nocturna", detalla Paricio, que guarda un buen recuerdo de la predisposición de los ayuntamientos afectados por la medida. Todo este esfuerzo, y toda esta inversión, no solo han logrado reducir de manera ostensible la contaminación lumínica, sino que han convertido la zona en un punto de referencia internacional

Los candidatos

Ahora la Generalitat estudia ampliar este selecto club. Espera poder ponerse a ello cuando la situación política se estabilice. Como candidatos, según avanza el responsable de Territori, la zona del Montsant, Aigüestortes, el parque natural de los Ports y la Alta Garrotxa. Otra posibilidad es el Berguedà, en concreto, el área de Saldes y Gòsol, donde ya hay dos puntos declarados espacios con cielo nocturno de calidad, los únicos de toda Catalunya. Se trataría de dotar a esta zona de una mayor protección para que pase a formar parte de la primera división estelar catalana. 

Lo más imporante de la legislación, sin embargo, no son las reservas de firmamento. Son las medidas destinadas a reducir la contaminación lumínica. El hecho de que la ley tardara tanto en poder desplegarse ha venido bien, ya que este sector ha experimentado importantes avances en los últimos tiempos. Una de las cosas que ha cambiado es el tipo de luz ideal para iluminar las calles. Con la irrupción del led triunfó la de resplandor blanco, la que más y mejor reproduce los rayos del sol. Ahora se sabe que la más indicada es el ámbar, que es obligatoria en las zonas protegidas.

El problema es que la naranja no es nada popular, ya que altera los colores y, en definitiva, no gusta. Eso podría generar una ciudadanía enfadada. ¿Y qué alcalde quiere ponerse en contra a los vecinos por culpa de las farolas? La blanca, por suerte para ellos, no está prohibida en los núcleos urbanos, pero su temperatura de color no puede superar los 4.200 grados kelvin. En suelo no urbanizable, granjas, industria e instalaciones deportivas no puede pasar de los 3.300ºK.

Ojo con el ciclo circadiano

La ámbar causa un impacto muy inferior en el medioambiente, mientras que la blanca se dispersa mucho más. También afecta al ciclo circadiano de los humanos, es decir, el cuerpo: con la luz cálida, tiene la sensación de que todavía es de día. "Lo ideal durante el día es ir pasando a luces más rojas. De esta manera -sostiene Paricio-, nuestro cuerpo segrega una hormona, la melatonina, que nos va preparando para el descanso". Por eso mirar el móvil antes de ir a dormir es tan malo. 

El responsable de Territori sostiene que las ciudades están "sobreiluminadas". El efecto se puede medir con facilidad en la capital catalana: "Para poder ver la Vía Láctea, los barceloneses tienen que alejarse de casa entre 80 y 100 kilómetros".