Los estragos de la heroína en la pequeña América

Martinsburg es una de las localidades más prósperas de Virginia Occidental, pero como el resto del estado está siendo vapuleada por la epidemia de opioides

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img 8567 / RICARDO MIR DE FRANCIA

Ricardo Mir de Francia

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Cada una de sus arrugas es una noche en vela, una llamada sin contestar, una nueva recaída anunciada por una puerta forzada o un collar que desaparece. Alayna ‘Dee’ Pierce ha aprendido a sobrellevarlo. No le caen las lágrimas al contar su historia, quizás porque es motera y vive en un mundo de hombres. Pero detrás de su compostura estoica esconde una de esas historias desoladoras y demasiado comunes en este rincón de Virginia Occidental, el estado con más muertes por sobredosis de opioides de Estados UnidosDe sus cinco hijos, uno libra una batalla contra los demonios de la heroína y otro lleva años comiéndose analgésicos opioides y ansiolíticos “como si fueran caramelos”. Ambos son veinteañeros y ambos han pasado por la cárcel. Un calvario no muy distinto al de tantas otras familias.  

Su hija Destiny fue la primera en caminar por el alambre. Había sido una buena estudiante en el instituto hasta que se quedó embarazada y tuvo una niña con 18 años, el momento en que todo empezó a cambiar. De esnifar pastillas de Oxycontin con los amigos pasó a inyectarse heroína. “Empezó a desaparecerme dinero y sus amigos dejaron de tener nombre. Yo le hacía fotos a los coches que venían a recogerla porque desaparecía durante días hasta que dejó de volver a casa”, cuenta Pierce, empleada en una planta de General Motors. Comenzaron entonces sus batidas por el condado en busca de su hija y lo que vio la dejó “horrorizada”. En moteles aquí y allá vio a parejas chutándose con el niño encerrado en baño. Camellos que entraban y salían sin pudor. Mujeres vendiendo su cuerpo por una papela.

"La situación es terrible. La heroína es muy accesible y la gente la usa sin saber qué es están metiendo"

Esa realidad hace tiempo que dejó de ser un secreto en Martinsburg, una pequeña ciudad de 18.000 habitantes y mayoritariamente blanca del noreste de Virginia Occidental, la región más próspera del estado. La policía recibe cada día entre dos y ocho llamadas por sobredosis, según el teniente Usack. Y la gente, de toda edad y condición, se desploma en cualquier parte. En los baños de las gasolineras, en coches aparcados, en los parques o en las gradas donde los equipos juveniles disputan sus partidos. “La situación es terrible. La heroína es muy accesible y la gente la usa sin saber siquiera qué se están metiendo porque a menudo está mezclada con fentaniloHay muertes de forma regular”, dice el psicoterapeuta Peter Callahan, el dueño de la única consulta que hay en Martinsburg para tratar las adicciones.

433 píldoras por habitante

Aquí, como en el resto del país, la epidemia no comenzó en la penumbra de las esquinas sino en la consulta del médico y en los hospitales. El detonante fue la prescripción masiva de fármacos como Oxycontin, Vicodin o Percocet para tratar los dolores crónicos, desde migrañas a lumbalgias o molestias articulares. Entre 2007 y 2012 las distribuidoras farmacéuticas enviaron 780 millones de pastillas de hidrocodona y oxicodona a Virginia Occidental, lo que equivale a 433 píldoras para cada uno de sus habitantes. Huelga decir que la adicción y las muertes por sobredosis se dispararon, abonando el terreno para la explosión de las drogas ilícitas.

A medida que el país despertaba y se reducía la prescripción de opiáceos, muchos adictos se pasaron al ‘caballo’, bastante más barato que las pastillas en el mercado negro, y a menudo cortado con fentanilo, un opioide sintético 50 veces más potente que la heroína. “Es la tormenta perfecta”, dice Callahan con gesto de resignación.

La autopista de la heroína

En Martinsburg hay pequeñas mafias dedicadas al tráfico, pero son los propios adictos los que alimentan el mercado. Viajan a Baltimore, a solo una hora y media de la ciudad, compran heroína (casi toda llegada de México) y luego la revenden por el doble en casa. Al ese corredor, atravesado por las carreteras interestatales 70 y 81, se le conoce como “la autopista de la heroína”.

El año pasado murieron 85 personas en el condado de Berkeley y crece el sida y la hepatitis

Solo el año pasado hubo 577 sobredosis declaradas en el condado de Berkeley, donde se asienta Martinsburg, y 85 personas murieron. La prevalencia de la epidemia es tal que está decimando las arcas municipales y creando multitud de problemas colaterales. Crece el sida y la hepatitis. Nacen niños drogodependientes. Y grandes empresas como Fedex, Macy’s o Amazon, que tienen centros de distribución en la región, sufren para cubrir sus plantillas porque no encuentran suficientes trabajadores que pasen los controles de drogas.

En el municipio empiezan a tomarse medidas, pero todo va mucho más lento de lo que debería. La clínica de desintoxicación más cercana está a tres horas de Martinsburg, lo que ha llevado a Peter Callahan a construir la suya propia. Tendrá solo 16 camas, pero no ha sido fácil. “Mucha gente piensa que no deberíamos ayudarles, que hay que dejar que se mueran. No entienden que también la gente más responsable se engancha”. Un político del condado perdió a su hijo. Otro se enganchó a los opioides.

Por sí sola la desintoxicación no basta, como sabe bien la madre con la que se abría este reportaje. Su hija Destiny acaba de salir de la cárcel. Está limpia. Pero no encuentra futuro. Por haber siedo condenada por un delito, tiene las puertas cerradas de muchas empresas. Y cada mes tiene que pagar 40 dólares por visitar al oficial que controla su libertad condicional. “¿Cómo va a salir adelante? Un trabajo en McDonalds no te da para vivir. Si no tiene dónde agarrarse, acabará recayendo”.