LA CÉLULA YIHADISTA

¿Por qué en Ripoll?

MINUTO DE SILENCIO DE LA COMUNIDAD MUSULMANA EN RIPOLL

MINUTO DE SILENCIO DE LA COMUNIDAD MUSULMANA EN RIPOLL / ms

María Jesús Ibáñez / Ripoll

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Una mujer musulmana llora en una callejuela de Ripoll, a apenas 20 metros de la mezquita que la Comunidad Islámica Anour tiene en la localidad. Son lágrimas que solo pueden venir de un corazón roto. Solloza en árabe, mientras un hombre joven la abraza, pero interrumpe su lamento cuando ve que una extraña se les acerca. El chico la mete rápidamente dentro de un coche y hace un gesto con la mano pidiendo que los dejen tranquilos. Está diciendo, sin decirlo, que en Ripoll hay madres que también han perdido hijos por culpa del yihadismo.

No saben a quién echarle la culpa, pero todos apuntan al imán Abdelbaki Es Satty, que se fue del pueblo, dicen, "un par de días después del último Ramadán". "Fue él quien seguro les manipuló", denuncia una prima de Younes Abouyaaqoub, el presunto autor del atropello masivo de Barcelona, que sigue fugado.

Es ahora, tras la masacre de los atentados de Barcelona y Cambrils, cuando estas madres que lloran a sus hijos atan cabos. Antes de los ataques, ninguna de las familias de los nueve jóvenes de Ripoll implicados en los hechos dio mayor importancia al hecho de que sus hijos -chicos normales, de entre 17 y 28 años, criados y escolarizados desde pequeños en el pueblo- empezaran a cambiar sus costumbres, su forma de vestir y sus prácticas religiosas. Cosa de jóvenes, pensaron unas. Será que van madurando, se dijeron las otras.

La radicalización, en el caso de los jóvenes, suele ser un fenómeno vinculado a la pobreza, al desempleo y a la falta de expectativas, aseguran los investigadores sociales. "Las personas que se radicalizan parece que hayan sufrido una especie de lavado de cerebro, lo que en psicología se conoce como un proceso de conversión", resume Antonio Andrés Pueyo, profesor de Psicología y Criminología de la Universitat de Barcelona (UB). Casi todos estos radicalismos, detalla, "ya sean políticos o religiosos", se generan en la adolescencia más tardía.

Hasta ahora, en España, la mayoría de los que han abrazado el radicalismo yihadista lo han hecho "cuando ya han terminado la escuela y se encuentran en el proceso de convertirse en adultos", observa Pueyo. "A esas edades, un joven puede experimentar un cambio súbito de creencias, en un proceso generalmente acompañado de sentimientos de humillación o injusticia, y empieza a tomar conciencia de una nueva identidad, muchas veces influido por sus iguales, es decir por amigos, por gente de su edad", indica.

A todo ello se suele sumar "una necesidad intensa de pertenencia a un grupo". Muchos de ellos, experimentan la transformación durante estancias en prisión, lo que no es el caso, sin embargo, de los terroristas de Ripoll. 

Tierra quemada

La localidad, de poco más de 10.000 habitantes, de los que, según el ayuntamiento, alrededor de 500 son musulmanes, es este fin de semana tierra quemada. Controles policiales en los accesos al núcleo urbano, calles sin apenas tráfico, comercios cerrados. Solo la mezquita de la calle de Sant Bertomeu, donde el imán Es Satty trabajó hasta el pasado junio, muestra algún movimiento. Fundamentalmente de periodistas. Lo mismo que la calle de Sant Pere, donde residió el religioso.  

De las cuatro parejas de hermanos de Ripoll que los Mossos implican en el atentado los vecinos hablan poco: chavales normales, repiten, aunque a alguno de ellos (a Driss Oukabir, en concreto) lo describen como "un pieza". Algunos de ellos trabajaban en talleres mecánicos, en locutorios, siempre ocupaciones precarias. ¿Con quién andaban? ¿Quiénes eran sus amigos? "Solían ir con otros musulmanes, siempre van todos juntos", cuenta una joven.

¿Cómo se mide la integración?

Esta es precisamente una de las características de lo que los sociólogos denominan la alteridad o índice de integración. "Es un indicador que sirve para evaluar la inmersión de una persona en la cultura cívica, en este caso la catalana, y tiene en cuenta varios factores, entre ellos el sentido de pertenencia a la población o el país de acogida, el uso que ese joven hace de los servicios públicos, si participa en entidades o en asociaciones locales, cuál es su ideología o si habla catalán", detalla Xavier Martínez-Celorrio, profesor de Sociología de la Educación en la Universitat de Barcelona (UB). Un estudio realizado por Martínez-Celorrio con datos de la Enquesta de Joventut de la Generalitat correspondientes al 2012 reveló que son justamente las comarcas de Girona y las de Tarragona donde menos integrados están los jóvenes inmigrantes, es decir donde mayor es la alteridad, máxime en localidades pequeñas.

"Es lógico que esto suceda en municipios pequeños, donde la red pública y de entidades cuenta con menos recursos. En Barcelona, por ejemplo, un joven, cualquier joven, tiene más posibilidades para la participación o para el uso de servicios y equipamientos públicos", reflexiona el sociólogo. La solución, prosigue, pasa por la intervención de las administraciones superiores, que deberían destinar recursos para promover la participación de estos jóvenes en actividades colectivas.

Con todo, aclara Martínez-Celorrio, la no integración no necesariamente implica la radicalización. Ese es un proceso en el que intervienen otros elementos no controlables por las familias (a veces internet, a veces personajes de referencia para los chicos). "Aunque los jóvenes de Ripoll implicados en los atentados dieran muestras de integración, bastó con la aparición de una figura como el imán para arrastrarlos hacia posturas radicalizadas", señala el investigador. "Fueron carne de cañón", lamenta.