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Javi Jareño: «La música fue mi salvación absoluta»

Cantautor del extrarradio, se pasa la vida abrazándola porque con la muerte ya tuvo un encontronazo

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Manuel Arenas

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Cuando Javi Jareño (Santa Coloma de Gramenet, 1976) salió en agosto del 2004 de la clínica mental, pensó que la vida le había concedido una prórroga con fecha de caducidad. Había estado ingresado siete días después de intentar suicidarse. La prórroga dejó de ser tal, y Jareño se levantó como cuando suena el despertador: con música y dejando atrás una pesadilla. Ahora, implicado en la lucha contra el estigma de la enfermedad mental, llena los viernes la Sala Fizz de Barcelona y acaba de publicar su quinto disco,  Abrazar la vida.

–¿Qué ocurrió en agosto del 2004? Después de cuatro meses de depresión severa, no hubo otra que ingresarme en la Clínica Mental Torribera de Santa Coloma. Tenía obsesiones de todo tipo, y a eso se sumó una extrema sensibilidad por haber dejado el consumo esporádico de cocaína. Mis neurotransmisores ya estaban dañados y, al no tener esas puntas de felicidad artificiales, no podían asumir mi día a día.

–¿Era consciente de por qué ingresaba? Sí, sabía que antes había intentado quitarme la vida mediante la ingesta masiva de pastillas. Entonces fui con mis padres a la clínica, me ingresaron y estuve dos días sedado. Al despertar estaba totalmente desubicado, pero ya no me quería matar.

–¿Qué fue lo primero que pensó dentro? Recuerdo abrir los ojos y ver cómo me miraba uno de los enfermos mentales más famosos de Santa Coloma, mi ciudad, a quien llamábamos Jesús el Legionario. Al ver que él me reconocía, pensé: «Joder, ¡cómo estaré para compartir habitación con el Legionario!».

–¿Y cuando salió? Después de siete días mi padre vino a buscarme. Cuando salí, me senté fuera y le dije: «Espera, papá, espera». Él me dijo que parecía que no quería irme, y yo le contesté: «No sé qué decirte». El mundo real me daba vértigo porque allí dentro había estado en una burbuja sin preocupaciones. Pensaba que la vida me había concedido unos meses de prórroga pero que después volvería la depresión y ya todo acabaría.

–Pero la prórroga dejó de ser tal y sacó el primer disco. En el 2006, concretamente. Como creía que aquello duraría poco, estuve dos años grabando canciones sin parar. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que no se trataba de una mera prórroga.

–¿Qué aprendió de todo aquello? Aprendí a valorar los días anónimos, que la medicación es milagrosa y que no puedo olvidar mi pasado porque me ayuda a recordar lo bien que estoy ahora y las cosas que importan.

–¿Qué papel jugó la música? Fue, junto a mis padres y mis hermanas Mar y Laura, mi salvación, mi salvavidas. Cuando toco la guitarra entro en trance, me da mucha calma, me tranquiliza.

–Ahora se implica en entidades con vocación social. Sí, soy socio de Activament, una asociación que lucha contra el estigma de las enfermedades mentales. Lo que más me gusta es que está formada por personas que han padecido algún trastorno, y empatizan mejor que nadie con los enfermos.

–¿Ha sufrido ese estigma? Personalmente no, pero he visto cómo lo sufrían otros. Sé que tengo que luchar contra eso desde que hice un concierto para chavales enfermos y les dije que yo era igual que ellos, que yo también me medicaba. Cuando vi sus caras de alegría supe que jamás ocultaría mi pasado.

–¿Por qué su último disco se titula Abrazar la vida? Porque quizá no sepa muchas cosas, pero he aprendido que eso sí es la vida. Abrazarla. Sonreír a los otros. Tener empatía. Eso sí es la vida. Seguro.