Vacaciones en

Agosto en 7 grandes urbes

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Los corresponsales de EL PERIÓDICO trazan en sus crónicas cómo se vive este tiempo de vacaciones llamado agosto. La extraña moda china del 'facekini' arrasa en un país que entiende poco de libranzas laborales. Roma y París reinventan hábitos nocturnos, mientras Nueva York sorprende con la recuperación de ese trozo de cielo donde se alzaban las Torres GemelasWashington es una cita con la historiaAtenas, un modo de sobrevivir a la crisis.

PARÍS | Pícnics entrada la madrugada

VICENÇ BATALLA

Lo último que desea un parisiense obligado a permanecer en la ciudad en agosto es encerrarse entre cuatro paredes y continuar deambulando entre monumentos históricos. El invierno y la primavera lluviosa han sido demasiado largos para permanecer en lofts de 40 metros cuadrados y dándose cita en casas de amigos igual de estrechas o bares donde hay que ponerse el abrigo para ir a fumar un pitillo.

La bohemia pasa ahora por comprar un poco de ensalada, embutido y queso, acompañado por una botella de vino en la tienda de comestibles de la esquina abierta hasta la madrugada, y lanzarse en grupo a cualquiera de los ríos y canales de la ciudad para sentir la brisa acuática o, en su defecto, la frescura de la hierba. Y, si llueve, bienvenido sea.

La zona por excelencia, que se extiende durante el resto del año cuando los fines de semana se prestan, es el canal de Saint Martin, en el distrito cerca de la plaza de la República, que está siendo testigo del paso de los bobos a los hipsters y con toda la iconografía consecuente: bares de estética retro, bicicletas de un solo piñón y conversaciones multilingües.

Quizás el local que mejor represente este nuevo ambiente sea Point Ephémère, pequeña sala de conciertos internacional con bar y restaurante anexos en formato de asociación cultural al lado de un cuartel de bomberos. Cada vez que uno de los vehículos sale disparado, los clientes con su cerveza en el exterior se apartan para evitar ser embestidos.

Esta costumbre, que en otras capitales empieza a ser mal vista, es habitual por ejemplo en el bar de L’Ourcq, del canal del mismo nombre, por encima de la plaza de Stalingrado. A falta de vino, el personal de la barra va llenando los vasos de plástico a los clientes que beben en el muelle y que luego deben devolver para recupar el dinero.

En la orilla también hay jugadores de petanca, de pimpón en mesas macizas y, durante el día, piragüistas que reman bajo la atenta mirada de monitores del ayuntamiento en la parte más lúdica del Paris Plage.

La coartada cultural se completa un kilómetro más arriba con las proyecciones al aire libre del parque de La Villette. Como los autocines, pero con el culo a remojo.

NUEVA YORK | Reencontrar las Torres Gemelas

IDOYA NOAIN

Habrá que dar las gracias a esos hidroaviones y helicópteros que como mosquitos recorren el cielo neoyorquino para llevar a sus habitantes más pudientes hasta los Hamptons, los enclaves en Long Island donde también se puede llegar en autobús o tren. Quizá haya que estar agradecido a esa humedad que convierte la piel en sudor, desanima a algunos a venir y anima a otros a huir, lejos durante días o en escapadas de un día a los Rockaways, Fort Tilden y otras de las numerosas playas accesibles por ferry.

O puede que sea cuestión de la ingente oferta de actividades en espacios abiertos, cada vez más generosos, que disminuyen la densidad humana… En cualquier caso, el verano es uno de los mejores momentos para unas vacaciones en Nueva York, una ciudad estos días tan activa como siempre pero donde es inevitable la sensación de palpar y vivir un ritmo diferente.

Es casi obligatorio aprovechar la oportunidad de una de las últimas atracciones sumadas y acercarse a la zona cero, subir en menos de 60 segundos al cielo y, desde la planta 100 del World Trade Center 1 (relevo de las trágicamente ausentes Torres Gemelas), entregarse a la contemplación de una ciudad que se regala ante los ojos. La experiencia no es perfecta por la dichosa manía estadounidense de convertir todo en atracción de feria imponiendo los pasos e intentando meter con embudo añadidos por unos cuántos dólares pero, una vez arriba, llega la magia.

Lo mismo pasa en la nueva sede del Museo Whitney, abierta en el lado oeste de Manhattan, junto al río Hudson y justo al inicio sur del Highline, ese parque elevado sobre unas viejas vías de tren que se ha hecho uno de los destinos ineludibles en Nueva York. No solo hay arte entre sus paredes, sino también en ese edificio de Renzo Piano que, con sus abundantes terrazas y ventanales, ayuda a enmarcar la ciudad.

En verano en Nueva York se puede comer mejor (hasta el 14 de agosto se pueden encontrar ofertas de múltiples establecimientos en la semana de los restaurantes, www.nycgo.com/restaurant-week); se puede comprar distinto, haciendo escapadas a mercadillos de fin de semana como los de Williamsburg y Fort Greene en Brooklyn y se puede también vivir al aire libre la música, el teatro y el cine (http://www.cityparksfoundation.org/events/category/summerstage/ http://bricartsmedia.org/performing-arts/celebrate-brooklyn y http://www.nycgovparks.org/events/free_summer_movies). Siempre están los clásicos, del paseo por Central Park al cruce del eternamente atestado puente de Brooklyn; hay joyas que cobran fuerza, como Roosevelt Island, y espacios alternativos que dan un respiro (como los conciertos gratis de fin de semana en el Union Pool de Williamsburg). Si alguien se anima, puede marcharse a barrios poco transitados como Queens. El único centro de información turística que había allí se cerró hace unas semanas después de siete años de existencia sin que conste llegó a usarlo. Afortunadamente, aún queda espacio para explorar.

WASHINGTON | Museos y aroma a barbacoa

RICARDO MIR DE FRANCIA

Washington es una ciudad de gente con prisa y obsesionada con el trabajo, pero en verano entra en un extraño letargo. Miles de burócratas desaparecen escalonadamente para cumplir con sus dos semanas peladas de vacaciones y el tráfico se diluye a medida que cierran los colegios. Para el visitante es una buena combinación. El único problema es el clima casi tropical que se apodera de la capital, pegajoso y abrasador como si alguien en el infierno hubiera encendido el aspirador. Por suerte hay donde resguardarse. Washington tiene seguramente la mejor oferta de museos del mundo en cuanto a calidad-precio. Casi todos son gratis, cortesía de la Fundación Smithsonian.

Aquí el verano va asociado a las barbacoas y, al caer la tarde, algunas calles hueles a carbón y a cerveza. También la música se democratiza. Entre las esculturas de la Galería Nacional de Arte se puede escuchar jazz y remojar los pies en la fuente con una cerveza en la mano. Otra opción es ir a los conciertos de los viernes por la tarde en Yards Park, llenos de niños y pícnics mirando al río Anacostia. O perderse en la naturaleza sin salir de la ciudad. En los Jardines Acuáticos de Anacostia se pueden ver tortugas y aves migratorias que anidan entre sus tapices de flores de loto. Y enRock Creek Park, el gran pulmón verde de la ciudad, te puedes perder como si estuvieras en los bosques de los Apalaches.

Visitar la capital de Estados Unidos, con la pomposidad neoclásica de sus edificios institucionales, es tener una cita con la historia. Los Archivos Nacionales, el Congreso, el Memorial Lincoln, el edificio del Watergate, el cementerio de Arlington, el teatro Ford... Hollywood los ha recreado tantas veces que no es difícil sentirse parte de un decorado.Pero el verano ofrece la posibilidad de ser algo más que un extra. Sobre la hierba del National Mall se pueden ver películas al aire libre al caer la noche o se puede subir a la terraza del Hotel W a tomar copas contemplando la Casa Blanca. Ni siquiera con el calor la ciudad se desmelena, pero hay vida para trasnochar en las calles U y H o en Adams Morgan. Si se busca una playa, la bahía de Chesapeak, con sus legendarios y exquisitos cangrejos, está a poco más de media hora en coche. O siempre se puede ir al Museo de la Construcción, que este año ha montado una playa artificial donde, eso sí, hay que echarle mucha imaginación.

PEKÍN | El ‘facekini’ eleva la gama playera

ADRIÁN FONCILLAS

Podría ser un grupo de lucha libre mexicana, una invasión de marcianos o sadomasoquistas exhibicionistas, en cualquier caso con un sentido estético confuso y apreturas presupuestarias. Son bañistas chinas protagonistas del último grito de la moda estival: los facekinis.

Como todos los grandes hallazgos de la humanidad, estas capuchas nacieron de la necesidad. La piel oscura en China se sigue asociando a largas jornadas bajo el sol y muy pocas quieren parecer campesinas. La obsesión por la piel nacarada y el disfrute de la playa desembocó en el facekini. Fue Zhang Shifan, propietaria de una pequeña tienda de trajes de baño en Qingdao, quien tocó la tecla una década atrás. Esa ciudad costera, de aroma germánico y epicentro de la acuosa cerveza Tsingdao, es hoy también foco de tendencias globales.

Descontada la estética, todo son ventajas. Preservan la nívea piel, protegen de picaduras de medusas y mosquitos y permiten aventuras extramatrimoniales playeras anónimas. Están fabricados en flexible nylón para ajustarse a la estructura craneal y cuentan con aperturas para ojos, nariz y boca.

Zhang ha explicado cómo creció el negocio. De las primeras máscaras, con torpes zurcidos que recordaban a la familia sonada de la Matanza de Tejas, a toda una línea de colores y dibujos que aúnan funcionalidad y diseño. El pasado año vendió 30.000 unidades y muchas clientas viajan hasta su tienda ignorando el floreciente mercado de falsificaciones. Basta un remojón por las cálidas aguas de Qingdao y otras playas chinas para comprobar su auge.

También la necesidad dictó el último giro. Los niños sentían un comprensible miedo cuando veían salir de las aguas amenazadores grupos de facekinis y Zhang ideó una nueva línea con los vivos colores de la ópera tradicional china. Salud y cultura en un traje de baño, a ver quién da más.

Quizá alguien lo vea con desconfianza, pero no es el primer invento que necesita tiempo para ser comprendido. Revistas de moda occidentales han mostrado ya modelos con facekinis. Cada advertencia sobre los peligrosos rayos ultravioleta es un empujón en la conquista global.

ROMA | Anita Ekberg nunca se ha ido

ROSSEND DOMÈNECH

Los turistas visitan este año la Fontana de Trevi al atardecer, después de la canícula, cuando los mármoles de travertino se enfrían y devuelven una luz casi rosada, romántica. Es el lugar donde los adolescentes de la capital van a ligar turistas, aunque en esta edición los guiris se deleitan más con los ratones que, por sorpresa, salen a decenas, siempre al atardecer, de las sinuosidades de la pétrea escena y saltan de una estatua a otra, tal vez aprovechando unas obras de restauración en curso.Unos gritan, quizá por miedo, otros graban la escena y los romanos, indiferentes o desmemoriados, se las toman con el alcalde, un cirujano especialista en trasplante de corazón.

Los neoyorquinos, acostumbrados a los cada vez más modernos cambios del skyline de su ciudad, claman al cielo por «la Roma que se desploma», como ha escrito The New York Times. «Los romanos tienen la sensación de que su antigua ciudad se está hundiendo más de lo acostumbrado», afirman, citando los tópicos de la basura callejera, la hierba seca en los jardines e incluso las putas en las periferias que, si fuera por eso, alguna peripatética aparca ya en las inmediaciones del céntrico Panteón. Tranquilícense, pues, los colegas, porque Roma lleva siglos desplomándose, aunque por aquello de las supersticiones –el fin del mundo llegará cuando su capa dorada desaparezca–, retiraron la estatua original de Marco Aurelio de la intemperie del Capitolio y pusieron una copia.

Demasiado fácil citar que Via Condotti, con las mejores firmas de la moda nacional, fue construida con las tasas de las prostitutas, que gracias a ellas se terminó la basílica de San Pedro, que las mejores entre las 14 categorías en que fueron divididas, o sea las más bellas de la ciudad, se llamaban mujeres curiales, que ya es un decir, y que el papa Sixto IV legalizó los burdeles e ingresó más dinero con ellos que con la venta de las indulgencias.

La decadencia romana ha vuelto de actualidad porque, finalmente, nada más ser elegido después de tres alcaldes seguidos, progresistas y conservadores, el síndico-cirujano observó que «algo no funcionaba» y por seis veces, seis, se fue a la fiscalía, que ha puesto patas arriba la toma de todos los servicios públicos de la ciudad por parte de las mafias.

«El alcalde es honrado, pero no sabe gobernar», se oye en los bares, que es lo que escriben los diarios y afirman muchos políticos, aunque hasta la llegada del cirujano ningún informador, político, magistrado o policía se había percatado del «nuevo hundimiento» de Roma. Tal vez habría que renovar las placas de mármol que el «monseñor presidente de las calles» mandó colocar en todas las esquinas de la ciudad, prohibiendo dejar basuras. Era el siglo XVIII.

Probablemente hoy Anita Ekberg se habría bañado igualmente en el charco que recoge el agua del acueducto Vírgen, esperando al seductor Marcello Mastronianni, en la mítica escena de La dolce vita.Y quizá William Wyler habría escenificado el mismo encuentro de Gregory Peck y Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma, con aquellos corresponsales extranjeros que desde Roma relataban Italia a sus lectores.

LONDRES | Vacilón y poco de fiar

BEGOÑA ARCE

El otro día salió el sol. Parece una obviedad en agosto, pero hablando de Londres conviene aclararlo. Llevamos un verano muy de aquí. Vacilón y poco de fiar. De pronto hay que calarse las botas y ponerse el chubasquero. Al rato vamos en camisetilla y sandalias. El descontrol indumentario es permanente y el margen de error bastante alto. Pero ese primer sábado del mes hizo sol y calor. Un día de verano propiamente dicho, en una ciudad medio vacía y medio llena. Vacía de londinenses y llena de visitantes. Al lado del Támesis, las terrazas del centro cultural del South Bank estaban a rebosar. Había ambiente de feria Tenderetes de perritos calientes y algodón de azúcar, vendedores de artesanías y una chica con el pelo muy largo que cantaba con voz desgarrada una canción de Janis Joplin y pasaba la gorra. Era media tarde y en los bares, la gente le daba a la cerveza, el proseco y las jarras de Pims. La remodelación completa del complejo de hormigón, que el príncipe Carlos detesta, ha sido un éxito rotundo.

En la Purcell Room, una sala pequeña en el Queen Elizabeth Hall, actuaba una diva del cabaret. Ursula Martinez es conocida por sus monólogos políticamente incorrectos y sus números de estriptís. En uno, ya famoso, lograba extraer un pañuelo rojo de cada orificio imaginable de su cuerpo. Ursula ha trabajado con el grupo La Clique y lleva muchos años circulando por el mundo con sus espectáculos. En el último, Free admisión, entre risas y bromas aborda asuntos tan serios como el racismo, las violaciones o el acoso en las redes sociales. El diario conservador Daily Tegraph ha dicho que va camino de convertirse en un tesoro nacional. La cabaretera y falsa bailaora de flamenco es hija de padre británico y madre española, lesbiana y menos frívola de lo que parece.

El sol seguía brillando una vez acabado el show. Justo frente a la salida, en una gran explanada había otro espectáculo aún más insólito en Londres. Varios niños y algunos padres empapados, entraban y salían de una fuente a ras del suelo. Los chorros desparecían o aumentaban caprichosamente entre gritos de sorpresa y júbilo. Un instante mágico en un verano huidizo.

ATENAS | Aire contra la Troika

CLARA PALMA HERMANN

'Decapendávgusto' significa en griego 15 de agosto, pero como concepto se refiere a todo el mes. Un mes en el que Atenas queda desierta, inmersa en una humedad pegajosa. Los pocos residentes que por trabajo no pueden poner tierra de por medio se pasan el tiempo renegando de su mala fortuna, del calor y de la Troika de acreedores. Pero son casi una minoría en lugares como la céntrica plaza de Omonia, anegada por grupos de turistas y de refugiados que acaban de desembarcar en el puerto del Pireo.

Pero siempre hay donde respirar un poco de aire fresco. Está la roca bajo la Acrópolis, donde antaño se reunía el tribunal del Areópago y ahora van las parejas provistas de palos de selfie. O el monte Licabeto; después de un empinado ascenso –que también puede hacerse en funicular– toda Atenas se ofrece ante la vista.

El verano no acaba del todo con la vida cultural. En emplazamientos arqueológicos al aire libre, como el Liceo de Aristóteles, se desarrolla parte del Festival de Teatro de Atenas y Epidauro. Los museos, por supuesto, también permanecen abiertos. El de la Acrópolis no acoge solo algunos de los frisos originales del Partenón. Hasta finales de septiembre, una exposición temporal trata de arrojar luz sobre los herméticos cultos mistéricos de Samotracia –junto con los eleusinos, los más importantes de la Grecia clásica–.

No faltan tampoco las opciones para quien esté dispuesto a renunciar al fresquito en favor de patearse las calles. El barrio underground de Exarjia, tapizado de grafitos, bulle de vida al anochecer. En el parque de Navarinou, gestionado por los vecinos, suele haber teatro, música o cine al aire libre. En la plaza central del barrio, puede uno mezclarse con gente de medio mundo que hace botellón y toca la guitarra. O degustar, desde la azotea de algún centro social, unos más que aceptables gintónics a dos euros.

Y si alguien quiere comprobar de primera mano los estragos de la crisis, más allá de dar un paseo por las zonas menos turísticas de la capital, puede apuntarse a las excursiones invisibles. Organizadas por la revista Sjedía y guiadas por personas sin techo, estas tas rutas pasan por comedores sociales y albergues, visibilizando así la otra cara de una ciudad de contrastes.