UN DEBATE DERIVADO DEL CASO

El hombre de al lado

Los psicólogos subrayan que el del instituto Joan Fuster es un caso aislado y piden huir de los estigmas

MAURICIO BERNAL
BARCELONA

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Calma: estas cosas no son rutina. Ni cada día un piloto decide estrellar su avión contra una montaña ni cada mañana entra un alumno armado y con malas intenciones en un instituto de Barcelona. Que sean noticia de primera plana y que durante unos días formen parte de las conversaciones de casi todos dice eso, que son extraordinarias, que pertenecen a lo imponderable, y que difícilmente se pueden evitar. En otros puntos quizá no, pero en este coinciden todos los expertos en salud mental consultados por este diario. En ese y en otro: que es un ejercicio estéril, producto de la ignorancia y abocado a la nada -a alimentar el prejuicio, probablemente- asociar salud mental y violencia. El estigma. Hay que huir de él como de la peste.

«Desgraciadamente, son estas situaciones las que históricamente han generado en parte ese imaginario que asocia los problemas de salud mental con la violencia», dice Xavier Trabado, vicepresidente de Obertament, la asociación del sector que hace cinco años pusieron en marcha profesionales y afectados para combatir la estigmatización. «Pero contra eso se lucha con dos cosas: información y contacto directo». El contacto directo normaliza, o dicho crudamente: permite entender que una persona con problemas de salud mental es tan capaz de matar a otro como los demás, o lo que es igual: tan capaz de no matarlo. «Hay que pensar que una de cada cuatro personas tiene un problema de salud mental durante su vida, con un porcentaje significativo de patologías graves. Hablamos de mucha gente. En Catalunya, los servicios públicos de atención secundaria en salud mental atienden a lo largo del año a más de 200.000 personas, entre las cuales hay cerca de 60.000 niños».

Problemas de niños

Son el tipo que se toma el café en la mesa de al lado, o el vecino, o el niño que juega en el parque con los demás; y no ocurre nada. «Para lo que no pueden servir estos casos es para alimentar el estigma, el rechazo social a estas personas -dice Elisa Benítez, presidenta de la Asociación de Familiares de Enfermos Mentales de L'Hospitalet (Afemhos)-. Por un caso esporádico no se puede poner todo en el mismo saco, no es normal que se haga». Daniel Cruz Martínez, psicólogo clínico y miembro de la junta directiva de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y el Adolescente (Sepypna), dice que «no hay que estigmatizar ni los problemas mentales ni las webs», ni magnificar por un caso «la violencia en la escuela». «No es un caso para que se desate la alarma -agrega-. Parece que él estaba sacando a la superficie un odio muy fuerte, y este odio él en algún momento lo debe de haber sentido. Habría que ver si es un chaval que desde hacía un tiempo estaba mal, y si fue llevado a tratamiento».

Los testimonios de algunos compañeros de instituto apuntan a que quizá había indicios, señales que emitía el propio chico en una dirección determinada: que era «raro», que «le gustaban las armas». Si las había, dice Alfons Icart, presidente de la Fundació Orienta, especializada en salud mental de niños y adolescentes, «quizá se habría podido reaccionar». «Sabemos que hay momentos evolutivos en la historia de los niños y adolescentes que son de especial importancia, de tránsito, y por lo tanto deberíamos prestar atención a ciertos comportamientos. En ese sentido, quizá en las escuelas se podría hacer algo de prevención». En cualquier caso: según Salut, ninguna familia está obligada a informar al colegio de los problemas de salud mental del hijo.