"El hotel nos obligaba a desayunar pronto para ocultarnos de los otros clientes"

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TERESA PÉREZ / BARCELONA

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No fue una vez, fueron dos, con lo que el dolor y la rabia que sintió también se duplicaron. La primera sacudida se produjo el verano pasado en un hotel de Malgrat de Mar (Maresme) y la otra hace apenas 15 días, durante las vacaciones de Semana Santa, en un establecimiento de Tossa de Mar (la Selva). Las dos las vivió Elisabet Cano (Castellbisbal, Vallès Ocidental, 1992), coordinadora de ocio de la asociación Arc de Sant Martí, de Martorell. Todavía tiene que mascullar una a una las palabras para explicar lo que les sucedió a ella y al grupo de discapacitados intelectuales a los que acompañaba. Pero tiene clara una cosa: "Sufrimos un rechazo bestial". Porque si un hecho fue grave el siguiente lo superó. Hasta sonroja explicarlo. Ella rompe el silencio para dar voz a situaciones invisibles que suelen quedar impunes y a las que los discapacitados esperan que la futura ley de igualdad de trato ponga remedio con sanciones claras y severas.

Cano cuenta los hechos desde el lado de la discapacidad. Y basta oírla para comprobar el daño absurdo que causan a los discapacitados las actitudes de personas a las que se considera capacitadas. Cano relata su desgraciada estancia en estos dos hoteles, con muchos elementos en común. Pese a estar de vacaciones les hacían bajar a desayunar a las 8 de la mañana para, según les decían, no molestar y que no los vieran el resto de clientes del establecimiento. Lo mismo les sucedía con el acceso a la piscina. "La recepcionista del hotel nos quería fijar el horario en el que podíamos ir, como si nosotros no fuéramos clientes igual que los demás", afirma Cano.

Cada vez que protestaban por una orden peregrina, el trato del personal empeoraba. Cuenta la coordinadora que les llamaban la atención constantemente y todo eran reproches. No les devolvían el saludo y cada vez que pedían algo los ignoraban sin ningún recato. "Nos llegaron a decir que por ir nosotros al hotel, muchos clientes habían asegurado que no volverían más", recuerda la afectada.

PATADAS A UNA NIÑA

El trato de los huéspedes estuvo en la misma línea que el de los trabajadores. "No paraban de mirarnos", dice Cano. Explica que hablaban a media voz cada vez que alguno del grupo pasaba al lado. "Decían: 'Ya están aquí los locos'", oyó Cano más de una vez. Y continúa desgranando la estancia. Revela que para coger el ascensor siempre había largas colas. "Pero era aparecer nosotros y se marchaban, todo por no compartir el ascensor con el grupo". Una familia incluso les grabó un vídeo con el teléfono móvil para demostrar a la recepción que molestaban. "Nos filmaron sin permiso, violando el derecho a la intimidad. Llamamos a la policía". Lo peor de todo, aún tenía que llegar. Una noche, durante el baile, una niña de 10 años del grupo daba volteretas en una esquina de la pista. No molestaba a nadie, pero un turista italiano comenzó a darle patadas para apartarla. "Lo denunciamos pero ha quedado en nada", afirma Cano.

José Manuel Gazulla se considera un activista del ocio inclusivo y ha asumido este papel por convicción, porque las ha visto de todos los colores en los locales de ocio nocturno. Es 'disc jockey', pero un 'disc jockey' especial, uno a favor de la inclusión. Cuenta que ha observado cómo un camarero le tiró la bebida a un discapacitado y también cómo algunos porteros zarandeaban a discapacitados para vetarles la entrada. "Nos quieren hacer invisibles y no lo lograrán. Defiendo el ocio inclusivo", dice. Pincha con el nombre de Dj Josepe y dinamiza espectáculos para socializar al colectivo y también al resto de la sociedad. Gazulla actúa en fiestas populares y celebraciones y tiene pendientes proyectos más ambiciosos. Es un apasionado de la música y esa misma pasión es la que utiliza para lidiar "contra las injusticias que hay en el ocio nocturno", concluye.