Análisis

Padecer en la penumbra

JAUME FUNES

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Diego, antes de decidir que no podía seguir viviendo escribió: «No aguanto ir al colegio». Álex, uno de los jóvenes a los que, a ratos, acompaño en la búsqueda de su lugar en el mundo, explicaba así su experiencia escolar: «Te vuelves loco, te roban la vida, se meten en tu cabeza». Con frecuencia solo un drama altera nuestro confort, nuestras visiones simplistas. En el caso que nos ocupa nos recuerda que la escuela es algo más importante que un lugar donde se instruye y se ponen notas, donde se tiene éxito o se fracasa. Durante mucho tiempo de infancia y adolescencia es su lugar para aprender a vivir, para ser uno mismo en relación con otros.

Reaccionamos ante los episodios críticos y pedimos medidas. Buscamos certezas en las sanciones, el código penal y los jueces, sin preguntarnos qué convierte un aula en un infierno, por qué nadie parece descubrir los padecimientos, por qué un niño piensa así: «No explicaba nada en casa porque mis padres eran buenos y no quería que se sintieran mal». ¿Tan difícil es descubrir que un alumno no tiene amigos? Cuando sus alumnos pasen las pruebas Pisa a ningún profesor le pedirán que identifique quiénes son los alumnos frikis de la clase. Cuando vuelven a casa preguntaremos por los deberes o las notas, pero no estamos acostumbrados a intentar descubrir si su día escolar les ha aportado algo de felicidad.

La implantación de un 'plan de convivencia'

No volvamos a desandar el camino. Alguno de los sucesos de suicidio y violencia escolar grave de hace una década hicieron que la ley de educación contemplara como obligatorio que cada escuela, ciclo, clase pusiera en marcha su 'plan de convivencia'. En muchos casos no llegó ni al papel. Luego vino la ley Wert y se completó el olvido. ¿Podemos volver a aceptar que aprender a convivir también es una tarea de la escuela que nos gustaría tener? ¿Lo pondremos entre las definiciones de éxito escolar? Hay mucha diversidad de infancias y adolescencias que en su vida de cada día en el aula se ven afectadas por la marginación y la exclusión. Cada madre o padre no debería preguntarse primero sobre si su hijo es víctima, sino sobre si también hace de 'verdugo' a ratos, si aplaude o disimula cuando su compañero padece en soledad.

Cuando reclamemos una escuela de calidad debemos poner entre los requisitos que sus profesionales tengan la capacidad y la posibilidad de observar, escuchar, descubrir, acompañar a todos y cada uno de sus alumnos. La mejor de las prevenciones contra el acoso, la exclusión del diferente, la imposición de reglas de poder y silencio, pasa por poder descubrir cómo evolucionan, cómo es la vida diaria de cada grupo, de qué se va llenando su mochila escolar y su mochila familiar. Pero, si recortamos escuela, si llenamos las clases, si evaluamos primero los Reyes Católicos, pocos maestros y profesores podrán dedicarse a acompañar educativamente, de manera personalizada. Cuando el joven Álex salió de su escuela secundaria y se fue a aprender otros oficios escribió: «Ahora puedo tener amigos».