El miedo los hizo pioneros

La primera pareja homosexual que se casó en España celebra 40 años de convivencia, pero solo 10 con derechos El temor al recurso del PP les hizo ir al registro en cuanto salió la ley

Felices 8 El matrimonio Baturín-Menéndez, el pasado 19 de junio en Madrid.

Felices 8 El matrimonio Baturín-Menéndez, el pasado 19 de junio en Madrid.

MANUEL VILASERÓ / MADRID

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"No fuimos los primeros en casarnos por protagonismo. No esperábamos para nada el lío que se montó. Tampoco porque lleváramos 30 años como pareja esperando. Fue sobre todo por miedo. Teníamos pánico a que el recurso que había anunciado el PP nos lo impidiera". La ley de las bodas gais salió publicada en el BOE el 3 julio del 2005 y a primera hora de la mañana del día siguiente, Carlos Baturín y Emilio Menéndez ya hacían cola en el Registro Civil de Madrid. La boda se fijó, con inusual rapidez, para solo siete días después. Era obvio que una mano invisible aceleraba los plazos. Mano que se hizo más evidente cuando la mañana del 11 de julio unas horas antes del inicio de la boda un funcionario del Ayuntamiento de Tres Cantos les llamó para que autorizaran la presencia de 80 medios de comunicación que ya se habían acreditado. "Nosotros solo habíamos invitado a 20 personas pero acabó siendo una boda multitudinaria", recuerda Emilio con una sonrisa.

Carlos y Emilio reconocen que al principio de su relación se habían "acostumbrado a vivir sin derechos". Al fin y al cabo se conocieron cuando Franco estaba vivo y aún estaba vigente la ley de "vagos y maleantes" en la que se castigaba penalmente la homosexualidad. Carlos, originario de Nueva York, había escogido estudiar psiquiatría en España porque era más barato. En Madrid conoció a Emilio, un estudiante gijonés de Veterinaria que luego sería decorador de escaparates. Se enamoraron, pero era "tan duro" mantener su relación en esa España en blanco y negro que optaron por exiliarse a Boston.

"Estábamos tan condicionados que incluso en Estados Unidos decíamos que éramos primos para pasar desapercibidos", recuerda Emilio, aunque al poco tiempo se dieron cuenta de que no pasaba nada. "Lo contábamos y a la gente le daba igual". Cuando regresaron a España las cosas ya habían cambiado mucho, pero cada vez se les hacía más difícil soportar la discriminación.

"Te sientas en una terraza y piensas '¿por qué no puedo tener los mismo derechos que los que están en la mesa de al lado?", reflexiona Emilio. Lo que más les preocupaba era lo que podía pasar si uno de los dos fallecía. "Legalmente nuestra relación equivalía a la de unos extraños. ¡Mi herencia le correspondería a mi madre!", exclama, y recuerda que eran cosas cotidianas las que cada día les recordaban que eran diferentes. Las tarjetas de crédito, las cuentas corrientes, los beneficios fiscales...

UNAS POCAS PALABRAS

Todo eso se acabó por unas pocas palabras añadidas al Código Civil. O casi, porque no durmieron tranquilos hasta que el Tribunal Constitucional (TC) rechazó el recurso del PP. "Estuve siete años preocupado. Casi todos los días le preguntaba a un amigo juez cómo iba eso. Y el me respondía que debía tener fe, que todo iría bien", explica Carlos con su aún acusado acento neoyorquino. En los primeros momentos también les inquietó que nadie más se casara. "¿Qué pasa si somos los únicos que nos presentamos?", se preguntaban.

Luego se casó una pareja de lesbianas que solo quiso fotografiarse de espaldas, una muestra de "lo que aún quedaba por hacer y lo peor vista que aún estaba" la homosexualidad femenina. Las bodas gais acabaron convirtiéndose en cotidianas y a ellos les llegó un alud de entrevistas. Cuentan, orgullosos, que atesoran un baúl lleno de periódicos y revistas donde protagonizan portadas y reportajes. En su entorno la reacción fue muy positiva, incluso en la empresa de Emilio, El Corte Inglés, donde trabaja desde hace 30 años.

"¿Que si queda mucho hasta llegar a la igualdad completa? Queda la lucha contra la homofobia en todas sus manifestaciones, aún presente en la vida cotidiana. Hay muchos que aún se casan en secreto", sostiene Emilio. Ellos no se sienten especialmente víctimas de bromas o humillaciones. En los años 70 era mejor no responder, porque "la policía no iba a ponerse de tu lado", pero con el paso de los años decidieron que no iban a dejar pasar ni una. "Una vez en Canarias yo salía de la playa con la toalla anudada y un camarero dijo algo así como 'mira la mariquita que falda tan mona lleva'. Se creía que éramos extranjeros y cuando se lo eché en cara pidió disculpas, avergonzado", relata Emilio. Pero siguen teniendo que oír chistes o incluso programas de su propia onda en los que se abusa de las bromas sobre la condición sexual.