TRAGEDIA FERROVIARIA EN LA NOCHE DE SANT JOAN DEL 2010

El apeadero de Castelldefels está igual a pesar de los avisos

Un experto afirma que «tenía que haber personal para dirigir el flujo de viajeros»

G. T. / BARCELONA

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Que una estación recién remodelada -las obras de reforma del apeadero de Castelldefels-Platja concluyeron en noviembre del 2009-, se entiende que para mejorar la seguridad y la comodidad del usuario, sea el escenario del peor arrollamiento de la historia de España es un hecho que desafía la lógica. Pero si una concejala del ayuntamiento pudo prever que la estación sería «una ratonera» en Sant Joan y en verano, ¿por qué los expertos en seguridad no? ¿Y por qué no se ha revisado el diseño de la infraestuctura pese a los avisos?

«Había un contacto muy directo entre los técnicos del ayuntamiento y los de Adif y esta preocupación en concreto se les comunicó en alguna reunión -explica María Miranda, que fue concejala de Urbanismo y Obras Públicas con el socialista Joan Sau y hoy comparte mandato al frente de la alcaldía con Candela López, de Movem-. No recuerdo las palabras exactas, pero la respuesta de Adif fue, más o menos, que la estación cumplía las medidas de seguridad pero que lo estudiarían».

Adif no dedujo que fuera necesario contratar vigilantes en las horas de máxima afluencia de viajeros. El turno de los empleados de seguridad privada terminó a las 21.30 horas, igual que el del personal de Renfe, y el nuevo turno no tenía previsto entrar hasta las 23.30, siete minutos después del atropello. Un año después pusieron 17 guardias.

La seguridad, lo primero

Encontrar expertos en seguridad ferroviaria independientes que quieran expresar su opinión no es fácil y si no que se lo pregunten a las familias de las víctimas, que vieron cómo el perito que contrataron con el dinero de una colecta se largó alegando presiones. Finalmente, un experto de reconocido prestigio accedió a hablar a condición de mantener el anonimato.

Esto fue lo que dijo: «La seguridad es primordial y un andén sobrecargado de viajeros tiene el riesgo de que la gente pueda caer a las vías. Si se prevén puntas de demanda, lo correcto es poner medidas adicionales. Estas medidas pasan por tener personal que pueda dirigir el flujo de viajeros rápidamente hacia los accesos y más aún cuando ha habido cambios sustanciales en el funcionamiento de la estación, cuando un paso superior ha quedado fuera de servicio y se ha habilitado un paso nuevo. Es muy importante reforzar la señaléctica, para que el viajero sepa por dónde tiene que salir. Era notorio que en aquella verbena habría un flujo importante de viajeros y lo lógico es que hubiera personal para atenderlos, más teniendo la pista del ayuntamiento».

¿Cómo es posible que aquella noche ningún responsable advirtiera el caos que iba apoderándose de la estación a medida que pasaban las horas? Gabriel sí lo advirtió, pero solo tenía 17 años. De origen ecuatoriano, hacía dos que vivía en Barcelona con su madre, Cecilia, y su hermano mayor, Frank. Los hermanos habían quedado en celebrar la verbena a Castelldefels pero Gabriel decidió avanzarse unas horas y llegar con luz de día para ver la playa; más tarde iría a esperarle al apeadero.

«Serían las siete o las ocho cuando llegué y mi tren ya iba muy lleno -relata-. Recuerdo que al bajar había gritos para que la gente se echara hacia atrás. Yo iba en los vagones centrales y primero no avanzábamos pero luego empezamos a movernos poco a poco. Vi que algunos cruzaban las vías, cuatro o cinco, pero yo seguí caminando. No soy de los que cruzan. Mi madre siempre nos insistía en que nos mantuviéramos alejados de las vías».

Trenes abarrotados

Frank estaba en la estación de Bellvitge pero los trenes hacia Castelldefels llegaban abarrotados y decidió retroceder e ir a cogerlo a Sants. Hacia las 22.00 horas su hermano le llamó para decirle que en media hora estaría allí. «Con una amiga intentamos volver a entrar por los tornos de las taquillas para esperarle dentro, pero no hubo manera -prosigue Gabriel-. Salía tanta gente que no se podía entrar, incluso había quien brincaba los tornos y escalaba por las vallas rojas para salir. Era un caos y esperamos fuera, junto a las vallas. Los trenes llegaban muy seguidos y entraban y salían muy despacito de la estación porque había mucha gente. Creo que conté tres trenes en unos 20 minutos. Y allí fue cuando pasó el Alaris. Fueron dos segundos. Incluso la gente que estaba en el andén salió despedida. Veía a mis amigos sangrando y solo oía gritos».

En todo este tiempo nadie había escuchado el relato de Gabriel. A sus 17 años silenció el dolor por la pérdida de su hermano y agachó la cabeza: «Un día en la calle oí que alguien decía: 'Ojalá eso pase mucho y se lleve a esa manada de ladrones y borrachos'. Me tiré a un rincón a llorar».

Silencio oficial

Renfe y Adif renunciaron a hacer declaraciones a este diario y hay que acudir a documentos judiciales para aportar su versión. En el auto, sus técnicos declaran que «mucha gente en un andén no es una situación de riesgo». Los abogados de las familias, en cambio, acuden al Vademécum de Cercanías Renfe: «En situaciones de alta aglomeración pueden darse situaciones de pánico o comportamiento colectivo irracional».

La coalcaldesa María Miranda aclara que la competencia de la estación es de Adif pero apunta una reflexión: «Una ciudad está viva y va cambiando y lo que tenemos que hacer es adaptarnos a las nuevas necesidades. Bienvenidas sean todas las medidas para que nunca en la vida vuelva a ocurrir una desgracia así». En 2012, el alcalde Manuel Reyes, del PP, pidió a Fomento la mejora de la señalización del apeadero por ser un lugar «muy frecuentado por gente joven». El alcalde ha cambiado pero la estación sigue igual.