Con emisora y Whatsapp

El equipo completo 8 Carlos Andrés Anello, con parte de sus aparatos en un cuarto en la azotea de su casa.

El equipo completo 8 Carlos Andrés Anello, con parte de sus aparatos en un cuarto en la azotea de su casa.

CARMEN JANÉ / BARCELONA

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Comenzó enviándose señales de luz en código Morse entre balcones para quedar con un amigo cuando tenía 11 años y ahora, a sus 34 años tiene un smartphone con Whatsapp y un potente ordenador cerca de su impresionante equipo de radioaficionado. Porque Carlos Andrés Anello (EA3HIF para sus colegas de radioafición) lleva hablando por radio, asegura, desde que era un crío, pero no ha descuidado otras formas de comunicarse. «Mi hermano tenía un walkie-talkie y mi padre descubrió cómo conectarlo al cable de una antena de radioaficionado de un vecino que había dejado el bloque», explica.

Luego llegaría el regalo de su primer equipo para conectarse a la banda ciudadana -cuya frecuencia es actualmente libre- y de ahí, a la radio amateur, que le expandía los horizontes. Y, después, más equipo para modular la voz, llegar más lejos, más antena y hasta un piso en el que pudiera destinar una habitación al equipo, eso sí compartida con la lavadora, que no entiende de silencios cuando él habla.

«Con internet muchos radioaficionados se dieron de baja porque, supongo, era más cómodo. Pero la radioafición no es solo hablar con otros. Es experimentar y conseguir que una conexión sea tuya, no de una compañía a la que pagas y en la red que ellos quieren. Esto es jugar con las ondas y la propagación», comenta. Mécanico de trenes, ha hecho de su afición su negocio y actualmente instala mecanismos que suben y bajan grandes antenas para que sea fácil repararlas.

La antena es parte fundamental de su afición y uno de los dolores de cabeza habituales para los radioaficionados, que topan en ocasiones con la incomprensión de algunas comunidades de vecinos, a las que no están obligados por ley a pedir permiso. Es el ayuntamiento quien lo concede y los únicos requisitos suelen ser que la estructura del mástil no sea exagerada y que no rebase el perímetro del edificio.

«Hay que hacer una línea recta para comunicarte en cualquier dirección. Puedes aprovechar el rebote de la señal en la Luna, la hora del día, las condiciones meteorológicas, la altura, la potencia... En los concursos no gana el que tiene la antena más grande, sino el que sabe manejarse mejor. Se puede poner más aguda la voz, jugar con la propagación... Yo una vez llegué a hablar con Huesca pasando por Japón. Y a veces es más fácil contactar con Mongolia que con Barcelona», recuerda.

Todo un puzle para conseguir establecer, al menos, una conversación de segundos con otro radioaficionado al que puede identificar desde el ordenador que tiene conectado a DX Fun, una web que localiza quién está conectado y por dónde emite, además de ver sus perfiles personales. Si entablan contacto, se pedirán una prueba: una tarjeta postal propia llamada QSL que serviría como prueba en un concurso o para mejorar la reputación de cada uno.

«El correo electrónico también se admite, pero es como si no fuera tan fiable», señala, antes de mostrar algunas de sus casi 3.000 postales. Para quien no puede pagar el sello, existe EQSL, una versión electrónica gratuita. Y si no está en casa, también podrá manejar su estación o su antena desde el móvil.