Carles Pastor, guardián del periodismo (1948-2017)

Sensato, racional, honesto, cabal, Pastor era un periodista insobornable y respetado por todos

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Luis Mauri

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A finales de los 90, Carles Pastor, con quien años atrás había trabajado en la redacción barcelonesa de El País, me ofreció un puesto a sus órdenes en la sección de Política de EL PERIÓDICO.

–Te agradezco la confianza que depositas en mí, Carles. Espero saber hacer bien las cosas.

–Déjate de tonterías. Las cosas saldrán bien unas veces y algunas otras mal, como todo en la vida.

Este era Carles Pastor. Sensato, racional, realista, honesto, cabal. Un hombre bueno, sin doblez. Periodista insobornable y entregado sin reservas a su oficio, era uno de los más reconocidos especialistas en política catalana, cuyo devenir cubrió con método indesmayable desde los últimos coletazos de la dictadura franquista. Trabajó en el célebre y desaparecido 'Mundo Diario' y en 'El País', y fue miembro fundador de la redacción de EL PERIÓDICO, donde ejerció como subdirector de Política y, en la última etapa, de Opinión.

Información y opinión

Dotado de una autoexigencia profesional y ética ejemplar, era profundamente respetado por los políticos, incluidos aquellos que sufrían sus dardos informativos. Y también por sus colegas, que tan a menudo debían conformarse con chupar rueda de sus  primicias. Guardián inflexible de la frontera entre información y opinión, detestaba a los opino-de-todo-y-no-sé-de-nada que proliferan sin rubor ni embarazo en las tertulias radiofónicas y televisivas.

Pastor no sabía o no quería tomarse las cosas a la ligera o dejarlas a medias. Lo que hacía, lo hacía a conciencia.

–¿Ves esa pared? Imagina que es una noticia. La vemos, está ahí, la tocamos, no hay margen de error. Podríamos publicar que esa pared existe. Pero eso no basta. Pregúntate y averigua qué hay detrás de la pared. Eso es lo que hay que contarle al lector. 

Así solía definir la misión del periodista. El periodista debe disipar la oscuridad con la información desnuda, veraz, contrastada, objetiva, honesta. No era amigo de adornos o afeites innecesarios, y no los toleraba de ningún modo cuando lo que perseguían era maquillar una tarea informativa deficitaria o directamente indigente. 

El Síndrome del Cierre

Sereno, dialogante, tolerante, progresista. Generoso con los compañeros de oficio y con los estudiantes de periodismo a quienes brindó su sabiduría y su experiencia en las aulas de la UPF. Siempre atento a las opiniones ajenas, nunca echaba mano de los galones que tan merecidamente llevaba para imponer su criterio a sus subalternos.

Así era Pastor, excepto unos 45 o 50 minutos al día. Como todo jefe de redacción, no escapaba al Síndrome del Cierre. Una hora antes del cierre de la edición del diario, sus cejas mutaban en un circunflejo peludo y con el tacón del zapato marcaba contra el suelo el paso de los segundos.

–¡Cerrad de una vez vuestras páginas, malditos!

Cerrada la edición, las cejas volvían a su posición afable y una sonrisa tímida le reconquistaba el rostro. Entonces contaba cualquiera de las mil anécdotas de su larga trayectoria profesional, como el viaje en su Seat 600 a Madrid para cubrir la histórica reunión entre Adolfo Suárez y Josep Tarradellas al regreso de este del exilio, o una historia sobre el mundo de la enseñanza, sin duda inspirada por Maite Vallejo, su mujer, profesora de Literatura, a quien conoció de estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras, donde él cursaba Historia a la vez que Periodismo en la Escuela Oficial, o cualquier suceso ligado a sus desvelos por los estudios o la carrera de sus dos hijos, David y Àlex, hoy reconocidos cineastas establecidos en Nueva York, uno, y en Los Ángeles, el otro. 

Jazz, cine, Historia, familia

Cuando sus hijos eran pequeños, disfrutaba llevándolos al teatro, a conciertos, a espectáculos de marionetas. Ahora, ya jubilado, se entregaba con igual fervor a sus dos nietas y esperaba con impaciencia al que está en camino. 

El escaso tiempo que no le absorbía el periodismo era por entero para su familia. Amaba los viajes, ya fueran de trabajo o de placer, que en su caso no eran opciones antitéticas. También el jazz y el cine, pasión esta última que progresó geométricamente a raíz de la dedicación profesional de sus hijos. Era un lector voraz, pero así como su mujer se deleitaba con la novela y la poesía, en sus anaqueles  solo había lugar para volúmenes de ensayo, con predilección especial por la historia, el periodismo y, cómo no, la política.

–Ya veo que es cierto que el periodismo y la ficción están reñidos –solía bromear Maite con él.