Padres que crean una burbuja antidesahucio

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MARÍA JESÚS IBÁÑEZ / L'HOSPITALET

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Hay un elemento común en prácticamente todas las familias con niños que han sufrido un desahucio: el ingente esfuerzo que hacen los padres para que sus hijos se mantengan lo más alejados posible del conflicto. El ingenio quizás no llega al extremo del de Roberto Benigni en el oscarizado film 'La vida es bella', donde un padre inventa un mundo paralelo y feliz para que su hijo de corta edad no sepa que están viviendo en un campo de concentración nazi. Pero, no hay progenitor que haya pasado por el trauma de perder a la fuerza el hogar que no trate -cada cual dentro de sus posibilidades- de crear una burbuja de protección para sus hijos.

"Yo lo hago todo, todo, para que ellas estén bien. Y creo que son felices, son niñas a las que se las ve contentas en el colegio, con muchos amigos", afirma María, madre de dos pequeñas de 12 y 7 años, que el próximo 20 de junio van a afrontar el tercer intento de desahucio del piso ocupado en el que viven. Están allí desde hace un par de años.

El calvario de esta familia empezó con la misma crisis. "De repente pasé a pagar 1.600 euros de hipoteca por un piso por el que había empezado dando menos de la mitad", explica. "Así que devolví la vivienda al banco", cuenta. Y allí arrancó un éxodo que les ha llevado por varias casas los últimos años. "Hasta que la PAH nos encontró esta en la que estamos ahora", dice.

Pese a todo, María dice sentirse satisfecha. Recientemente ha conseguido una prótesis nueva para la pierna de su hija de 12 años. "Tenemos que seguir yendo tres veces a la semana al médico, pero todo evoluciona bien", comenta. Y eso, asegura la mujer, ya es mucho.

María trabaja en el sector de la hostelería de forma esporádica ("con la niña así me es difícil tener un empleo estable", alega). Dos veces por semana, la niña acude al servicio que la asociación educativa Nou Quitxalles-Familia Juanitos tiene en el barrio del Gornal de L'Hospitalet de Llobregat. "Aquí le ayudan con los deberes y hablan con ella... La están ayudando, aunque la verdad es que ella tampoco me explica demasiadas cosas", cuenta la mujer.

NIÑOS FELICES Y SANOS

También Noa pasa dos tardes a la semana en el 'Són tres i no quatre' de la Familia Juanitos. "No le preguntamos directamente a ella cómo le va aquí, porque ya nos van informando los psicólogos y los educadores del servicio", cuentan Iman y Aziz, los padres de la esta simpática pequeña de 8 años. Y también ellos están convencidos de que tanto Noa como sus dos hermanas pequeñas, de cuatro años y seis meses, son niñas felices y sanas.

Eso, a pesar de lo difiícil que es para la familia estar residiendo ahora en un piso ocupado, en el que un vecino se dedica a trapichear con drogas "y no paran de llamarle al timbre, sea la hora del día que sea", y en el que otro inquilino, "que se dedica a la chatarra", acumula en las zonas comunes del bloque de pisos los trastos que va recogiendo. "No podemos pagar los alquileres de 400 euros que nos han pedido en algunos lugares, porque darle ese dinero a un propietario significa sacarlo de la comida de mis hijas", clama Aziz, que ha pasado años en el paro y ahora realiza trabajos de albañilería, pintura y pequeñas reparaciones.

"Por mucho que los padres se muestren convencidos de que están consiguiendo mitigar el impacto que un desahucio tiene sobre sus hijos, los dibujos que hacen los pequeños, las conversaciones que tenemos con ellos, nos demuestran que no siempre lo logran", constata Teresa Trias, psicóloga voluntaria del 'Són tres i no quatre'. Ella es una de las especialistas que atienden en primera instancia a los menores que llegan derivados de escuelas, de la PAH o de la propia asociación Nou Quitxalles-Familia Juanitos, que tiene un 'casal' educativo para jóvenes. 

Los niños no son ajenos al estrés y a la angustia que provoca en sus padres, no solo el desalojo, sino todo el tiempo que precede al lanzamiento judicial, indica Cristina Valencia, estudiante de un máster en la Universitat Autònoma de Barcelona. A ello se suma, además, el hecho de que muchas de las familias que se ven inmersas en estos procesos tampoco tienen los recursos (intelectuales, emocionales) para poder ayudar a sus hijos a sobrellevar la situación.