Robots para ensanchar el cerebro

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CARMEN JANÉ / BARCELONA

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Trabajan con máquinas para llegar a la máquina más potente e inescrutable de todas: el cerebro humano. En la Fundación Ave Maríaun centro para discapacitados intelectuales profundos en Sitges, los robots son algo cotidiano, casi un compañero más. Y la tecnología y la inteligencia artificial, una puerta, una llave para acceder a emociones, habilidades, socialización, atención, estimulación. “Creemos en la plasticidad cerebral, en que el cerebro nunca deja de aprender y desarrollarse, y la tecnología es un instrumento”, afirman David Amela y Yolanda Macías, educadores del centro.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"\"El cerebro nunca deja","text":"\"El cerebro nunca deja\u00a0de desarrollarse, y la tecnolog\u00eda es un instrumento\""}}Ramonet, Asunción, Mercedes, Laia, Xavier y Fina tienen taller de robótica. Son adultos, algunos ya ancianos. Con paciencia infinita y un ritmo muchísimo más lento que el que campa por las calles de Sitges repasan qué necesitan para hacer un zumo de naranja, una actividad tan cotidiana que a muchos se nos olvida todas las partes que requiere. Con fichas plastificadas, las van desgranando: “Naranjas, un plato, un vaso, un exprimidor, un cuchillo, un delantal…” Y las actividades que exige: “Lavarse las manos, cortar las naranjas, exprimirlas…”

Algunos lo pillan muy rápido y otros se encallan en el orden, en las figuras, en las partes. Un zumo de naranja más deconstruido que su pulpa para trabajar la retención, la secuenciación, los objetos. 'BeeBot', un robot que se suele usar en clases de primaria para introducir a los niños en el lenguaje de la programación, será el guía. Cuando hayan compuesto la secuencia, podrán acompañarlo paso a paso, porque 'BeeBot' va tan lento como ellos. Tiene botones que cuando se pulsan hacen que el juguete avance 15 centímetros. Ni uno más. Si se conecta a un ordenador, se le pueden programar secuencias más complejas.

INSTINTOS MATERNALES

Laia, mientras, sonríe abrazada a 'Lluna', un robot dinosaurio que fuera de Ave María se llama 'Pleo' y se usa para fines terapéuticos porque simula las reacciones de un pequeño cachorro. Aquí es casi su niño. Lo abraza, le da de comer, lo entretiene y el robot responde. Y ella sonríe, lo acaricia y lo mira. Laia es autista y para ella esto es un pequeño milagro.

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Sus terapeutas, David y Yolanda, se sienten felices con su reacción. Se siguen sorprendiendo cada día, pese a que conocen a sus “chicos”. Al fondo de la casa de la Fundación Ave María está el Instituto de Robótica para la Dependencia, un centro creado para aplicar muy alta tecnología al desarrollo del cerebro. Desde lo más básico. Han creado un sistema que lee hasta 11 funciones cerebrales (atención, memoria, coordinación visomotriz, reconocimiento verbal, angustia…) a partir de sensores conectados a la mano y a la cabeza. Con él, Joan Oliver, el director, quiere poder poner cifras y alarmas a “si están estresados, si atienden…”. Algo que para Yolanda o David no tiene secretos pero que sirve para médicos u otros terapeutas. “Los robots son instrumentos, pero no suplen”, insisten.   

“Aquí podemos probar cosas, todos somos 'betatesters'. Hemos hecho que escolares catalanes nos programaran aplicaciones para los robots. Les hemos invitado a venir para que vieran cómo las aplicábamos, y se han implicado. Y así, en vez de estar cazando Pokémons, los alumnos descubren que pueden hacer cosas que ayuden a otros. Y eso engancha y hace que ayuden a integrar la discapacidad”, explica Amela, mientras muestra un vídeo en el que Ramonet, ya mayor, va pulsando entusiasmado un Makey Makey -un miniordenador artesanal que sirve para ayudar a programar objetos- en el que las teclas ayudan a asociar a los países con sus músicas.

ROBOTS PARA AYUDAR

“Trabajamos desde la felicidad, con lo que les gusta. No queremos que se frustren y se frenen”, señala Macías, mientras acompaña el dedo de Asunción para que llegue a donde su mano no atina. “Si les acompañas, llegan”, dice. También hay otro robot, 'Jordi', un pequeño androide que les recuerda cosas como tomar la pastilla o clasificar la ropa. Porque la fundación ha robotizado el sistema de trabajo en una lavandería en la que trabajan personas con discapacidad.

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En este auténtico 'racó de la calma', los móviles no sirven para el Whatsapp. Aquí ponen música para relajar, por ejemplo. También han convertido el ordenador en una estación de trabajo con pantalla táctil con ‘apps’ que usan una o dos pantallas, y que permiten repetir las cosas todas las veces que se quiera. Al ritmo de cada uno “y con sus propios intereses, porque son trajes a medida”. Ahora quieren renovar el sistema, llamado Harmony, para hacerlo móvil. Y crear su particular 'big data' con los datos que van recogiendo de todo lo que les ocurre en la residencia (el parte en papel de toda la vida) para establecer patrones. “Sensores, internet de las cosas, robots… usaremos cualquier cosa que facilite nuestro trabajo, que es ayudar a las personas”, dicen.

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