Triste aniversario del cáncer de Arousa

'Operación Nécora', 25 años

El 12 de junio de 1990, el juez Garzón y el fiscal antidroga Javier Zaragoza asestaron el primer gran golpe contra las bandas de tráfico de droga de la ría de Arousa. Hasta entonces había sido menos sacrificado el contrabando que dejarse el lomo en el mar, el campo o la construcción. Pero mientras los capos se hicieron de oro, los jóvenes habían caído como moscas. Es la generación perdida de Galicia.

EL arrepentido. Manuel Fernández Padín, conocido en los 80 como 'O Galo', fue uno de los testigos de cargo de la 'operación Nécora'. Superviviente dela heroína, resideen Madrid desde hace 26 años.

EL arrepentido. Manuel Fernández Padín, conocido en los 80 como 'O Galo', fue uno de los testigos de cargo de la 'operación Nécora'. Superviviente dela heroína, resideen Madrid desde hace 26 años.

POR VÍCTOR HONORATO

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En una noche concreta de octubre del año 80 las cajas pesaban más de lo habitual. Costaba levantarlas de la arena de la playa de O Terrón, en Vilanova de Arousa, para cargarlas en los coches. Uno de los jóvenes de la cuadrilla resbaló en una piedra y cayó. La caja que portaba se abrió. Dentro no había tabaco, el rubio americano de contrabando que entraba tranquilamente por las playas de O Salnés desde hacía años. Lo que asomaba eran fusiles.

La historia la cuenta José Vázquez, Sito, profesor de instituto jubilado, alcalde de Vilanova entre 1979 y 1989 y el primer responsable político que denunció que el contrabando estaba ulcerando poco a poco pero sin pausa las entrañas de un pueblo, una comarca y una generación. El relato lo oyó de uno de los participantes de aquella descarga y se lo cree a pies juntillas. Tanto, que se guardó la historia para sí durante 30 años. Pero la anécdota da idea de la tranquilidad con la que operaban las redes que se desarrollaron a partir del germen del estraperlo y florecieron en las postrimerías del franquismo.

Manuel Fernández Padín mira el pocillo de café y manosea el sobre de azúcar. No es exactamente un tic; cuando deja el jugueteo las manos le tiemblan. «Enfermé una noche que consumí tres dosis de LSD. Me diagnosticaron una psicosis maniacodepresiva de carácter tóxico. Aún no había cumplido los 24». Manuel vive en Madrid, desconectado de su tierra desde hace 26 años, cuando se convirtió en uno de los testigos de cargo de la operación Nécora, que levantó el velo de impunidad de los capos. Padín tiene mujer e hijos, pero se siente solo. No tiene amigos.

Sacudirse la caspa

No siempre fue así. Cuando Manuel era veinteañero, en Vilanova de Arousa le llamaban O Galo y tenía una pandilla. Eran jóvenes en una Galicia que trataba de sacudirse la caspa. Benito Iglesias, Nito Sopita, era de los mayores del grupo. «El más escandaloso. En el vestir, en la forma de hablar, de pensar». Nito se fue de viaje a Holanda y volvió con el disco de los Sex Pistols a un pueblo donde reinaba Julio Iglesias. También con historias de una sustancia nueva. «Yo he sido politoxicómano de fin de semana, pero nunca he entendido por qué les encantó tanto la heroína. Era tomarla y caías zapateado».

«Era una gente muy inquieta. Les gustaba la literatura, escribían, pintaban. Y tenían un poder de persuasión del que quedabas admirado», recuerda Sito Vázquez. El regidor llegó a la alcaldía en 1979, con 34 años, y pronto concluyó que para salvar a los jóvenes de la adicción lo menos recomendable era estigmatizarlos. Charlaba con ellos, trataba de dar salida a su creatividad. Consiguieron convencerlo para que les ayudase con un festival de música. El 

Rock no Terrón, como lo bautizaron, se celebró en la playa en 1982 y no tuvo el éxito de público que se esperaba. Los organizadores estaban más pendientes de pasárselo bien que de atender las barras. En el ambiente despreocupado, alguien acabó asaltando la caja. «Hubo que pedir dinero para pagar los gastos. Más de un millón de pesetas de aquella época», rememora Vázquez, que hasta tuvo que poner de su bolsillo para cubrir el agujero. «Trabajaron mucho, pero fue un caos», recuerda Fernández Padín. 

El año 82 también marcó un punto de inflexión en la salud de los jóvenes. En las fiestas de Vilanova, un torneo de fútbol pasó al imaginario colectivo por la estampa del equipo ganador. Lo llamaron Dejadnos vivir, dibujaron el símbolo de la anarquía en las camisetas, negras, y se llevaron el trofeo. Eran 10 y uno tras otro fueron cayendo, víctimas de la heroína. Hoy solo quedan tres, entre ellos Manuel y su hermano Rafa. «Mi hermano y yo jugábamos al fútbol y el que más y el que menos le había dado una patada a un balón. Pero era difícil sacarlos de su mundo. Se ocupaban más de escuchar música, de viajar, de las chicas. Su rutina». Rafa salió del agujero y hoy es policía local en la Illa de Arousa. «Cerré ese capítulo de mi vida hace muchos años. Tengo mi vida, mujer, hijos. No quiero andar hablando, como mi hermano». Rafa y Manuel no se dirigen la palabra desde hace años.

En Vilanova y el resto de O Salnés no había entonces mucho trabajo, y el que había era duro. El mar, el campo, la construcción. Menos sacrificado era dedicarse al contrabando. «En la zona había cantidad de chavales que no hacían otra cosa que la descarga. Apagabas la luz por la noche antes de irte a domir y zas, una descarga. Incluso los he visto en el muelle de Vilanova, a plena luz del día», recuerda Sito. «Aquello era como llamar tontos a los marineros».

Terito y FalconettiLos jóvenes ganaban dinero para los vicios y los caprichos, mientras los jefes se hacían de oro e iban acumulando influencia y poder. Empezando por el viejo Vicente Otero, Terito, que presumía –recuerda Sito Vázquez– de haber traído el primer televisor a España desde Portugal para un gobernador civil de Pontevedra y acabó recibiendo por los servicios prestados la insignia de oro y brillantes del PP de manos de Manuel Fraga. Hasta Luis Falcón, Falconetti, un hombre tan despreocupado que acostumbraba ir a la lonja de Vilanova a comprar marisco sin calzoncillos y la bragueta abierta. Los narcos se pasaron al mucho más lucrativo mundo de la cocaína tras contactar en la prisión de Carabanchel con los carteles colombianos, después de que la primera gran redada y el proceso 11/84 diese con algunos de ellos en la cárcel y otros huidos a Portugal. 

Pero antes de la coca su influencia ya era perniciosa. «Reuní a unos nueve en mi casa. Estaban Marcial Dorado, [Laureano] Oubiña, Manuel Suárez», rememora Sito Vázquez. «Trataba de dirigirme a ellos como padre, hablarles del mal ambiente que estaban creando para sus hijos, que estaban arruinando a todos los negocios honrados, porque se estaban metiendo en todo para blanquear. Se rieron de mí». 

Las risas se convirtieron en amenazas cuando la persecución policial dejó de ser testimonial. «¿Eres el hijo de ese cabrón? Vas a tener que llevarle flores al cementerio». A Sito todavía le rechinan los dientes cuando lo recuerda. Tratando de amedrentar a los pocos que se atrevían a la crítica pública, los viejos contrabandistas, devenidos ya narcotraficantes, revelaban su falta de escrúpulos pese a la campaña constante de relaciones públicas que desempeñaban, con cuantiosas donaciones a la Iglesia, barra libre en los bares a su paso y una constante muletilla: «Yo con la fariña [harina] nada, solo tabaco». A partir de la operación Nécora el idilio quedó roto, las investigaciones se precipitaron. Últimamente vienen abundando los juicios en la Audiencia de Pontevedra en los que los viejos capos intentan justificar que sus patrimonios astronómicos tienen orígenes legítimos. Casi todos han pasado por prisión.

De los que más tiempo recluido ha pasado es José Ramón Prado Bugallo, Sito Miñanco. A punto de cumplir los 60, ha pasado un tercio de su vida entre rejas desde que entró en 1991. Hasta entonces había llevado una carrera meteórica, que le permitió incluso comprar el equipo de fútbol de Cambados y llevarlo a las puertas de la Segunda División. De cabellera despeinada, mujeriego –en sus correrías por Panamá tuvo una relación con una sobrina del dictador Noriega– y amante de los coches, se jactaba de pilotar como nadie las lanchas planeadoras, cada vez más potentes y sofisticadas, que traían el tabaco a la ría desde alta mar.

Su aura de irreductible llevó a un grupo de rock de los 90 a dedicarle una canción que con sorna lo tildaba de «preso político» y clamaba por la «farlopa para la tropa». El Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria decidió en abril que puede dejar de dormir en prisión, aunque le ha prohibido que regrese a Galicia para evitar mayores penalidades a las personas de la zona «que han sufrido mayoritariamente las consecuencias de su actividad», según recordaba el propio escrito judicial. 

Entre aquellos sufridores hay una que se erigió en voz de la sociedad civil, del destrozo familiar en serie que suponía la droga y que se la jugó para señalar con el dedo a los capos. Carmen Avendaño sigue viviendo en Vigo –la ciudad gallega más castigada por la venta del caballo en la década de los 80– y sigue ocupándose de sus hijos, también víctimas de la epidemia. Señala con orgullo que uno de ellos lleva cuatro años limpio y recuerda un episodio personal para que la gente no olvide el verdadero rostro de Sito Miñanco. «Tiene una inteligencia natural, hecha de la miseria, de la necesidad de prosperar. El espíritu educativo falló, pero es un tío emprendedor, de mucho carácter y muy atractivo para mucha gente. Un mago, muy duro, cruel y sin escrúpulos». Días antes de su última detención en el 2001, en un receso durante un juicio en Pontevedra, se encontró sola con él y su abogada. Se enzarzaron en una discusión que acabó en amenazas de muerte. «Ten cuidado conmigo, no des la vuelta a una esquina», lanzó el narco. Una semana después la policía lo arrestaba en Pozuelo de Alarcón.

Un estado insoportable

Manuel Fernández Padín ya no era O Galo cuando llamó a Manolito Charlín, vástago del patriarca del violento clan de Los Charlines para pedirle trabajo en las descargas. La mayoría de sus amigos habían muerto, su matrimonio estaba roto. «Estaba en un estado lamentable física y mentalmente, mi obsesión era curarme», rememora. La primera vez, esperaba toparse con tabaco, y encontró en las cajas hachís. La segunda vez no eran cajas, eran bidones, y el contenido era cocaína. «Tuve un acto de reflexión. Me vi cómo estaba, pensé en mis amigos». Manuel decidió ir a los medios. Lo hizo con Adolfo Rego, otro de los compañeros del malogrado equipo de fútbol sala. Rego estaba ya desenganchado, pero murió de sida años después. Manuel apareció en pantalla con el rostro ensombrecido, pero los charlines lo reconocieron. De camino a entregar cuatro kilos de cocaína, la policía lo interceptó. A los tres días decidió hablar. «Por venganza. Ni me pagaron el abogado». 

Era 1989 y durante años estuvo protegido por el Estado, que le pasaba una pensión, al igual que hacía con el otro arrepentido de la nécora, Ricardo Portabales. El Ministerio del Interior le retiró el sueldo y la protección 20 años después. Estuvo muy enfermo, pero tras un trasplante de hígado en el 2011 su salud ha mejorado. La amargura, sin embargo, lo inunda. «De esto no saqué nada. La gente quiere estar tranquilita, no enfrentarse a nada y si hay narcotráfico que lo haya», suspira. Recientemente ha escrito un libro ¡Dejadnos vivir! La generación perdida, editado por Hércules de Ediciones. No se vende como esperaba. «He sentido el gusto de la muerte en mis amigos. Me he quedado un poco vacío».

La herida vital perdura

Sito Vázquez se mudó a Portugal pero vuelve a menudo a Arousa. Echa la vista atrás y lamenta una oportunidad perdida. «En la comarca las secuelas fueron graves. Había un gran potencial económico, con la ría era la más importante y una huerta que Salvando el Val Miñor no se puede comparar con otro lugar de Galicia. Y se desarrolló, pero a favor de pocos. Esos pazos con viñedos de albariño… De los 40 grandes viticultores, 30 están en manos de narcos o de gente que es pantalla de ellos», protesta. La herida vital también perdura. «Sobre todo en Vilanova, pero también en Cambados, la gente de 60 o 70 años sigue muy traumatizada. No quieren oír hablar de los narcos, hasta les parece mal que se hable». 

¿Puede volver a darse un fenómeno similar? Carmen Avendaño lo ve improbable. «Hemos ganado mucha más confianza. Las fuerzas de seguridad se formaron aquí, la ciudadanía contribuyó, los partidos legislaron, se creó la fiscalía antidroga. Pero es importantísimo recordar que fue una lucha conjunta. Ahora que hay tanto descontento social ves la importancia que tenemos los movimientos sociales apartidistas como complemento del Estado». El joven alcalde del 79 duda en el 2015. «Se puede volver a dar, tendría que ser de otra manera, no como fue, porque ya se vería venir. Pero se puede estar dando ahora mismo y que no se sepa».

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