Gente corriente

Yolanda Onghena: «La identidad cultural se forja en contra de algo»

Experta en dinámicas interculturales. Investiga en el Cidob (Barcelona Centre for International Affairs).

«La identidad cultural se forja en contra de algo»_MEDIA_1

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OLGA MERINO

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Con más de dos décadas de experiencia en la materia, Yolanda Onghena (Amberes, Bélgica, 1950) sintetizó su original enfoque sobre las relaciones interculturales en el ensayo Pensar la mezcla (Gedisa).

Así que todos somos mezcla. Por supuesto. Empezando por mí misma, de madre francófona y padre flamenco. A veces, piensan que soy negra cuando escuchan mi apellido sin haberme visto.

Onghena. Podría parecer africano, sí. Mi abuelo materno pasó toda su vida en África, donde fue jefe de expedición durante la construcción de la vía férrea a lo largo del río Congo. Parte de mi familia le consideraba un métèque, un sin patria.

¿Lo conoció? No, pero sucedió algo muy curioso: un hijo suyo, tío mío, comenzó a enviarme cartas larguísimas con viejas fotografías del abuelo. Cuando me había mandado unos 150 negativos, falleció. Parece que me hubiera legado el material diciéndome: «Haz algo».

¡Un libro! Escríbalo, por favor. Le estoy dando forma. Hay comentarios interesantísimos en las cartas. Mi abuelo confiesa que prueba por primera vez el pollo en África porque se lo ofrecen los campesinos.

Increíble. Luego el discurso oficial dice que se trataba de educar a unos salvajes en nombre de la gran civilización occidental.

El papel de Bélgica allí fue atroz. Por supuesto. El rey Leopoldo II se arrogó la misión de colonizar el Congo, pero fue una decisión política de todas las potencias. ¿Y con qué derecho? ¡Si ni siquiera conocían el terreno! Conservo mapas de mi abuelo con manchas en blanco. Al final, mi abuelo consideraba África su patria.

Y usted, ¿de dónde se siente? Cuando vives en otro país, tienes que aceptar que serás siempre una extranjera. Eres a la vez visible e invisible. Tienes que aprender a ser humilde y callar; no puedes ir diciendo que ciertas cosas quizá se hacen mejor en tu país.

¿Cómo ve la relación entre España y Catalunya? Lleva aquí 40 años. Soy muy respetuosa y prefiero escuchar, pero me sabe muy mal que unos y otros estén empleando un discurso igual de esencialista. ¡Si vivimos ya en la diversidad global! La gente de a pie se aprecia entre sí; es el discurso político el que busca el enemigo común, el que suele forjar la identidad cultural en contra de algo. Igual que en la adolescencia, cuando construyes tu esencia personal en contra de los padres. La identidad cultural no es estable.

Respecto a la inmigración, ¿qué hemos hecho mal? Es una de las hipocresías de Occidente: cuando se precisó rehacer las ciudades después de la segunda guerra mundial, se invitó a una masa de inmigrantes, mano de obra barata, y se los colocó en el gueto. Ellos no cuestionaban su identidad; solo venían a trabajar con la idea de regresar. No hubo una política de previsión, solo medidas de bombero, de apagar fuegos.

Y les nacieron nietos en la 'banlieue'. En mi país me encuentro con nietos de marroquís que ya son más belgas que yo y, sin embargo, todavía se perciben como inmigrantes. Desde arriba, tendrían que haber visto que había que sacarlos del gueto.

Tenemos un problema, pues. Sí, ¿pero dónde no hay un conflicto? Deberíamos reconocer que existe porque, de otra forma, no hay cómo solventarlo.

¿Y sobre la crisis de los refugiados? Es una vergüenza. Jacques Delors decía que había que buscar un alma para Europa, y tenía razón. Le echamos la culpa a la burocracia de la Unión Europea, pero ¿y nosotros?, ¿somos solidarios?