"Es más fácil cambiar las leyes que la mentalidad"

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Magda Oranich es una mujer que no está para tonterías. Su lado mediático orilla la vertiente más reivindicativa, con la defensa de los derechos de la mujer en el epicentro de su inquietud profesional y personal. Asegura que no estamos tan mal, que se ha avanzado mucho si uno echa la mirada 40 años atrás, a 1976, cuando la Universitat de Barcelona celebró las primeras Jornadas Catalanas de la Mujer, que significaron un hito histórico en la emancipación del sexo femenino. Oranich estuvo ahí. Por eso insiste en que hemos ido a mejor, aunque es consciente de que el camino se intuye todavía largo y arenoso. "Es más fácil cambiar las leyes que las mentalidades". 

Se colegió en 1968, cuando las abogadas representaban el 1,5% del total de letrados en ejercicio. Hoy son casi el 50%. En un mundo de hombres, sin juezas ni fiscalas, puso la placa en la puerta y tiró de una vocación que arrastraba desde la infancia: "Mis amigas querían ser azafatas o casarse, pero yo tenía clarísimo que quería dedicarme a esto". Se centró en los presos políticos y las mujeres, por eso, entre los 20 y los 30 años, pasó "más tiempo en las prisiones que en las discotecas".

Recuerda con nitidez una de las últimas ejecuciones del franquismo. Representaba a Juan Paredes Manot, alias 'Txiki', condenado a muerte por pertenencia a ETA. En el cementerio de Cerdanyola, el 27 de septiembre de 1975, ella era la única mujer entre 200 varones. Todos los civiles debían ser cacheados, pero cuando un policía se disponía a registrarla, el juez gritó que la dejaran en paz. "¡A la señora no la toquen!", espetó el magistrado, pocos minutos antes de los disparos. De algún modo, el trato demasiado amable era también discriminatorio. Más todavía en aquella estampa, con un hombre a punto de perder la vida.  

"LA POBREZA TIENE NOMBRE DE MUJER"

Oranich aplaude que la situación social y laboral de la mujer haya mejorado con el paso de los años, pero advierte de un retroceso que viene de la mano de la crisis. "La pobreza tiene nombre de mujer, y aunque la parte legislativa la tenemos más o menos cubierta, la social, la de los valores, todavía no está resuelta, ni mucho menos. Las mujeres siguen sintiéndose culpables por no cuidar a los hijos. Una mala conciencia generada por una sociedad que no es justa con ellas".

Insiste en que el escollo contemporáneo no pasa tanto por la justicia como por la mentalidad. "La ley nos ampara, pero la realidad, no", resume. Y se acuerda de la violencia de género, una lacra que décadas atrás era "un problema particular y con el tiempo se ha convertido, por fortuna, en un problema social".