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Trece familias denuncian cada día agresiones de sus hijos en España

Violencia en casa

Violencia en casa / periodico

Guillem Sànchez

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Cuando un hijo levanta la mano contra su padre, el equilibrio natural de la familia se hace añicos. Socialmente sigue siendo algo muy difícil de aceptar. Por eso, de la violencia filioparental -la que ejercen los menores contra sus progenitores- apenas se habla. Pero la realidad es que este problema lleva años creciendo "exponencialmente", advierte Toni Cano, psicólogo especializado en violencia juvenil. 

Según datos de un informe de la Fundación Amigó -realizado a partir de datos de la Fiscalía General del Estado- cada día en España hay 13 familias que presentan una denuncia contra sus hijos por este motivo. Aunque el mismo trabajo estima que los padres que se atreven a dar un paso tan drástico representan como mucho el 15% de los que sufren el problema. Es decir, la mayoría no acude a la policía, y las 13 familias diarias, por muchas que parezcan, son solo una parte pequeña de la dimensión real del problema. Una fotografía más certera de la realidad, según la bibliografía científica, muestra que uno de cada diez menores de edad maltrata a sus progenitores. 

Arantxa Herrador, directora de la asociación Raíces, que atendió a casi cien familias que sufren este tipo de violencia doméstica en el 2017, subraya que los padres hostiagos por los hijos "se sienten muy solos". Porque la sociedad no solo no dispone de recursos suficientes para ayudarlos sino que, además, osa juzgarlos severamente cuando piden ayuda y cuentan públicamente el infierno que se ha desencadenado en el hogar. La frase "esto se arregla con un par de hostias bien dadas" cae a plomo sobre los padres incapaces de controlar a sus hijos, explica Herrador. Pero la realidad es que, en una situación de violencia filioparental, "las dos hostias no sirven de nada". 

Fenómeno multicausal

Toni Cano, uno de los especialistas que acumulan más experiencia en Catalunya tratando casos de violencia filioparental que han llegado a los juzgados, reconoce que los profesionales están "desconcertados" ante el aumento de casos. Año tras año, además, los agresores que atiende son más jóvenes y crece alarmantemente la presencia de niñas maltratadoras. Aunque el patrón más común todavía es el de un agresor varón que pega a la madre. 

Vicente Garrido es profesor de Criminología y autor de 'Los hijos tiranos: El síndrome del emperador', un libro de referencia para el estudio de la violencia filioparental. Para tratar de explicar qué está sucediendo en España enumera diversas causas. "Las familias han perdido capacidad educadora", explica, debido a "factores externos", como una sociedad de consumo que exacerba los deseos hedonistas de los menores, e "internos", como la proliferación de familias monoparentales, o integradas con padres más ausentes, que privan de modelos estables que puedan seguir los hijos.

El problema puede estallar en cualquier familia, sin importar su origen o estrato social. A través de su experiencia, Cano ha observado que, con relativa frecuencia, algunos menores tienen un problema de drogas, casi siempre vinculado al cannabis, o sufren algún tipo de trastorno psicológico. Pero se apresura a subrayar que también hay otro grupo de menores que ni consumen ni sufren ninguna patología. 

La adolescencia "es complicada de por sí", recuerda Herrador, y a esa edad dan el salto "al instituto". Es una etapa turbulenta en la que muchos sufren. Porque no saben "gestionar las emociones", porque tienen una "baja tolerancia a la frustración" o porque les puede tocar vivir por primera vez situaciones muy desagradables, como ser objeto de 'bullying' por parte de sus nuevos compañeros de clase, por ejemplo.

Garrido plantea también una distinción poniendo el foco en los progenitores. Divide a los menores entre los que se han criado junto a figuras paternas que han sido modelos de conducta negativos -porque han sido violentos, por ejemplo- y los que cuentan con padres que los han educado correctamente pero que no han sabido reaccionar adecuadamente cuando se ha deteriorado el vínculo emocional familiar en la preadolescencia. En ambos perfiles hay un elemento común en los menores: "La dificultad para generar metas realistas y un ánimo en general variable y negativo".

Por variadas que sean las causas, todos los menores tienen en común que antes han sido incapaces de lidiar con el escenario hostil en el que se había convertido su vida, o de comunicarse para pedir ayuda, y "han acabado explotando en casa". Pero tanto Cano como Herrador llaman la atención sobre algo importante. Cuando eso ocurre, cuando aparece la violencia filioparental, no debe olvidarse que la responsabilidad debe repartirse entre hijos y padres y la solución también pasa por un trabajo que los implique a todos. Porque, a pesar de que ninguno de ellos haya sabido hacerlo mejor para evitarlo, "todos están actuando mal y todos están sufriendo". Es entonces, cuando la deriva ha conducido a un callejón sin salida, cuando tal vez no quede otra opción que denunciar al hijo.

El arrepentimiento

El psicólogo juvenil Jordi Maurici, que atiende casos no judicializados de violencia filioparental, mantiene que casi todas las agresiones se producen en momentos de "pérdida de control" por parte del hijo, debido a "problemas de autorregulación emocional" y a una "escalada de tensión con los padres". Durante estos episodios, a menudo asociados a "trastornos de control de los impulsos", el hijo, en lugar de agredir a la madre, también podría haberse roto la mano "dando un puñetazo contra la pared", razona Maurici.

Los expertos coinciden en que los casos en que los menores no experimentan ningún remordimiento después de pegar a sus padres, son pocos. Pero con independencia de si toman o no conciencia después de perder los nervios, cuando se convierten en una amenaza, hay que poner límites externos, acudiendo al Servicio de Urgencias o incluso avisar a la policía, aconseja Maurici. Pero esto último es un paso "que, lógicamente, les cuesta mucho dar, porque es su hijo".

Hay algo antinatural en un hijo que agrede a un padre. Pero el padre que se ve obligado a llamar a los Mossos, también siente por dentro que está haciendo algo mal, y doloroso.