Esclavos en el siglo XXI

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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La esclavitud nunca se fue. Simplemente, se transformó. En el mundo, según un informe de la organización Walk Free Foundation, 45,8 millones de personas sufren algún tipo de sumisión forzosa, laboral o sexual. El 58% de los esclavos modernos se concentran en Asia, sobre todo en la India (18,35 millones de afectados), China (3,39), Pakistán (2,13), Bangladesh (1,53) y Uzbekistán (1,23), pero la mancha se extiende, en mayor o menor grado, por todo el planeta. En España se calcula que viven bajo esta precaria situación 8.400 ciudadanos, el 0,018% de la población.

Entre los siglos XVI y XIX, la trata transatlántica de africanos se convirtió, ironías de la historia, en una de las primeras manifestaciones de lo que hoy se conoce como globalización. El tráfico de personas entre África, Europa, América y el Caribe afectó a millones de personas, hombres y mujeres que perdían las riendas de su vida y que eran vendidos a explotadores en una suerte de mercado tan regulado como aberrante. No fue hasta mediados del siglo XIX que Gran Bretaña (1833), Francia (1848) y Estados Unidos (1865) pusieron fin a esta práctica. La política prohibió la esclavitud, pero solo logró mandarla a la clandestinidad, donde todavía hoy sobrevive, disfrazada de modernidad.

Según Walk Free Foundation, muchos países trabajan de manera intensa para perseguir esta lacra. Entre los diez más comprometidos, España se sitúa en octavo lugar. En el podio, por este orden, Holanda, Estados Unidos y el Reino Unido. En el lado opuesto, los que menos combaten la explotación son Corea del Norte, donde se calcula que el 4,3% de la población vive bajo condiciones de sometimiento, e Irán. También Eritrea, Guinea Ecuatorial, Hong Kong o la República Democrática del Congo. Los autores del estudio, sin embargo, consideran más sangrante que la esclavitud siga tan presente en lugares tan pudientes como Qatar, Singapur, Arabia Saudí, Japón o Kuwait.

Más allá de la fría estadística se esconden historias personales, tragedias que pueden ayudar a entender la situación por la que atraviesan las personas que son víctimas de la esclavitud. EL PERIÓDICO recoge cuatro de estos testimonios, desde Hong Kong a Argelia, pasando por Chicago y Madrid. En su relato coinciden la manipulación, el engaño, la deuda, el abuso. 

"NUNCA ME SIENTO SEGURA DEL TODO"

Cuando salió de Indonesia rumbo a Estados Unidos en junio del 2001, Shandra Woworuntu era una joven de 24 años con esperanzas. De familia acomodada pero educada en ser independiente, esta licenciada en gestión de empresas había perdido por la crisis económica de su país su trabajo en banca y se veía forzada a buscar opciones. Siga leyendo...

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EL TRÁGICO CAMINO HACIA LA PROSPERIDAD

En las rutas migratorias vuelven a ser las mujeres las que más sufren y padecen. Nada más abandonar su país natal, se convierten en una suerte de mercancía al servicio de la mafia. Dejan de contar para el mundo. Sentimientos de indignación e impotencia recorren su cuerpo cuando ven que la explotación sexual es el camino hacia la libertad. Siga leyendo...

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UNA PRISIÓN CON FORMA DE HOGAR

Las fotografías a su entrada en el hospital sugerían una larga estancia en el infierno: el cuerpo deformado a golpes y salteado de heridas abiertas, los ojos hinchados y los pies y manos chamuscados. Erwiana Sulistyaningsih, entonces de 23 años, era una de las cientos de miles de criadas indonesias y filipinas empleadas en Hong Kong. Siga leyendo...

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UNA VIRGEN POR 400 EUROS

Rosa tenía 17 años cuando su familia la animó a irse a España. En su aldea, en Paraguay, se encargaba de la casa, de la limpieza, de cuidar de sus cuatro hermanos pequeños. Pero ni el humilde sueldo de sus padres, ni su empuje y fortaleza, bastaban para alimentar a semejante prole, para proporcionar una buena educación, así que aceptó el ofrecimiento de trabajar en Madrid. Siga leyendo...