Gente corriente

Jordi Pujal: «Mi primer sueldo fue para comprar un abono»

Documentalista del Liceu y una enciclopedia de la ópera. Fue presidente del Grupo de Liceístas del Cuarto y Quinto piso.

«Mi primer sueldo fue para comprar un abono»_MEDIA_1

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OLGA MERINO

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Trabajó durante 30 años en una multinacional, hasta que el Gran Teatre del Liceu lo fichó este febrero por sus conocimientos. En parte, la vida ha acabado por recompensarlo, porque la de Jordi Pujal Argüés (Barcelona, 1969) es la historia de una pasión.

-¿Su primera ópera?

-Era adolescente y fue en este teatro, en las localidades sin numerar… Creo que fue Salomé, y debió de ser en 1985.

-¿De dónde le viene la afición? ¿De casa?

-El bicho enfermo de la ópera fui yo. A mis padres les gustaba mucho la música sinfónica y la zarzuela, donde ya encuentras la fascinación por la voz humana… Nunca olvidaré el gesto que tuvo mi madre.

-Cuente, por favor.

-Mi padre falleció muy joven y tuve que ponerme a trabajar a los 16 años para colaborar a la economía familiar. Aunque la situación en casa no era fácil -somos tres hermanos-, mi madre quiso que mi primer sueldo fuera para comprarme un abono del Liceu.

-Ella sabía de su hechizo.

-Todos los domingos por la tarde venía al teatro y hacía la cola. Entonces, las localidades sin numerar de los pisos cuarto y quinto se vendían el mismo día de la función. Me traía los apuntes para estudiar.

-Colas, dice.

-Mire, recuerdo haber salido de una función a las doce y pico, con Alfredo Kraus cantando Lucrezia Borgia, de Donizetti, y al día siguiente cantaba Pavarotti… Pues pasamos la noche aquí.

-¿Dónde?, ¿en la butaca?

-Bueno, nos fuimos al Drugstore de paseo de Gràcia, que en 1989 aún existía. Cenamos, hicimos tiempo, esperamos a que llegara la prensa y volvimos a la cola para el concierto de Pavarotti... De locos.

-Son un público entusiasta y respetado.

-El Grupo de Liceístas del Cuarto y Quinto se constituyó al hilo de las colas que se formaban en la calle de Sant Pau, que era por donde se accedía antes de la reconstrucción de 1999. Hubo una generación, gente muy joven a mediados de los años 50, que tenía una gran afición… En aquella época llegaban a Barcelona muchos divos.

-¿Ah, sí?

-Renata Tebaldi, Mario del Monaco… Gente de aquella época me ha explicado que las colas entonces podían llegar a durar un fin de semana entero. Surgieron parejas y amistades que se mantienen en el tiempo.

-El incendio debió de ser un trauma.

-Yo había estado en la última función, el sábado previo al 31 de enero de 1994. Cuando me lo comunicaron en la oficina, me sentí huérfano. Salí de trabajar, en la fábrica de Frigo, en el Poblenou, y caminé como un alma en pena hasta la Rambla. ¡Había invertido tantas horas en aquellas ruinas que todavía humeaban!

-Toda una vida como espectador.

-Treinta años, casi nada. Llevo un listado de todas las representaciones de ópera y conciertos a los que he asistido.

-¿Y cuántas le salen?

-Voy camino de las 3.000 funciones. He estado en la Scala de Milán, en la Ópera Estatal de Viena, en el Metropolitan de Nueva York, en Washington, en el Covent Garden de Londres, Bayreuth, Múnich…

-Recordará letras de carrerilla.

-De momento, la memoria me funciona; toquemos madera. A veces, la directora, Christina Scheppelmann, llega diciendo la frase de una ópera, y yo se la continúo.

-¿Verdi o Wagner?

-Disfruto con los dos. Hace poco lo discutíamos con unos amigos de Madrid, y al final decidimos que Verdi se nos lleva por delante. Quizá porque somos latinos.