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El burdel de las muñecas

Visita al recién estrenado local de Barcelona donde se consuma el sexo con muñecas de silicona

Muñeca 8 Katy, una de las muñecas de Lumidolls, el pasado lunes por la noche.

Muñeca 8 Katy, una de las muñecas de Lumidolls, el pasado lunes por la noche.

MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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Se dice con frecuencia que mover un cadáver es una empresa mucho más complicada de lo que sugiere, por ejemplo, el cine, y que esa facilidad para cargar con un cuerpo sin vida de la que hacen gala los manipuladores de cadáveres en la pantalla es un mal reflejo del esfuerzo que exige realmente la tarea. Manipular una muñeca sexual debe ser lo más parecido a manipular un cadáver. Cuarenta kilos de aluminio y silicona diabólicamente entreverados no se alzan ni transportan con facilidad, ni siquiera en las escasas distancias que depara la superficie de una cama. Lo cual es un problema: a poco que al cliente lo seduzca una experiencia variada, habrá de mover la muñeca. O el cadáver. Eros y tánatos. Más de un novato se habrá llevado una decepción.

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Acaba de abrir el primer burdel de muñecas sexuales de Barcelona -Lumidolls- y acaso sea otro síntoma de que es una ciudad para todos los gustos. El lugar funciona conforme a las reglas de un protocolo que exige reservar de antemano, escoger una muñeca entre cinco disponibles y ponerse en contacto poco antes de la hora acordada para ser informado de la dirección (que apunta a un lugar del Gòtic, cerca de la Rambla y de Sant Jaume). Funciona así, con discreción, con algo de secretismo. En el portal no pone 'Burdel de muñecas' ni en la puerta del piso hay un letrero, una señal, nada. Tampoco es que los haya en los pisos de prostitutas.

Una joven abre la puerta. Un vestíbulo irrigado con la luz de una pequeña vela conduce hasta un salón donde reina una mesa grande y elegante, el escenario del pago. En el lugar desembocan varias puertas, entre ellas la del cuarto donde, al parecer, espera Katy. "Katy es una 'lumidoll' de 170 centímetros de altura y grandes pechos que se hace muy sensible al tacto", reza la publicidad. "Tiene todo lo necesario para cumplir tus fantasías con un realismo difícilmente igualable al de cualquier otra lumidoll". Junto a la puerta de la habitación hay una pantalla con una foto de Katy y una serie de consejos finales escritos como si la autora fuera la propia muñeca. Katy dice: soy flexible, pero no tanto. Katy dice: la ropa oscura me ensucia la piel. Katy dice: como todas las mujeres, lubricada funciono mejor.

AMISTADES ENTRAÑABLES

Katy espera en el interior. Sentada en el borde de la cama observa con sus ojos azules el horizonte, no importa que el horizonte acabe a medio metro, en una pared decorada con una reproducción de Klimt: 'El beso'. Sus descomunales pechos no precisan de sostén alguno para desafiar la ley de la gravedad, pero un sentido estético de las cosas impone que lleve sujetador, uno diminuto, muchas tallas más pequeño que el que seguramente se pone cuando va al supermercado. Pelo rubio, dedos finos, uñas postizas. El mobiliario incluye un armario, dos mesitas, un sillón y un televisor con canales X. La cortesía de la casa la representan una copa de cava y una pequeña porción de fresas.

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En el cine, a las muñecas sexuales les hablan. Sus dueños entablan una entrañable amistad con ellas, les llevan el desayuno a la cama y las sacan de paseo, así que no es disparate preguntarse si el cliente auténtico de este lugar hace lo mismo. ¿Saluda a Katy en cuanto la joven recepcionista se ha marchado? ¿Brinda con ella? ¿Comenta algo sobre la calidad de las fresas? ¿Le dice que la quiere y que se siente solo durante la cópula? Cuarenta kilos de silicona bien pueden tener poderes terapéuticos. ¿Quién estará mejor dispuesta para la escucha? ¿Katy, sus 170 centímetros de altura, sus grandes pechos? ¿Leiza, la "diosa de ébano hecha muñeca"? ¿Lily, "delgada, suave, con cintura de avispa y pecho totalmente natural al tacto"? ¿Aki, "su pecho voluptuoso", "su suave torso"? O quizá solo se viene a lo que se viene.

QUITAR UN SUJETADOR

Es posible que haya maestros en el arte de relacionarse con muñecas, gente bregada capaz de manejarse con Katy con la solvencia de un buen amante, pero también es posible que hayan desarrollado ese talento con la práctica. Quitarle el sujetador a una mujer siempre ha sido una empresa laboriosa: con Katy es arduo y engorroso. Rápidamente, su flexibilidad se revela proporcional al volumen de concreto en los músculos del cliente: unas dosis reducidas pueden ser fuente de problemas. "A ver, Katy, dobla esta rodilla… Por favor, Katy… ¡Katy! ¡La rodilla!" Pero la rodilla no se mueve, o peor, se mueve hacia donde no debía, y en lugar de una posición de alto contenido erótico Katy acaba teniendo el aspecto de haber sido arrollada por una moto.

Una hora con Katy pasa rápido, sobre todo cuando ha sido menester cambiarla varias veces de posición. La muñeca se ha dedicado a posar para la cámara y ese trajín ha dejado huella en sus pies en la forma de suciedad acumulada: a la silicona, la mugre se pega con facilidad. La muñeca se despide mirando al horizonte. Es algo que hace muy bien.