"Que no vuelva a suceder"

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icoy38382345 barbero maristas170511190337 / JOSÉ LUIS ROCA

IMMA FERNÁNDEZ / GUILLEM SÀNCHEZ

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Sacar a la luz los abusos que durante años se escondieron en la cabeza de las víctimas, sufriéndolos en soledad, conlleva no solo beneficio para ellas sino para toda la sociedad. Visibilizar los delitos permite prevenirlos. He aquí la principal gratificación que víctimas y psicólogos conceden a la revelación pública de las agresiones. “Queremos que no vuelva a suceder, que otros niños no pasen lo que nosotros”, es el grito unánime de los exalumnos de los Maristas que este jueves celebran el reconocimiento a la investigación de EL PERIÓDICO que reveló el calvario que sufrieron.

“Hemos conseguido dar a conocer secretos para que dejen de delinquir con impunidad estos y otros pederastas”, se congratula A., un hombre que conoció el infierno en los 80 en el colegio de los Maristas de Sants-Les Corts. Agradece a los periodistas, a Manuel Barbero –el padre de una víctima que destapó el escándalo– y a “los personajes anónimos como J.” que descubrieran a los “monstruos” que campaban a sus anchas en la congregación religiosa educativa. “Ahora se está planteando un cambio de leyes para dificultar este tipo de delitos. Aunque no se haya podido juzgar a muchos implicados, me complace saber que todos juntos hemos logrado una reflexión en la sociedad para evitar esta lacra”, afirma. 

"ABRIR LOS CORAZONES"

Barbero confirma que las denuncias permitieron “abrir los corazones” de los “auténticos héroes” de una tragedia que no quieren que se repita y cuya visibilidad han sentido como un “triunfo”. ”Muchos de esos valientes son ahora padres y lo que más desean es que no les pase a sus hijos”, El suyo, precisa, aún padece una “montaña rusa emocional” a la espera de que concluya el "largo" proceso judicial que le permita cerrar la puerta al pasado. 

No es, pues, esta una historia de venganza. De crimen y castigo. Antonio Andrés Pueyo, catedrático de Psicología de la Universitat de Barcelonacorrobora que la “justicia restaurativa”, el reclamo de que no vuelva a pasar con nadie, es lo que más “bienestar y tranquilidad” provoca en las víctimas de abusos. “Los daños son irreversibles pero les alivia la condena social y el hecho de que pidan perdón”.

La culpabilidad es otro de los sentimientos que se aligeran con las confesiones. “Algunos llegan a sentirse culpables porque piensan que provocaron los hechos o no supieron impedirlos; al saber que hubo otras víctimas confirman que no era culpa suya”, añade Andrés. También les angustia no haberlos denunciado antes. 

PROTEGER A LOS MENORES

La certificación de delitos sexuales es el primer paso para la gran batalla: prevenir y proteger a los menores, coincide Laura Rodríguez, coordinadora del centro terapéutico de la Fundación Vicki Bernadet. “Es fundamental que la sociedad se sensibilice para que la víctima no se sienta estigmatizada; un bicho raro, el único al que le pasó”, subraya. En un entorno más favorable al agredido le resultará más fácil explicar su drama y a su familia, entender su conducta y lo que pasó. “Si se sienten abandonados, se produce una revictimización. Necesitan apoyos para que el trauma sea menos severo”. Cada víctima es libre de hablar o no y de hacerlo en el momento que decida, remarca la experta, pero el resto de la sociedad sí debe alzar la voz y responsabilizarse. 

En este sentido, las víctimas de los Maristas reprochan que las autoridades y las instituciones religiosas “no estén a la altura”, concreta M., otro denunciante del colegio Sants-Les Corts. “Que salgan a relucir estos abusos, al igual que el 'bullying', que antes formaban parte de la rutina, ya es un logro y un síntoma de madurez de la sociedad, pero las leyes son obsoletas”. Jorge García, agredido en el mismo centro, lamenta que “la mayoría de pederastas estén libres”. “Al menos han pasado algo de vergüenza y quizás gracias a esto no vuelva a pasar algo así”, confía.

Más escéptico y crítico es J., el exalumno que le arrancó la confesión al profesor A.F. con una cámara oculta. Habla de una mezcla de “satisfacción por revelar una verdad que nadie se creía” y de la “cara de tonto” que se te queda al ver que no hubo consecuencias a las atrocidades al que fue sometido durante seis años. “En ningún sitio pasa que un tío confiesa haber violado 50 veces a un niño... y nadie le dice nada. Te preguntas de qué ha servido todo”.