EL CAMINO HACIA UN NUEVO ESTILO DE VIDA

El Govern se da ocho años para aplicar una inconcreta reforma horaria

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Cualquier proyecto, sea empresarial, comercial, audiovisual, social, deportivo o político, requiere de un guión que tenga en cuenta todos los escenarios. Es decir, nadie se embarca en una aventura pensando solo en la meta, sin tener en cuenta el camino o lo que pueda sueceder después. La reforma horaria lleva tres años y medio de maduración. En julio está previsto que el Govern firme el pacto nacional que marcará el 2025 como fecha para implementarla. Pero a día de hoy, a pesar de las buenas intenciones, las cosas concretas, es decir, lo que debe suceder en estos ocho años, sigue siendo una incógnita.

La ‘consellera’ de Presidència, Neus Munté, ha sido la encargada este lunes de presentar una suerte de hoja de ruta que debe llevar a Catalunya a compartir los mismos patrones horarios de países como Francia, Italia, Grecia o Portugal. A nadie se le escapa que España es un bicho raro en esta materia. Y no vale la excusa del Mediterráneo porque son muchos los estados bañados por el mismo mar que comen a la una y cenan a las ocho.

Nadie duda de que la Generalitat, y también el Parlament, apuestan por el cambio de hábitos, recuperar esas dos horas de desfase con el resto de Europa. Otra cosa son los detalles. Munté ha versado sobre las virtudes de la idea, nacida de la sociedad civil, pero a la hora de especificar en qué cambiará la vida de los catalanes (comercio, educación, trabajo, televisión, ocio, deporte…), se ha quedado en el mundo de las ideas. Y si algo requiere la población es información palpable sobre cómo puede llegar a ser su día a día a partir del 2025. En España la cosa todavía está peor. Según los promotores de la reforma horaria, el Gobierno parece dispuesto a hablar sobre conciliar más y mejor, pero no está en la agenda (seguramente por lo delicado del asunto) alterar horarios comerciales o televisivos.

COMER A LA UNA, CENAR A LAS OCHO

La teoría es de sobra conocida: empezar la actividad a las ocho de la mañana, comer a la una (y en un hora como máximo), salir de trabajar a las seis como muy tarde, cenar a las 20 horas y meterse en la cama sobre las 11 de la noche. Todo, con el objetivo de conciliar más y mejor, de lograr una sociedad más igual en cuanto a género, oportunidades y sueldos. Y también para conseguir una comunidad más sana, mejor alimentada y más descansada.

Son muchas las dudas, pero vayamos a lo que sí se sabe. Los impulsores de la reforma horaria tienen claro que los institutos deben incluir la comida en el horario escolar para evitar que la chavalada se siente frente al plato poco antes de las cuatro de la tarde, con un hambre atroz. Cuánto costaría y cómo se pagará es algo, ha anunciado Fabian Mohedano, promotor de la iniciativa por la reforma horaria y diputado en el Parlament, que se empezará a estudiar a partir de septiembre. 

Pasado el verano empezará la fase de la construcción. Antes, en julio, está previsto que el Govern, junto con un listado de agentes sociales con los que se está negociando (sindicatos, patronales, entidades sociales y educativas…), firme el pacto nacional por la reforma horaria. Será algo así como la constitución de la modificación de rutinas y abordará todos los aspectos de la vida: trabajo, comercio, salud, educación, ocio, deporte, administración pública y medios de comunicación. Y es en ese mercado de propuestas, limitaciones, vetos, enfados y apretones de mano que se espera que empiecen a aflorar planteamientos concretos.

TELETRABAJO Y FLEXIBILIDAD LABORAL

La ‘consellera’ ha hablado del “teletrabajo”, de “flexibilidad laboral”, de “avanzar las actividades extraescolares”, de “eliminar la oferta de programas infantiles de televisión en horario nocturno”, de “compactar la jornada comercial”. A pesar de que se ha echado de menos concreción, es justo recordar que la reforma horaria choca con serias limitaciones. No solo por un tema de competencias con el Estado, sino por la imposibilidad -o el riesgo político, según se mire- de legislar ámbitos del mundo privado, sobre todo los que tienen que ver con la productividad empresarial.

Los promotores de la reforma horaria se dieron en el 2014 un plazo de tres años para "sensibilizar y diseñar el proyecto". Han cumplido con su parte. Ahora le toca a la política darle forma. “Lo más relevante de la firma es que vamos hacia un lugar”, ha sostenido Munté. Qué sitio es ese (no en lo teórico, sino en lo práctico) es lo que se preguntan tanto los defensores como los detractores de la reforma horaria.