LOS JÓVENES

"En lo mío aquí no hay futuro"

Tres universitarios comparten conciencia de vivir un momento político clave, pero también de afrontar un porvenir incierto que les echa del país, se llame Catalunya o España

JOSEP SAURÍ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

"Cuando empecé en la universidad pensaba que bueno, que cuando acabara la carrera tendría trabajo porque la crisis ya se habría terminado. Y aún estamos igual", explica Natàlia Reina, barcelonesa de 22 años, a punto de graduarse en Ciencias  Políticas por la Universitat Pompeu Fabra y que compagina como puede los estudios con trabajar de camarera. Empuje juvenil y ansias transformadoras sí hay en esta soleada mesa de la terraza del Dalícatessen, a tiro de piedra del Teatre-Museu Dalí de Figueres. Y conciencia de vivir un momento político clave, por supuesto. Pero sin euforias: nadie sabe mejor que los propios jóvenes que su generación afronta retos gigantescos en condiciones precarias. O, como coinciden quizá por influencia del ambiente daliniano, "surrealistas".

Hablar de política en estos días es hablar del  o el no a la independencia, claro. Pero estos tres jóvenes pronto huyen del debate identitario para centrarse en lo social, en los efectos de la política en la vida de la gente. Entonces, la pregunta es si en una Catalunya independiente viviríamos mejorAdrià Rabassa (22 años, de Girona, afronta el último curso de Ingeniería en Vehículos Aeroespaciales en la Politècnica) está convencido de que sí: "Si no tenemos el poder de decidir desde aquí cómo queremos que sea nuestro país, no tenemos el dinero que deberíamos tener, no podemos legislar y no podemos tener los instrumentos que tiene un Estado, no podemos hacer unas políticas sociales de verdad". Y esgrime cómo el Tribunal Constitucional tumbó el decreto sobre pobreza energética de la Generalitat.

CRISIS DE CONFIANZA

Mark O'Neill (23 años, de Figueres, recién graduado en Psicología por la Universitat de Vic), aunque sostiene que ante tantas incertidumbres su voto acabará siendo "emocional", se muestra más desencantado: "Este proceso era algo muy de la gente, de la calle, pero cada vez lo es menos. Se habla poco de los aspectos sociales". Y Natàlia no lo ve claro en absoluto: "Los que nos dicen que España nos limita los recursos para políticas sociales son los mismos que quitan el impuesto de sucesiones y que recortan en guarderías pero ayudan a las universidades privadas. Lo que han hecho con las competencias que tienen ahora no me permite pensar que con una independencia gestionada por ellos mismos la cosa mejoraría". Para Adrià, en todo caso, lo que se verá el 27-S "es si la gente quiere un Estado propio o no; cómo quiere que sea ese Estado lo diría más adelante, en unas elecciones constituyentes".

Adrià sí se siente representado en estos comicios, no así los demás. "Hay una enorme crisis de confianza en los representantes políticos. Me cuesta muchísimo encontrar a alguien con quien me identifique y me crea lo que dice. Y hay pocas propuestas que hagan pensar en cambios reales, en la regeneración de la política", afirma Mark, quien sin embargo rehúye la cómoda postura de echar la culpa de ello exclusivamente a los políticos: "Hace falta un cambio en la mentalidad de la gente. Al fin y al cabo, somos nosotros los que votamos. Debemos estar más abiertos a probar cosas distintas, pensar más, no dejarnos llevar tanto". "Hay que ser más exigentes", apunta Natàlia. ¿Cómo? "Desarrollando el espíritu crítico, algo que en la educación formal no se hace lo suficiente", coinciden los tres.

DESCONEXIÓN

Más allá del 27-S, cuando se trata de sus propias vidas, de sus expectativas, de su futuro, también abundan, por desgracia, las coincidencias. Por ejemplo, al denunciar el fracaso de la integración entre el mundo universitario y el profesional. "La universidad se limita a formar, y está desconectada de la empresa", aseguran. Y reparten la responsabilidad entre universidades, empresarios y administraciones -todas-: "El uno por el otro, nadie hace nada, y cuando acabas tienes un título, sí, pero...". "Este verano me hacía ilusión hacer prácticas en una empresa, de lo mío o de cualquier ámbito industrial, me daba igual -cuenta Adrià-. Pero la única puerta que me abrió la universidad es una página web donde de vez en cuando alguna empresa colgaba alguna oferta... He acabado trabajando en un súper, como cada verano".

Así las cosas, pues claro que "mucha gente opta por irse porque ve más posibilidades fuera", explica Adrià. Él mismo, por ejemplo: "En mi campo no hay muchas salidas aquí. Cuando empecé la carrera ya tenía más o menos asumido que sería muy difícil quedarme, y cada vez lo veo más claro". Mark se va ya, este mes. A la India. No sabe por cuánto tiempo. Tiene algo de dinero ahorrado -trabaja los veranos, montando toldos y persianas, desde los 16 años- y quiere darse tiempo, distancia y nuevas experiencias para tomar decisiones. "La psicología es muy amplia, hay muchos caminos, todos con su respectivo máster. Un trámite... de 8.000 euros, sin el que no puedes hacer nada. Es frustrante". "Me gustaría hacer un doctorado de Teoría Política, pero en España no tiene ninguna salida. En otros países, un doctorado, de lo que sea, significa algo. Aquí no. No es que me quiera ir de Barcelona, que es donde quisiera vivir, pero noto que me echan. O elijo estudiar lo que quiera o decido dedicarme a lo que quieren", concluye Natàlia. O sea, que estos también se nos van, sea de Catalunya o de España.