COP21 EN PARÍS

Bosques contra el cambio climático

Vista aérea de un bosque deforestado en el estado brasileño de Pará, en la Amazonia.

Vista aérea de un bosque deforestado en el estado brasileño de Pará, en la Amazonia.

ANTONIO MADRIDEJOS / BARCELONA

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Los bosques desempeñan un papel tan esencial en la mitigación del cambio climático, debido a su capacidad para absorber el carbono atmosférico, que se calcula que la deforestación y los cambios en el uso del suelo equivalen actualmente a más del 20% de las emisiones antrópicas de gases de efecto invernadero, o incluso el doble en algunos países tropicales. Así que preservarlos no solo beneficia a quienes viven directamente de ellos -según las Naciones Unidas, los bosques proporcionan medios de subsistencia a más de 1.500 millones de personas, especialmente en los países menos industrializados, y son el  hogar de más del 80% de la biodiversidad terrestre-, sino que el equilibrio climático global también depende de ellos.

Los bosques también forma parte de las negociaciones de la cumbre del clima de París (COP21) dentro de un programa conocido con las siglas inglesas REDD+. En líneas generales, los países en desarrollo con gran superficie forestal solicitan ayudas económicas o alguna otra contraprestación para el mantenimiento de sus bosques porque, a fin de cuentas, de su preservación se beneficia todo el mundo. REDD+ no ha funcionado como se esperaba cuando se creó, hace 10 años, pero sigue siendo un buen punto de partida para mejorar la gestión de los pulmones del planeta.

El problema, como explica Santi Sabaté, profesor de la Universitat de Barcelona (UB) e investigador del CREAF, instituto de ciencia forestal en el campus de Bellaterra, es que en muchos países el problema de la deforestación no es solo una cuestión de pobreza, sino de gestión. "Por ejemplo, durante años se ha vendido como una panacea la conversión de bosques para plantar soja y palma con el objetivo de fabricar biocombustibles que a su vez evitarán un consumo mayor de petróleo, pero se ha visto que el balance de carbono es negativo. Se emite más de lo que se recupera", dice.

{"zeta-legacy-despiece-vertical":{"title":"Campos sin labrar","text":"Los suelos \"almacenan tanto o m\u00e1s carbono que la biomasa forestal\", recuerda Rovira, por lo que su gesti\u00f3n es tambi\u00e9n una herramienta clave para luchar contra el cambio clim\u00e1tico. Una de las posibilidades es la agricultura sin labrar. \"Cuando se pasa un arado o directamente un tractor sobre un campo agr\u00edcola, se pierde gran parte de la estructura org\u00e1nica que hab\u00eda en\u00a0\u00e9l, lo que equivale a mayores emisiones de CO2\", dice. De lo que se trata es de recuperar los suelos de manera natural. \"Si no se act\u00faa sobre ellos, vuelve la materia org\u00e1nica y aumenta la porosidad, lo que a su vez se traduce en una mayor producci\u00f3n y capacidad para retener el agua\".\u00a0Estas pr\u00e1cticas se est\u00e1n empezando a emplear en agricultura ecol\u00f3gica, aunque en la mayor\u00eda de los casos se siguen a\u00f1adiendo fertilizantes."}}

La deforestación ha frenado su progresión en las últimas décadas, especialmente en algunos países gravemente afectados como Brasil e Indonesia, pero se estima que, desde los inicios de la revolución industrial, los incendios y la reconversión en terreno agrícola o urbano han sido responsables de la emisión acumulada de unas 180 gigatoneladas (Gt) de carbono a la atmósfera, no tan lejos de las 375 Gt vinculadas a la extracción y combustión de combustibles fósiles. Actualmente, según datos de la FAO, la organización de la ONU para la agricultura y la alimentación, se pierden anualmente unos 13 millones de hectáreas de bosques en todo el mundo, equivalente a la superficie de Grecia. El problema añadido, dice Pere Rovira, investigador del Centre Tecnològic Forestal de Catalunya, en Solsona, es que "los suelos erosionados, desnudos, también van perdiendo el carbono que almacenaban al no haber una cobertura vegetal que lo evite".

FORMACIÓN DE LA MADERA

Al igual que los océanos, los bosques son llamados "sumideros de carbono" por su capacidad para captar el CO2 presente en la atmósfera, explica Sabaté. Durante las fases de crecimiento, y mediante el proceso de la fotosíntesis, los árboles lo absorben hasta que queda almacenado en forma de madera. En situaciones ideales podría permanecer así durante siglos, pero basta un incendio forestal para que el CO2 capturado regrese a la atmósfera en cuestión de horas. La FAO explica que el 20% del peso de la madera corresponde a carbono. En los bosques viejos, cuando los árboles ya dejan de crecer, se alcanza una fase de equilibrio en la que ni entra ni sale carbono del sistema, pero en los bosques en crecimiento, "que es lo que sucede en la mayoría de los nuestros, resultado de la explotación forestal, con árboles que generalmente no superan los 100 años", hay una captación neta, reitera Rovira.

Los bosques, además, pueden ser muy sensibles a los cambios de temperatura. Como han analizado diversos estudios del CREAF, los bosques ibéricos necesitados de temperaturas suaves y pluviometría abundante, como los abetales, los hayedos y los pinares de pino negro y albar, acabarán parapetados en unos pocos rincones aislados o bien se debilitarán y acaban siendo pasto de insectos defoliadores si el cambio climático sigue progresando. Quizá puedan ser sustituidos por árboles propios de ambientes más cálidos y secos, como la encina o el pino carrasco, pero el territorio ocupado por estas últimas especies corre un riesgo de desertización. "Muchas especies quedarán fuera de juego. Ya no tendrán sus condiciones ideales, sintetiza Sabaté.