"Yo avisé en el 2005 a los Maristas de que Benítez tocaba a sus alumnos"

GUILLEM SÀNCHEZ / J.G.ALBALAT / BARCELONA

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Los Maristas recibieron en el 2005 un correo enviado por uno de sus exalumnos que les avisaba explícitamente de que uno de sus profesores, Joaquim Benítez, abusaba sexualmente de los menores que tenía a su cargo. En el mail, dirigido al entonces director del colegio de Sants-Les Corts, Jaume Burgués, el denunciante aclaraba que tenía pruebas de esta acusación porque él era uno de los alumnos que había sufrido sus tocamientos en el pasado. También añadía el lugar en el que se producían dichos abusos: el despacho de Benítez, un cuarto de dimensiones reducidas situado junto a la piscina.

El aviso lo envió O. B., un hombre que ahora tiene 41 años y que había estudiado en la escuela entre 1980 y 1993. Este correo terminaba, según detalla a EL PERIÓDICO, advirtiéndo al director de que estaba seguro de que Benítez había seguido y seguiría abusando sexualmente de más chicos si la escuela no le paraba los pies.

Su intuición estaba sustentada en las charlas que había mantenido con su mujer, diplomada en Criminología. “Ella me aseguró que un depredador sexual que actuaba del modo en que lo había hecho conmigo Benítez tenía toda la pinta de haberlo hecho antes y de seguir haciéndolo después”.

CORREOS A BENÍTEZ, LOS MARISTAS Y LOS MOSSOS

En el 2005, O. B. se cruzaba a menudo con Benítez por las calles del barrio de Les Corts. “Seguía siendo el profesor de gimnasia de la escuela”, recuerda. “Y me miraba con prepotencia”. Una prepotencia que le aguijoneaba y que terminó de convencerle de que tenía que “desenmascarar” a su exprofesor.

Lo buscó por internet y encontró una web que había creado Benítez para promocionar el “shootball” (el juego popularmente conocido como ‘matar’ o ‘balón tiro’ y que este educador reglamentó y trató de promocionar para convertirlo en disciplina olímpica). “Le mandé un correo directamente a él, pero no me respondió”. A los pocos días, dio el siguiente paso y envió el correo al director del colegio. Ni Benítez ni el responsable de la escuela le respondieron nunca.

Al no obtener ninguna respuesta por parte del director de Sants-Les Corts, O. B. quiso dar un paso más. Una amiga, agente de los Mossos d’Esquadra, le habló de una nueva web que había abierto la policía catalana para recoger denuncias de hurtos en Barcelona. Allí mandó él dos avisos telemáticos en los que contó qué pasaba en el colegio de los Maristas con el profesor Benítez. Nadie le respondió tampoco. “Al tratarse de un portal para denunciar hurtos, no hubo respuesta”. Su amiga le aconsejó imprimirlo y entregarlo en mano en la comisaría de Les Corts para que se lo sellasen manualmente. “Estuve dos días con la hoja en la mano y delante de la comisaría. No me atreví a entrar”. Así terminaron los avisos que O.B. lanzó al propio pederasta, al colegio y a los Mossos d’Esquadra. Todos fueron desoídos.

CINCO VÍCTIMAS EVITABLES

El profesor de gimnasia siguió 6 años más impartiendo clases en el colegio, hasta que en el 2011 una familia se presentó en el centro, dijo que su hijo aseguraba haber sido agredido sexualmente por Benítez y este admitió que la acusación era cierta. Entre el 2005 y el 2011, cuando el pederasta abandonó la escuela tras confesar sus delitos a sus superiores (quienes no comunicaron esa confesión a los Mossos), tuvo tiempo de abusar, por lo menos, de este y otros cuatro alumnos. Precisamente estas últimas son las cuatro víctimas que padecieron las agresiones sexuales que todavía no han prescrito y las únicas que permitirán enjuiciar al depredador de menores. 

La denuncia que O. B. ha presentado ahora personándose físicamente en sede policial es una de las trece que el juez ha decidido archivar porque se refiere a delitos que sucedieron hace demasiado tiempo y ya han prescrito. Aunque Benítez no deberá responder por lo que le hizo a él en 1993, O. B. sigue sin olvidarlo. “Me dijo que quería revisarme las piernas. Cuando entré en su despacho me pidió que me quedara en calzoncillos y, tras comprobar la largura de mis piernas, me pidió que le agarrara de sus muslos. Me extrañó, pero lo hice. Al final me dijo que me haría una prueba para controlar mi pulso sanguíneo. Me bajó los calzoncillos y me masturbó. Mientras lo decía, me pedía que estuviera tranquilo porque aquello era como tocarme la oreja”.

O.B. salió del despacho contrariado. Le tomó un tiempo comprender que había sido la víctima de un depredador sexual en serie. En 2005, con 30 años, cuando lo tuvo claro y decidió desenmascarar lo que pasaba en realidad dentro del despacho del pederasta, los Maristas no le tuvieron en cuenta.