Maltrato invisible

Una anciana y su cuidadora andan por una calle de Barcelona, el viernes.

Una anciana y su cuidadora andan por una calle de Barcelona, el viernes.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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El abuso en el seno familiar es una tragedia desde todos los puntos de vista. Pero cuando es una persona mayor la que lo sufre, se añade al drama un hermético tabú: ¿quién se atreve a admitir que su propio hijo le maltrata? Incluso cuando el mal viene de fuera, en forma de cuidador que con el tiempo se convierte en uno más del clan, son pocos los ancianos que denuncian una posible extorsión o agresión porque si ya les cuesta lo suyo salir a por el pan, no quieren ni pensar lo que les supondría iniciar una batalla legal cuyo desenlace quizás ya les coja demasiado tarde. El año pasado, las denuncias y las víctimas por delitos contra la tercera edad crecieron en Catalunya un 25%, pero sigue siendo un maltrato invisible, que no trasciende. Por falta de medios, pero también por el cambio de roles sociales, y por el miedo a la soledad que convierte una convivencia imposible en un mal menor.

Los expertos señalan una doble dirección para ayudar a que estos casos salgan a la luz. Por un lado está la red social, de cómo el entorno puede y debe ayudar a detectar situaciones fuera de lo común y ponerlas en manos de los trabajadores sociales o la policía. El programa Radares del Ayuntamiento de Barcelona es un ejemplo. Y por el otro, agilizar y facilitar la vía judicial, pantanosa y eterna, que invita poco a aventurarse a un mar de pleitos en una etapa de la vida en la que uno no está para sobresaltos ni para esperar durante años la sentencia. El año pasado fueron mil las víctimas atendidas y las demandas presentadas por malos tratos a ancianos en Catalunya, según datos de la Conselleria d'Interior, un 25% más que en los años anteriores. El incremento es una buena noticia, aunque resulte irónico, porque no implica que ahora haya más casos, sino que se denuncian más que antes. La invisibilidad es, coinciden los que conocen la materia, el principal problema de esta lacra que no es nueva pero que la crisis ha agudizado porque los mayores se han convertido en fuente de financiación, en crédito barato al que hijos, nietos y familiares en general recurren como último salvavidas. Dice Enric Peidró, miembro de la federación de personas mayores Fatec, que una tercera parte de los ancianos «sustentan a sus hijos», y que en la mayoría de casos, se hace desde la bondad por ambas partes. El problema surge cuando alguien fuerza la máquina, cuando llega la extorsión.

CONSENTIMIENTO

Mercè Tabueña, presidenta de la asociación para la Investigación del Maltrato a las Personas Mayores (Eima), recuerda que esto es algo que le puede pasar a cualquiera, que el abuso de los ancianos no sabe de condiciones sociales o sexo por mucho que se insista en el perfil de mujer mayor de 75 años con algún tipo de demencia. Existe, advierte, cierta comprensión por parte de las personas que sufren estas situaciones. Piensan, al fin y al cabo, que más vale «cierto sufrimiento que el riesgo de quedarse solos» «Buscan conservar los afectos a cualquier precio, por eso muchos, y así lo demuestran los estudios, acaban consintiendo que se abuse de ellos».

Introduce Tabueña el concepto de edatismo, acuñado en Estados Unidos en los años 70, pero que en España no se ha empezado a usar hasta hace un par o tres de años. Hace referencia a la discriminación por edad que se produce cuando la sociedad da por sentadas ciertas cosas, ciertas limitaciones, ciertos clichés, por el simple hecho de haber alcanzado una etapa determinada de la vida. Comparar siempre está feo, pero esta profesional, y comparten su opinión el resto de expertos consultados, no entienden que la violencia de género o el matrato infantil tenga tantos medios, tantos centros especializados mientras que las personas mayores «no tienen muy claro dónde deben acudir para denunciar su precaria situación». Las mujeres que sufren maltrato en el hogar disponen de un teléfono. También los menores. ¿Y los ancianos? ¿El 112? Tabueña sostiene que el de emergencias no sirve, que es necesario un equipo especializado. Que no los haya, señala, «es una muestra más de edatismo».

DE REFERENTE A JUBILADO

El abogado Jordi Muñoz, especializado en los derechos de las personas mayores, pone sobre la mesa una visión sociológica del fenómeno. Recuerda que el anciano «antes era considerado un sabio, un referente familiar, mientras que ahora queda al margen». La presidenta de Eima respalda sus palabras: «Donde antes se veía a un transmisor de conocimiento, ahora, por culpa de la vorágine productiva, vemos a un jubilado que depende del sistema público». Apostilla Mireia Casellas, miembro de la unidad de apoyo a las víctimas de la Conselleria d'Interior, que lamenta que antes gozaran de «mayor dignidad mientras ahora se les asocia a la inactividad». «Hay que potenciar el envejecimiento activo», receta.

A esto hay que sumar, sostiene Muñoz, «la nula cultura del Derecho entre la gente mayor, que ha vivido una dictadura que les acostumbró más a las obligaciones que a la reivindicación». «Tienen un sentimiento de familia muy fuerte», añade. Considera, además, que la ley no es la solución a este maltrato. Sí lo es la «educación cultural, el respeto y los valores». «Y que el vecindario esté atento, porque esto, por desgracia, es más habitual de lo que parece.