Sin padres no hay fútbol

Los coordinadores de los equipos de base del Sevilla, el Europa y el Alzamora reflexionan sobre la conducta de los progenitores en los partidos y los entrenamientos

El Consell Esportiu del Baix Llobregat promueve el Juga Verd Play.

El Consell Esportiu del Baix Llobregat promueve el Juga Verd Play. / periodico

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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“Los padres no son un problema; los padres crean problemas”, explica José V. Madolell, director deportivo del modesto Alzamora CF, de Barcelona, con un montón de equipos de niños. “Si jugásemos los partidos sin público, como quien dice a ‘puerta cerrada’, no tendríamos un solo problema. Los problemas con los niños nos llegan del exterior”, cuenta Pablo Blanco, coordinador de la cantera del Sevilla CF, en estos momentos uno de los poderosos de la Liga española. “El fútbol base no es más que un reflejo de la sociedad y en él nos encontramos todo tipo de casuística, pero solo le diré una cosa: si no hubiesen padres, familiares, no existiría el fútbol formativo. El problema viene cuando pretenden que nosotros eduquemos a sus hijos y nos pasan la batuta de la educación”, narra Javi Lucas, exjugador del Espanyol, psicólogo y coordinador del fútbol base del Europa, otro club modélico entre el cariñoso Alzamora y el profesionalizado Sevilla.

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Los tres hombres coinciden en que el 80% de los padres son estupendos, muy serviciales, ayudan y sin ellos, en efecto, no podría haber fútbol formativo. Evidentemente, no es lo mismo el ambiente y comportamiento en clubs modestos que en clubs profesionales “donde existe la posibilidad, sí, de que los padres vean a su hijo más como un fondo de inversiones –dice Blanco—que como un niño, que es lo que es, que quiere divertirse y jugar”. “Hay padres –narra Madolell—que se creen dueños de las vidas de sus hijos y los padres no somos dueños de las vidas de nuestros hijos. Son los padres que llevan dentro un inmenso narciso y vuelcan sobre su hijo todo un universo de emociones, especialmente mucha frustración”. “Los niños vienen enseñados, o no, desde casa. El 90% de lo que son esos muchachos en hábitos, gestos, reacciones emocionales, frustraciones, felicidad, modos y comportamiento lo aprenden en el núcleo familiar y nosotros, o nuestros entrenadores, solo podemos influir en un 10%. Y si la sociedad está crispada, como lo está, eso se nota en nuestro día a día”, señala Lucas.

José V. MadolellTodos ellos recuerdan momentos enternecedores, más que instantes de crispación. “No podemos olvidar a esos padres, madres, abuelos, hermanos a los que no les gusta el fútbol, nada de nada, y, sin embargo, traen al niño al entrenamiento o al partido, porque saben que es su mayor alegría”, cuenta Madolell. “O ese padre apasionado, loco, se diría, amante de los porteros, que se cree Zubizarreta, y se pone, en entrenamientos y partidos, detrás de su hijo, pegado a las redes y compone una mímica, una coreografía vibrante, intentando parar todo lo que le llega a su hijo”. Ese padre, curiosamente, en el Europa, añade Lucas, “lo tendría mal porque, en nuestro club, el césped es sagrado, solo lo pueden pisar los niños y sus entrenadores”. Pero, en el Europa, curiosamente, los padres juegan una Liga propia organizada por el club “para que ellos mismos experimenten en sus carnes y mentes lo complicado que es la convivencia en un equipo de fútbol, fuera y dentro de la cancha”.

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“Yo no temo a los padres”, añade Blanco. “Yo temo la influencia de las familias, porque cuando hablamos de padres debemos incluir hasta al novio de la madre o a la nueva pareja del padre, a todos. Y son esas influencias externas las que nos ponen palos a las ruedas. Los niños solo quieren pasárselo bien. Jugar. Participar. Ganar, sí, pero no son malos, no son tramposos, no son duros, no son violentos. Puede que seamos nosotros los que los hacemos malos. Ese entrenador que le grita ‘¡entra como un hombre, joder!’ o el padre que le grita desde la grada ‘¡métele una pata, leches!’ Ahí es donde perdemos nuestra fuerza”. “No hay campeonatos de solidaridad, ni ligas de respeto, ni premios al jugador que es mejor compañero, no”, se suma Madolell, que tiene mucho de la psicología que le enseña la profesora Maila, su hija. “Es mentira que enseñemos a jugar, ¡enseñamos a ganar! Y eso, lo disfrazamos como competir. A los niños hay que enseñarles a que entiendan que los otros también juegan, también ganan y hasta pueden ser mejores que tú”.

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Y es cuando Madolell explica dos anécdotas, que Blanco y Lucas comparten, por supuesto. “El otro día nuestro equipo de prebenjamines, de niños de seis años, jugaba contra el Badalona y su porterito, pobre, tal y como nos ocurrió a nosotros el año pasado, tenía dificultades en sacar, apenas tenía fuerza, era asustadizo y los pillos de los nuestros se dieron cuenta enseguida y lo acosaban ya en su área. Y, claro, recuperaban el balón enseguida y marcaban gol, o casi. Pues yo y mi entrenador les hicimos retroceder, dejar sacar al niño tranquilamente y empezar desde atrás. No cuesta nada hacerlo y fue estupendo. Goleamos igual pero no fue 30 a 0”. Madolell, y todos sus colegas de cargo, son así. Educan con el balón. El sábado pasado, un ‘Messi’ que tienen de siete años, se atrevió a regatear a tres adversarios (incluido el portero), llegó a la línea de gol y colocó el balón sobre la mismísima raya y se paró, esperando que llegase el defensa desesperado para evitar el gol y, cuando lo tenía a dos metros, ¡zas!, empujó la pelota con la puntita de la bota para marcar el gol con recochineo. Madolell bajó de la grada y lo sacó del campo y, al acabar el partido, se llevó la bronca delante de sus padres. O la explicación.

Lucas cuenta otra de las realidades, duras, difíciles, sobre las que hay que estar muy atento: la extrema juventud de los técnicos. “Lógicamente, los entrenadores del fútbol formativo, del fútbol base, suelen ser mucho más jóvenes que los padres, o madres, ya no digamos que los abuelos. Y, claro, los familiares se atreven a todo con ellos. Yo, muy a menudo, suelo decirles a los padres que, de la misma manera que cuando llegan al colegio dejan a sus hijos en la puerta del centro y no entran a sentarse en el primer pupitre de la clase de matemáticas, para ver cómo el maestro imparte su clase, en los entrenamientos deberían dejar al niño y no inquietar al entrenador, que trata de completar, con el fútbol, la educación de su niño”, explica el técnico del Europa. “Ya ni te cuento aquellos padres que son incapaces de modificar o corregir el comportamiento de sus hijos y pretenden que sea nuestro entrenador quien cargue con esa responsabilidad. Es decir, nos exigen a nosotros lo que no se atreven a corregir ellos en casa”, añade Madolell.

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Los tres coinciden en una curiosa sentencia: “Nuestros niños, los de todos, tendrán a este o aquel entrenador, bueno, regular o malo, unos meses, un año, dos, pero del que no se separarán en la vida será de ese padre cafre, cutre, que también existe. Ese suele ser el problema de algunos niños, por suerte una minoría, desde luego”. Y, sobre todo, los tres cuentan que lo primero que aprenden es a “encender las alarmas” cuando un padre les dice “…oiga que yo he jugado a fútbol y sé que mi hijo…..¡uyyyyy!, malo, malo, ¡ojito con este!” “Porque tu juntas a todos los padres de nuestro equipo prebenjamin, infantil, alevin o juvenil y traes a un profesor de historia del arte para que les dé una charla –bromea en serio Madolell—y todos quedan encantados pero nadie pregunta nada, cero. Traes a Pep Guardiola a que les hable de fútbol y le cuestionan, no solo sus títulos, sino sus métodos, sus alineaciones, sus estrategias, todo. Eso de que España tiene 46 millones de entrenadores es verdad”.

De la misma manera que el Europa de Lucas no deja pisar el césped a los familiares o tratar de interactuar con los padres a través de la liga de los papás, Madolell no permite que sus niños celebren los goles chupándose el dedo gordo, dando volteretas o enseñándole a la grada, con sus dos pulgares, el dorsal que lleva en la espalda. “Se saludan, sonríen, se felicitan, a lo sumo un abrazo y al centro del campo. No pueden hacer gestos que puedan herir al otro equipo”, cuenta el coordinador del Alzamora CF. “Y los niños lo entienden y lo hacen contentos. Porque, créame, los niños son lo más sano de este planeta y, cuando tú hablas con ellos, te das cuenta de que la sinceridad de esos chavalitos echa por tierra, destruye, las quejas épicas de sus padres”. “A veces tienes la sensación -añade Blanco- de que los padres, insisto, o familiares, no tienen ni idea de cómo son sus hijos, ¡de lo maravillosos que son sus hijos!”

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Madolell, Blanco y Lucas, que se pasarían días, semanas, meses hablando de sus muchachos, insisten en que la complejidad del fútbol formativo es la complejidad de la sociedad, de la vida misma. “No solo están los niños, sus familiares o nosotros, los coordinadores, con la mejor de las predisposiciones –coinciden los tres—sino también, por ejemplo, está el papel de los entrenadores e, incluso, de los propios árbitros. Los técnicos quieren ganar y si es por 20-0 mejor, pero no debe ser así, no. Los árbitros no siempre entienden que, a estas edades, tienen que poseer, también, también, un puntito de padres o de maestros y aplicar el reglamento con un sentido más de colegio que de Champions, pues hay algunos, sí, que se creen estar arbitrando en Wembley a Messi y Arturo Vidal, en lugar de a niños de diez años”.