"Te queda el miedo"

Víctimas y familiares relatan las secuelas del infierno del 'bullying'

IMMA FERNÁNDEZ / BARCELONA

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“No se olvida nunca. He vuelto a tener ataques de pánico, recuerdos. Te queda el miedo, mucho miedo”, atestigua Míriam, de 25 años, una víctima de ‘bullying’. El túnel del terror fue en su caso muy largo. De los 9 a los 17 años, cuando accedió a la universidad, aunque tuvo que continuar el tratamiento por “estrés postraumático”. Una deficiencia auditiva marcó su diferencia. “Se reian mucho, me lanzaban monedas y objetos, porque no pronunciaba bien las cosas. Me hicieron sentir distinta”.

El vía crucis empeoró con la pubertad. Entró en la “cueva”. “Se añadió mucha más mierda a mi propia mierda”, verbaliza. Recuerda un incidente en el gimnasio que la marcó. “Estaba con sostenes y mis compañeras me empujaron fuera, me vieron los chicos, me tiraron...”. Una experiencia muy traumática, argumenta, porque estaba lidiando con la angustia de un cuerpo que no aceptaba. Quiso suicidarse saltando desde un muro. Dos amigas frustraron su intento y hoy lo puede contar, y lo cuenta, para ayudar a concienciar contra el acoso. 

El testimonio de Míriam y otras víctimas y familiares ha abierto este jueves el primer Simposio Contra el Bullying impulsado por la Fundació del FC Barcelona y el Col.lectiu FU, que prosigue este viernes con la participación de expertos y entidades. La iniciativa incluye la presentación del ‘Manifest Alan’ para reclamar una legislación que dé mecanismos contra el hostigamiento. Esther y Xavi, los padres de Alan –el menor transexual que acabó con su vida en diciembre del 2015–, han compadecido para alertar del “enorme sufrimiento que padecen los acosados, la mayoría con ideas de suicidio” y recordar que la muerte de su hijo es un "asesinato social”. “Le eligieron porque era una buena persona, van al más vulnerable y sensible”, contó la madre emocionada.

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"LAS AMIGAS REÍAN LAS GRACIAS"

"Perdí la adolescencia. Solo quería hacerme grande”, cuenta Marta Tena, que sufrió de los 13 a los 15 años “el menosprecio” de la clase. Era la gallina a la que todos picoteaban. “Hasta mis amigas se reían de las gracias y burlas para evitar que fueran también machacadas. Las risas de todos alimentaban al acosador. Solos no son nadie”.

La experiencia le llevó a un brutal aprendizaje: “Para conseguir el amor has de someterte”. Sobrevivió cargando a solas con las humillaciones y la tristeza. La terapia le ayudó, pero las secuelas perduran para siempre. “La inseguridad, la baja autoestima, el miedo al que dirán...”. Por contra, aquel sufrimiento le ha hecho más solidaria y empática.

AGRESORES IMPUNES

“Mi hijo tiene miedo de encontrarse con los agresores, que viven a cuatro calles. Aún les salen eccemas por los nervios”, relata Maria, la madre de un crío apaleado de insultos en primaria. “Lamento que no detectáramos desde el principio que la escuela era para él un matadero, con los leones, una angustia constante”. Fue el trastorno bulímico, los vómitos que se provocaba en su desesperación, lo que llevó a la familia a amenazar a la escuela. “Si no denuncias no se implican”, remacha.

Jaume Borràs, el padre de otro joven denigrado en primaria, ratifica unos daños irreparables que se extienden a toda la familia. “Mi hijo vivió un infierno y yo caí en una depresión grave. Nos cambió la vida. Tuvimos que irnos del pueblo, cambiar de trabajo, vender la casa... Es una injusticia porque el agresor no lo paga, queda impune, lo paga la víctima”.