Blanes, noches en blanco
Los expertos del lugar (camareros, vecinos y policías) insistían en que era «una noche floja», pero aún así el circo nocturno que el pasado sábado se instaló en las inmediaciones de la discoteca Arena de Blanes dejaba boquiabiertos a los no iniciados. Centenares de adolescentes de entre 16 y 20 años, la mayoría con una tasa de licor en la sangre que probablemente haría saltar cualquier alcoholímetro, ocupaban a sus anchas las confluencias de las calles Eivissa, Olivers y Menorca, haciendo imposible el descanso de los vecinos. Gritos, alboroto, conatos de reyertas, vomitonas en las aceras, orines en los portales, todo ello aderezado con algunas dosis de vandalismo en forma de coches pateados y retrovisores y cristales de portería rotos. Este es el pan de cada sábado que desde hace meses se vive en el barrio de Els Pins de esa localidad de la Selva. Un descontrol que ha llevado al ayuntamiento y a los vecinos a dar un golpe sobre la mesa y plantearse medidas drásticas.
Kevin, Marina y Guri son del barrio de Sant Andreu de Barcelona y apuran su 'cubalitros' de whisky y Red Bull antes de decidirse a entrar en la discoteca. «Siempre que podemos nos traemos nosotros la bebida, porque dentro los 'cubalitros' valen siete pavos y son de garrafón», explica el primero, que es el único del trío que supera los 18 años. Han llegado a Blanes en el tren de las 11 de la noche y tras la juerga tomarán el primer convoy del domingo, que sale sobre las seis de la mañana.
Ese recorrido es el mismo que hacen cientos de jóvenes del área metropolitana de Barcelona cada fin de semana, atraídos por las propuestas musicales y los famosetes que contrata la discoteca Arena, un establecimiento que tiene un aforo superior a las mil personas y que permite la entrada a los adolescentes a partir de los 16 años. Eso sí, los identifica con una pulsera de distinto color que los mayores de edad para no servirles alcohol. «Pero en los grupos siempre hay alguien que tiene 18 años y es el que se encarga de comprar la bebida para el resto», confiesan los chicos de Sant Andreu.
CONTROLES
El alcalde, Josep Marigó (PSC), reconoce que esta escapada nocturna a su localidad, a la que también se suman jóvenes del Maresme, se ha convertido en un auténtico problema para el ayuntamiento y los vecinos. A raíz de los excesos y de los actos vandálicos que se producen periódicamente en el camino que va de la estación al barrio de Els Pins, los Mossos y la Policía Local han llevado a cabo controles en la terminal ferroviaria. Menos billetes de tren (muchos viajan sin pagar), han aprehendido de todo. «Droga, navajas, botellón, móviles robados. Pero estos dispositivos no se deberían hacer en Blanes, sino en las estaciones de origen, para que ya no lleguen aquí», solicita el alcalde.
El resultado es que en los días de buena entrada, que dirían los expertos, pueden llegar a concentrarse entre 400 y 700 jóvenes en las calles que rodean las discotecas Arena y Kyaneos. Dani y Marc tienen 17 años, también son de Barcelona y no tienen aspecto de chicos con ganas de buscar problemas. Vienen a pasárselo bien y estas son las claves que les llevan a Blanes: «La discoteca Arena es de las pocas que nos deja entrar un sábado por la noche. Hay mucha gente, muchas chicas de nuestra edad y ponen una música que nos gusta, como el house, el regaetton y el dembow», comentan.
Su afición por este último baile no es compartidos por Vicente, un vecino de Blanes de 18 años aficionado al heavy metal que vive cerca de la disco. Dice que nunca va de marcha a Arena porque le da asco. «Con ese baile, el dembow, las pavas se ponen casi a cuatro patas para que cualquier tipo se acerque a restregarles el tema. Cuando hay mucha gente, lo bailan en la calle. Al día siguiente hay de todo, condones, vasos rotos, vomitonas. Aquí beben hasta los chicos de 12 años», denuncia.
A la una de la madrugada ya hay varios jóvenes sacando la papilla en la calle. Otros aguantan el tipo caminando de lado a lado y casi todos hablan con la lengua de trapo. La Policía Local no para de dar rondas. A pesar de ello, se oye un golpe y un coche aparece con el retrovisor roto en la cercana calle del Josep Trueta. La señora Carmen levanta la persiana y mira resignada el estropicio. «Así cada sábado. He trasladado la cama al comedor y sigo sin poder dormir ¿Cuándo acabará esto?», se pregunta la mujer. Son las cuatro de la madrugada. Sigue la fiesta.
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