Un dolor soportable

À. G.
BARCELONA

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En la madrugada del 24 de noviembre del 2014, Sònia Aurell, fisioterapeuta de 32 años en el noveno mes de embarazo, sintió las primeras contracciones del parto. Guillermo, su marido, se apresuró a cubrir con plásticos el sofá, los muebles y el suelo de la sala principal de la casa. Encendió unas velas para conferir ambiente cálido, y ya no tuvo tiempo de inflar y llenar de agua la piscina de partos que les había proporcionado la matrona Imma Marcos, contratada en la empresa Néixer a Casa. Las contracciones se repetían y Guillermo telefoneó a la matrona. "Solo escuchar cómo gritaba yo, ya comprendió que el parto era inminente", relata Sònia, rodeada de una veintena de mujeres, embarazadas o con bebés de pocas semanas, que han acudido a un encuentro de parejas partidarias del parto en casa organizado por Néixer a Casa.

La expulsión uterina de su hija, Júlia, se produjo con Sònia en pie, con los brazos apoyados en la espalda doblada de su marido. Tras el nacimiento, aguardaron a que el cordón umbilical dejara de latir, y entonces lo pinzaron. Permaneció un buen rato abrazada a su hija. La salida de Júlia le provocó un pequeño desgarro vaginal, que Imma suturó de inmediato. "Sentí dolor, pero no insoportable. Fue como si tuviera un aro de fuego en la vagina -Sònia conocía los cambios que experimentaría su cuerpo durante el parto-. Fue un momento. Me quedé superenérgica". Antes de quedar embarazada, ya había decidido que su hijo no nacería en un hospital. "No me gusta el ambiente frío y ser atendida por desconocidos".

Demanda triplicada

La empresa Néixer a Casa, que integran siete matronas, casi todas formadas en las unidades de parto domiciliario de Gran Bretaña -allí es un servicio público-, ha ido creciendo impulsada por la demanda de esta opción en Barcelona. Atienden cada mes entre 10 y 12 partos en casa, el triple que en sus inicios. "En la sanidad pública, la mujer y la matrona están bajo la autoridad del obstetra y es difícil dejar que la embarazada decida cómo será su parto -dice Lucía Alcaraz, matrona y directora de Néixer a Casa-. Cada vez hay más mujeres que no quieren perder el control de su cuerpo en ese momento". La presidenta de la Associació Catalana de Llevadores (ACL), Gemma Falguera, matiza que todo va siendo más acogedor en los hospitales. "Casi todos tienen piscina de dilatación y sillón de partos. Otra cosa es -advierte Falguera- la actitud de los profesionales. No siempre aceptan los cambios".

Cristina Trillo, de 33 años, restauradora de profesión, ha experimentado las tres opciones: su primer hijo nació en una prestigiosa clínica privada de Barcelona, donde, dice, se sintió "tremendamente maltratada. Ninguneada". El segundo llegó al mundo en el Hospital de Sant Joan de Déu. "Me respetaron. Todo se hizo como yo quería. Fue maravilloso -relata Cristina, que prescindió de la anestesia peridural-. No sabía si aguantaría el dolor, pero sí. Tuve a la nena en el sillón de partos. No me separaron de ella ni un minuto. Perfecto".

Cuando hubo de decidir dónde nacería su tercer hijo, Cristina dejó que se impusiera su «convicción». "Quería que naciera en casa, rodeada de mi marido y mis hijos". Allí estuvieron todos, además de una amiga fotógrafa y dos matronas. Duró cuatro horas. "El tercero es el que repetiría -concluye Cristina-. No soy militante de nada. Respeto todas las formas de parto. Cada mujer ha de traer al mundo a sus hijos donde quiera".