Gernika, la historia se repite 80 años después

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Azucena García. Save the Children

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El pasado 26 de abril se cumplieron 80 años del bombardeo de Gernika y la localidad vizcaína se convirtió en el centro de todas las miradas. En su mayoría de tristeza. Quienes entonces eran niños recordaron la masacre que se perpetró en las calles de esta ciudad, cuyo número de fallecidos todavía hoy es una incógnita. Hay quien lo cifra en cientos y quien afirma que superó el millar.

Las bombas cayeron durante tres horas, tres intensas horas de una estudiada estrategia para destruir la ciudad y aniquilar a la población. Era lunes, día de mercado, y en Gernika se congregaban más personas de lo habitual. Quienes cometieron el ataque lo sabían. Eligieron esa fecha a propósito. Por eso la localidad ha recordado estos días el dolor de entonces y ha gritado en silencio contra la sinrazón de la guerra, que repite patrón en cada conflicto.

Los enfrentamientos destruyen las ciudades y a las personas, pero, sobre todo, rompen infancias. Más de 4.000 niños y niñas vascos partieron hacia Reino Unido tras el bombardeo de Gernika. Fueron testigos del horror y de la necesidad de huir de él para sobrevivir. Tuvieron que despedirse de sus familias, sin saber si algún día las volverían a ver, para comenzar una nueva vida alejada del terror, pero también de todo lo que habían conocido hasta entonces.

Tanto quienes regresaron como quienes permanecieron en Inglaterra narraron la calidez del recibimiento, acogida e integración, un momento trascendental en sus vidas en el que Save the Children estuvo presente. La organización participó en la asistencia de los miles de niños vascos evacuados que partieron desde Bilbao. Trabajó para asegurar su bienestar y garantizar la protección de sus derechos, una tarea que hoy en día mantiene en todos los lugares donde está presente y se registran conflictos.

Ya sea con ayuda material (ropa, calzado, comida), asistencia médica, apoyo educativo o asesoramiento legal, entre otros, Save the Children vela por la protección de la infancia en cualquier lugar y circunstancia que vulnere sus derechos. Lo ocurrido en Gernika nos recuerda que así tiene que ser. Ninguna persona debería ser testigo de una guerra. Menos aún, ningún niño. Pero cuando sucede, hay que estar al lado de quienes sufren para ayudarles a sobrevivir y superar las consecuencias de una guerra.

Hoy Siria centra la atención mediática y no es para menos. Seis años de conflicto y más de cinco millones de personas refugiadas, la mitad de ellas niños, son cifras escandalosas que no podemos ignorar. Sin embargo, ¿las recordamos lo suficiente? Nadie quiere pasar por el horror de una guerra. Nadie debe pasar por él. Por ello, no podemos rechazar a quienes se ven obligados a huir de su país porque quedarse en él no les garantiza seguir con vida. Estamos a tiempo de hacer algo para frenar esta barbarie. Hagámoslo o, de lo contrario, nos veremos abocados a recordar que, 80 años atrás, dimos la espalda a una generación entera de infancias que ya no existen.