"Mamá, tengo alzhéimer y quiero despedirme de ti"

Beni Piedrabuena cuidó a su marido, víctima de la enfermedad, y ahora lo hace con su hija Mari, de 55 años

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TERESA PÉREZ / BARCELONA

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La vida ha tratado a Beni Piedrabuena, de 76 años, sin piedad. Le arrebataron la juventud y ahora le van a hacer lo mismo con la vejez. “Si hay infierno, está aquí en la tierra”, sentencia. Ella recibió un fuerte golpe y cuando ya no se tambaleaba le propinaron otro. Beni ha vivido, durante 16 años, el día a día del alzhéimer, al lado de Juan, su marido. Riendo, llorando y respirando junto a él desde que a los 48 años le comunicaron que tenía la enfermedad de la desmemoria. Era entonces la persona más joven que había en la Associació de Familiars de Malalts de Alzheimer de Barcelona (AFAB). 

Juan ya se ha ido, pero aquí se ha quedado Mari, su niña del alma, a la que con tan solo 48 años, ahora tiene 55,  le informaron del mismo diagnóstico y a la misma edad. “En diciembre hará siete años”, recuerda. “Me podía haber pasado a mí y no a ella” y añade “porque el marido es una cosa y la hija otra”, se justifica. Beni ha sido la fiel cuidadora de su pareja y ahora se desvive con su hija. “No sé que he hecho, pero la vida ha sido muy injusta conmigo”, concluye. Beni también le ganó la batalla a los 41 años a un cáncer muy agresivo, tanto que apenas le daban nueve meses de vida.

BESOS EN LA MEJILLA

Cuando se enteró de que la enfermedad se había fijado en su niña, a Beni Piedrabuena se le hundió el mundo. Recuerda que hacía frío y llovía el día que Mari le llamó por teléfono. Entre sollozos le pidió que fuera a su casa porque quería despedirse. Beni se alarmó, pero no sospechaba que iba a recibir  la única noticia para la que no estaba preparada para oír: “Mamá tengo alzhéimer y quiero despedirme de ti porque dentro de poco ya no podré hacerlo”. Y se abrazaron.

Reconoce que su hija ya no es la ni la sombra de lo que fue. Está delgadísima “la enfermedad se la come”, explica. Mari hablaba cuatro idiomas y era secretaria de dirección. “Ahora ni siquiera se comunica y desde hace poco ya no da besos, solo acerca los labios a tu mejilla. Era muy buena, como ella no hay otra”, dice con los ojos humedecidos por la pena y la rabia acumulada durante años. Sabe que no puede llorar delante de la niña. “Solamente cuando estoy sola, en mi casa”, apunta. En su vivienda, su única alegría se la proporciona Pitus, un canario que no para de cantar. El fotógrafo me ha dicho: “Sonríe y le he respondido: 'si no tengo nada para sonreír'”.

UNA SONRISA

Muchas veces cuando está viendo la televisión en su casa, le asaltan sentimientos de culpabilidad por no estar con su hija y emprende el camino de la residencia donde está la niña para regalarle parte de su tiempo de descanso. Beni entra en el centro y con una forzada voz cantarina pregunta: “¿Dónde está mi niña? Me busca con la mirada y cuando me ve abre los ojos y suspira. No puede expresarse, pero sonríe. Yo creo que me reconoce. A veces hace pucheros y se echa a llorar”. Beni muestra el texto de una poesía porque asegura que para ella refleja esta tragedia: ”Recuerda que te necesito. Que lo mejor de mí ya partió. No me abandones, quédate a mi lado. Ámame, hasta el fin de mi vida”.

Beni explica que Juan era muy trabajador y estaba siempre pendiente de sus hijos. "De la noche a la mañana no era nadie. Tuve la sensación de que me quedé sin marido, pero no me sentía viuda sino que lo veía como un bebé. Cuando mis hijos lo llamaban papá no respondía. Solamente atendía al nombre de Joan, siempre le habíamos llamado Juan, pero él con la enfermedad regresó a la lengua materna, eso me explicaron los médicos”. Guarda como oro en paño las fotografías de su marido y de su hija y las saca para poder explicar los estragos que ha causado la enfermedad en sus seres queridos.

Un retrato de Joan, Juan o papá preside el comedor de la casa en el distrito de Sant Andreu en Barcelona. Beni se dirige a él: "Díme dónde estás y si estás bien, explícamelo que no tendré miedo". La rabia se apodera de ella cuando explica que una religiosa le dijo que a su marido la enfermedad se la había mandado Dios y ella airada respondió: "Si Dios es nuestro padre, un padre no debería mandar esta enfermedad a un hijo".