Redes sociales, entre el odio y la libertad

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TONI SUST / BARCELONA

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La muerte del torero Víctor Barrio, el pasado 9 de julio, devolvió a la actualidad el debate sobre las redes sociales y la conveniencia, o no, de imponer límites a la opinión en espacios como Twitter y Facebook. Tras fallecer a causa de una cornada en el pecho en la plaza de Teruel, Barrio fue objeto de todo tipo de burlas y de mensajes vejatorios de celebración de su muerte por parte de antitaurinos. Estos mensajes fueron objeto de innumerables denuncias. Algunos de los que se mofaron de la desgracia de Barrio han sido identificados.

No es algo muy distinto de lo que sucedió cuando, en marzo del 2015, el copiloto Andreas Lubitz estrelló un avión que iba de Barcelona a la localidad alemana de Düsseldorf. Entonces proliferaron mensajes de gente que celebraba que hubiera catalanes en el vuelo. En cada caso, un colectivo determinado se ha sentido agraviado por los insultos, y ha clamado por que se castigue a los responsables.

A todo esto, este mismo jueves, el Tribunal Constitucional falló que la libertad de expresión no ampara el odio y condenó a un año a una tuitera que se había mofado de las lesiones sufridas por la víctima de ETA Irene Villa. Una sentencia que podría servir de precedente, si bien, como subraya el catedrático de Derecho Penal de la UB Joan Queralt, el Supremo, al tiempo que penaliza los tuits de la condenada, le rebaja de dos años a uno la pena que le había impuesto la Audiencia Nacional. “Eso demuestra que el Supremo sabe que camina sobre cristal. Marca terreno de forma educada”.

CONVIVENCIA

Los expertos consultados por este diario coinciden en que no hay más remedio que convivir con ciertas actitudes indeseables que no por serlo suponen una vulneración de la ley. Si no hay invitación a la violencia, argumentan, no hay delito. También comparten la convicción de que no hay que buscar soluciones en una sobrelegislación. Que no conviene repetir el modelo impuesto por la clase política en relación con otros delitos: reformar el Código Penal cada vez que hay un crimen desgarrador solo para contentar al público.

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“Legislar es lo más barato que hay”, subraya Queralt, que alerta contra el hecho de fijar límites a la libertad de expresión: “Cuando empezamos a decir que tiene límites, acabamos con ella. Cuando se dice que la libertad no es un derecho absoluto, la recortamos. Y cuando empezamos a recortarla no existe el fin. No pararemos”. Sobre el caso del torero, como el de los catalanes muertos en el avión, el catedrático es muy claro: “El honor solo lo tienen los vivos y su defensa requiere una querella del afectado. Solo si sus herederos también son objeto de la ofensa podrían denunciar. Si me siento ofendido, me puedo sentir ofendido por todo. El riesgo es subjetivizar las normas. Entonces perdemos la objetividad de la ley. Si cae un avión con un presidente al que tienes manía y dices '¡qué bien!', eres un miserable, pero eso no es delito”.

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También recuerda que no en todas partes se ve el asunto de la misma manera: “En EEUU no existe el delito de odio. En los códigos europeos, sí. La jurisprudencia más liberal y la doctrina más sensata indican que no existe el derecho a no ser ofendido”.

NO A UNA RESPUESTA EXCLUSIVA

“Alegrarse de la muerte de un torero es miserable pero no es perseguible legalmente”, sostiene el catedrático de Derecho Constitucional de la UPF Marc Carrillo, que rechaza que se busque una respuesta penal exclusiva en casos como los citados. “La libertad de expresión puede dar cobertura a las manifestaciones más excelsas del pensamiento humano y también a las más miserables. Las manifestadas en las redes sobre la muerte del torero forman parte de la segunda categoría”, afirma Carrillo, que advierte: “El límite a las expresiones miserables es que de su contenido se derive una directa incitación a la violencia, a través de tipos previsto legalmente”.

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DEBATES PENDIENTES

“Cuidado con limitar la libertad de expresión”, alerta Gemma Galdón, doctora en políticas de seguridad. “Los insultos aislados en redes sociales no deberían ser un gran problema, siempre que no incluyan amenazas o formen parte de un 'bullying' colectivo orientado a una persona. Estos extremos son los que requieren de legislación y sentencias que vayan estableciendo límites y posibilidades de intervención legal”, prosigue Galdón, que cree que con el tiempo “la autorregulación aumentará. La sociedad de la transparencia obligatoria cada vez genera más víctimas". Echa de menos más debate sobre la cuestión, sobre los efectos que tiene atacar la privacidad de personas anónimas. “Es evidente que como sociedad debemos debatir cómo incorporamos las nuevas tecnologías y cómo mitigar sus impactos sociales negativos.

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Preguntada por el caso Balearia, el conflicto abierto después de que el músico Quimi Portet colgara la foto de un camarero del que dijo que no le quiso atender cuando le pidió en catalán un café con leche, Galdón cree que es diferente al del torero o Germanwings: “Se expone la identidad de una persona anónima. La víctima debería tener más herramientas legales para defenderse”.

AUTORREGULACIÓN

“Creo en la autorregulación como la principal medida. Y en la defensa de la libertad de expresión en la red. Sin restricciones”, proclama el asesor de comunicación Antoni Gutiérrez-Rubí. “Hay una gran confusión. Los espacios virtuales no son irreales. Son tan reales como los presenciales. Una extorsión en la red es lo mismo que una extorsión física. Los delitos son y deberían ser los mismos. Lo virtual es una dimensión de la realidad”, advierte Gutiérrez-Rubí.

El experto rechaza la posibilidad de una regulación legal en la red, y subraya que su dimensión global complica una regulación global. Pero insiste en que serán los propios usuarios los que evolucionen: “El 'digital vitae' se convierte en el auténtico 'curriculum vitae' de las personas. Lo que dejas atrás se convierte en tu identidad futura. Por eso creo que la conversación digital tenderá a homogeneizar estándares dominantes de normas no escritas aceptables para la mayoría”.

LA TABERNA

“Ya se ha dicho: las redes son la taberna de antes. La gente habla como si lo hiciera en una situación informal entre amigos. El drama es la falta de capacidad de distinguir entre una conversación privada y una pública”, sostiene el sociólogo Salvador Cardús, que no ve viable establecer límites: “Es muy difícil regular un instrumento al que le hemos encontrado la gracia de su poca capacidad de regulación. Puedes llevar a alguien a los tribunales, pero al final ves que no tiene más importancia, es un energúmeno, lo puedes bloquear o abandonar la red”.

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Cardús alerta sobre cierta confusión entre la realidad y las redes: “Quizá todos acabamos imaginando que lo que aparece en las redes es expresión de algo más general, y la verdad es que suele serlo de un friquismo pasado de rosca. El mundo está lleno de imbéciles y parece que tienen una especial querencia por las redes sociales”.