Los expertos opinan sobre la impulsividad de los padres forofos

Achacan este comportamiento a las "desmedidas expectativas que proyectan en sus hijos"

Padres animando durante un partido de los benjamines del Club Cornellà Futbol Sala.

Padres animando durante un partido de los benjamines del Club Cornellà Futbol Sala. / periodico

VÍCTOR VARGAS LLAMAS / BARCELONA

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Hay pocos escenarios peores que el de tener el enemigo en casa. Que el comportamiento y los comentarios que oyen los jugadores de su familia desde la grada duelan más que las patadas del rival. Esa es la triste realidad que se vive en demasiadas canchas del deporte infantil y juvenil, donde es mucho más factible encontrar un conato de conflicto en el graderío que sobre el terreno de juego. "Son padres que dejan salir la agresividad competitiva que acumulan en su entorno laboral y social, y que reprimen hasta que llega el sábado deportivo de su hijo. Se comportan como auténticos fanáticos, que ejercen de malos progenitores porque transmiten desmedida en favor de valores absolutos”,  expone Xavier Martínez Celorrio, sociólogo de la Universitat de Barcelona.

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Una actitud que responde a las “excesivas expectativas que esos adultos proyectan en sus hijos”, según Nora Rodríguezpedagoga y directora del programa Happy School neurociencia y educación para la paz, que ve una relación directa entre ese “derroche de impulsividad” de los adultos y los “planes y esperanzas depositadas en los chavales”. “Ellos piensan: Mi hijo soy yo, sus acciones hablan de mí”, añade la educadora.

Celorrio focaliza esa incontinencia en los varones. “Es en esos momentos de frustración acumulada cuando sale a relucir esa masculinidad agresiva más desinhibida y que descargan de dos formas: o sobreexigiendo a los hijos con una enorme presión o insultando a rivales y árbitros”, expone el sociólogo.    

AMPARADOS POR EL GRUPO

Reacciones que no entrarían en el guion previsto para el comportamiento del adulto y que, sin embargo, surgen con intensidad en determinados entornos colectivos. Allí se sienten amparados por la fuerza del grupo y por la consiguiente “difusión de la responsabilidad”, encontrando las circunstancias propicias para “dar rienda suelta a algunos de sus instintos más bajos”, relata el psicólogo e investigador del Proyecto sobre ocio juvenil  de la UB, José Vicente Pestana. “Y si se comportan así en el campo, imaginemos los gritos que debe de dar en la privacidad de su hogar si el chico pierde o, simplemente, no hace un buen partido a los ojos de papá”, agrega Rodríguez. 

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Padres que “se saltan los límites entre el yo y el otro a su antojo”, inoculando esa actitud, vehemente e irreflexiva, a los menores, que les tienen como referentes de comportamiento, destaca la pedagoga. Como consecuencia,  los adolescentes muestran perfiles de falta de contención emocional, inmadurez y excesiva puerilidad”, subraya Pestana.

El problema se agrava con facilidad, dado que las malas influencias no son exclusiva del entorno familiar, como remarca el maestro y antropólogo Jordi Jubany: “La sociedad de consumo tiende a fomentar el entretenimiento a partir de valores como el éxito fácil, el individualismo, la violencia gratuita y los ideales de belleza”.

EL PAPEL DE LOS MEDIOS

 Ahí entran en juego los medios de comunicación y las figuras del deporte que los chavales idolatran.  “Ven cómo se comportan en el campo, cómo los hay que insultan al árbitro y, en algunos casos, cómo gastan millonadas y hacen ostentación de ello”, destaca Pestana. “Y esa figura y la de las estrellas de la TV es la imagen de éxito personal con la que se quedan los más pequeños”, añade el psicólogo.  Y así, se adultera el valor instrumental que puede ejercer el deporte de base en la formación de los jóvenes. “Es un espacio de socialización donde se aprenden actitudes, normas y valores de tipo universalista que capacitan a  los niños  y jóvenes como futuros adultos responsables. Se aprende a ser parte de un grupo, que es mucho más que una suma de individualidades”, comenta Celorrio.

ACOTAR LA COMPETICIÓN

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Pestana destaca la necesidad de armonizar la actividad física como complemento de la formación académica y la educación en el hogar. Pero ahonda en la necesidad de “modificar algunos criterios” fundamentales en la enseñanza de niños “tan pluriocupados que acaban desorientados sobre sí mismos”. “Si se aprovecha el potencial constructivo del deporte, contribuiremos decisivamente a que sepan mejor quiénes quieren ser”, aduce el psicólogo.

Jubany coincide en la capacidad del deporte de base para el desarrollo integral de la persona, por su potencial para enseñar en valores y romper con rutinas sedentarias demasiado presentes entre la realidad cotidiana de los menores. Pero sin caer en el riesgo de la sobreprotección, alerta Rodríguez: “Se está formando a futuros adultos. Debe existir un punto sano de competitividad, acotando el enfrentamiento con un principio y una conclusión. Cuando acaba el partido,  punto final a la rivalidad”.