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La ficción de ser una profesora universitaria

El decreto de grados del ministro Wert vació el jueves las aulas universitarias. El '3+2' que se ha sacado de la manga -grados de tres años más dos de máster- supondrá, a juicio de los estudiantes, un aumento del coste de la carrera inasumible para muchos. Pero quienes enseñan también tiene cruz. Elena Fraj, profesora asociada en el departamento de Diseño e Imagen de la Facultad de Bellas Artes en la UB, desgrana aquí su precariedad.

un futuro ’en venta’. Protesta estudiantil en Valencia, el jueves, contra la reforma universitaria del ’3+2’ de Wert. Medio centenar de manifestaciones coparon el centro de otras tantas ciudades españolas.

un futuro ’en venta’. Protesta estudiantil en Valencia, el jueves, contra la reforma universitaria del ’3+2’ de Wert. Medio centenar de manifestaciones coparon el centro de otras tantas ciudades españolas. / miguel lorenzo

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por elena fraj

¿Saben esos edificios de ladrillo caravista de los 70 y 80 que se construyeron para los obreros? Pues de ahí vengo yo. A pesar de la dureza de ese tipo de ladrillo y sobre todo de lo feo que es, al abrigo de ellos se dio milagrosamente la vida. Y es que la vida, como suele decir mi amiga Glòria Mèlich, prolifera. Es como las plantas que salen a veces en el asfalto, que luchan para crecer hasta que encuentran una grieta y ahí las tienes, asomando por los bordillos de las aceras o al lado de una alcantarilla, como diciendo ¿qué pasa? Pues así somos los hijos e hijas de la generación del ladrillo caravista, que buscamos las grietas entre los muros y brotamos con más fuerza que si nos lo hubieran puesto fácil. Emergimos gracias a la energía que guardaron nuestros abuelos y abuelas al estar callados durante los años del franquismo y también gracias a la energía producida por el trabajo de hormigas que hicieron nuestros padres y madres. Toda esa energía se almacenó en los hogares como si fueran grandes acumuladores. Nosotros la pillamos y así pudimos tirar para adelante. Por eso podemos decir que los hijos e hijas del ladrillo caravista venimos de atrás.

Una de las grietas por las que aparecimos fue la universidad, que había estado reservada durante años a los que podían pagarla. Esta vez los muros no eran de ladrillo sino de piedra vieja. En mi caso pude estudiar con beca completa en los tiempos en los que el Estado del bienestar todavía se creía que lo estaba haciendo muy bien porque nos garantizaba, más o menos, unos derechos (educación, sanidad) mientras dejaba que el neoliberalismo se cargara otros (la vivienda, por ejemplo). Pero al Estado del bienestar al final se le vio el plumero y se descubrió que era una ficción, pues no era más que un muro de contención que no podía parar el tsunami de las políticas neoliberales. Estoy segura de que ese muro de contención también estaba hecho de ladrillo caravista.

Las políticas neoliberales han dejado suelto al capitalismo, un bicho feroz que necesita alimentarse continuamente para su reproducción. Una de las cosas que más le gusta es la precariedad. La precariedad, por tanto, no es una consecuencia del capitalismo, sino que es centro y motor del mismo. Y me explico.

Si es cierto que estudié con beca gracias al Estado del bienestar, ahora soy profesora precaria en la universidad gracias al capitalismo. Llevo ocho años con un contrato denominado de asociada, que es parcial, y parcial no solo por las horas que trabajo sino por cuánto me pagan. Y parciales son los criterios que justifican esta situación. Hago tres cuartas partes de lo que sería una jornada completa de docencia de un profesor titular e imparto el mismo tipo de asignaturas, troncales y trabajos de final de grado. ¿Qué nos diferencia? Que cobro cinco veces menos. Atención, que van los números: 540 euros brutos frente a 2.500 euros que cobran los titulares tirando por lo bajo. Y como yo, miles. Solo en la UB somos 2.000. En términos prácticos, el profesorado precario soporta la mayoría de la docencia pero no se nos reconoce carácter académico. Muchos de nosotros estamos realizando el doctorado, otros ya lo hemos terminado, otros incluso formamos parte de grupos de investigación. Conozco compañeras asociadas que coordinan másteres, ahí es nada.

El profesorado precario no es una consecuencia de los recortes y de la mala gestión sino que es un pilar central que sostiene la universidad desde hace tiempo. Una universidad que pone al servicio de empresas privadas las infraestructuras, los investigadores y las investigadoras que hemos pagado con dinero público. Una universidad que sube las matrículas e impone el 3+2 para que solo pueda acceder el estudiantado de rentas altas, tal y como sucedía antes de los tiempos del ladrillo caravista.

Si el Estado del bienestar es una ficción, la universidad pública es otra. La primera ficción aparece cuando te contratan como asociada. Te dicen que no es la manera de comenzar la carrera académica pero que es de las pocas maneras de empezar la carrera académica. Y como no tienes más opción y tampoco sabes muy bien cómo funciona la cosa pues dices, vale, firmo. Soy, sin ser. Aparento, pero luego no.

Cuando me preguntan a qué me dedico, me ficciono como profesora-de-universidad pero por dentro pienso, mentira, que cobras una mierda. La segunda ficción es la que sostiene que la docencia y la investigación son trabajos privilegiados porque acarrean un aura de intelectualidad, de prestigio económico y social. Hay algo clasista en el fondo de todo esto, no me digáis que no. Esos valores son como una capa invisible que te ponen encima y que yo intento sacármela haciendo un gesto así con la mano al grito de ¡ay, quita! Y la última ficción, que es la que sostiene el sistema cultural que pone en marcha toda esta maquinaria, es la de pensar que el profesor universitario es un sujeto independiente y amante de su vocación a la que se dedica por entero.

Para desarrollar esta carrera este sujeto ha de estar libre de ataduras, debe poder moverse por las mejores universidades del mundo, realizar estancias de investigación y meter horas para publicar artículos en revistas extranjeras. Si no, no puede competir entre los mejores. Si echamos un vistazo comprobamos que hay muchas mujeres en las universidades, pero pocas pueden desarrollar una carrera de éxito y muy pocas tienen altos cargos.

El encuentro internacional de rectores Universia, organizada por el Banco Santander, es un campo de nabos. Tal cual. No les quiero aburrir con estadísticas, la cosa ya está bien documentada, y no volveré a discutir sobre que sí, que hay hombres muy majos que cuidan de sus criaturas mientras sus parejas brillan en el estrellato laboral. Hay, pero son muchísimos menos. Punto. Además, las mujeres ya sabemos que la igualdad no pasa solo porque nos hayan dejado acceder al mercado de trabajo.

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Movilidad, competitividad  y autonomía son los valores que componen esta ficción. Y la denomino ficción porque en realidad ocurren otras cosas que no se suelen destacar. Por ejemplo, que el conocimiento no se desarrolla de forma individual sino en equipo. Si no te conectas con otros, si no hay cooperación, no se puede producir conocimiento. ¿Acaso no tenemos g-r-u-p-o-s de investigación? ¿O es que los investigadores lo hacen todo ellos solitos? La universidad genera riqueza, y no hablo solo de la económica, gracias a la interdependencia entre personas y equipos y no al trabajo individual. Pero también somos interdependientes fuera del lugar de trabajo. Necesitamos de redes afectivas, familiares y amigos que nos ayuden a sacar adelante nuestra labor cotidiana. ¿O acaso para que un investigador realice una estancia en el extranjero no tiene que dejar a su familia y redes afectivas al cuidado de otros? Alguien se queda en el hogar para que, cuando vuelva, todo esté como cuando lo había dejado. Decíamos que la docencia se sostiene gracias al profesorado precario asociado, pero también gracias a las redes que nos sostienen en la dificultosa vida cotidiana donde tenemos que combinar dos trabajos o más. Los tuppers no se rellenan solos.

La universidad pretende fingir que existe una cosa que se llama carrera académica y que si te esfuerzas, entras en el grupo de los intelectuales y científicos guays, excelentes, los mejores de. Sería más interesante construir un relato donde se visibilizase que el conocimiento se produce por la cooperación y no por la competitividad, que no hay estrellas ni mediocres, que construir y financiar con dinero público para regalar la riqueza a la privada es perder con todo el equipo. Que ganar es devolverle a la sociedad, gracias a la cual existe la universidad pública, el conocimiento producido y devolverle también la accesibilidad a la formación para todos los estudiantes. Ahora, a los trabajadores precarios nos obligan a colaborar hacia arriba, pero ¿y si cooperamos hacia abajo y hacia los lados, qué tal? Seguramente así la universidad no sería de piedra vieja ni tampoco de ladrillo caravista. Si los muros fuesen de materiales vivos, la vida afloraría sin problema. En esa universidad no habría posibilidad alguna de que salieran grietas, pues las grietas ya se sabe, salen solo en los materiales duros.