Ojo, peligro de ofensa
Algunos expertos proponen que se añada un aviso a los términos despectivos
La cerrada defensa de los términos contenidos en el diccionario con el argumento de que reflejan el uso real de la lengua se resquebraja al acercar la lupa a otros términos o a otros diccionarios. La versión peyorativa de gitano, por ejemplo, no aparece por ningún lado en el Diccionari de la Llengua Catalana del Institut d'Estudis Catalans (IEC). Y esta acepción se usa exactamente igual a los dos lados del Ebro. En ninguno de los dos diccionarios oficiales aparece la palabra polaco como sinónimo peyorativo de catalán pese a que su uso está muy extendido en España. Y de ello puede dar fe este periodista, nacido en Barcelona y residente en Madrid,
Hay argumentos que sirven de arma de doble filo. El académico Goytisolo recuerda que en Costa Rica gallego significa tonto y así lo refleja el diccionario. «También han llegado protestas desde Galicia pero si allí se usa, no se puede hacer nada, hay que ponerlo específicando el país donde se emplea», señala el escritor. ¿Pero alguien cree que si ese sinónimo se usara en España figuraría en el diccionario de un país gobernado durante décadas por gallegos?
El filólogo catalán Albert Branchadell llama a relativizar las dos posturas, a buscar un equilibrio. «El diccionario no puede ser un simple almacén donde reposan las palabras encontradas en la calle. Tiene también un aspecto normativo, debe dar orientaciones sobre lo que es bueno y lo que no es», señala, aunque advierte que eso «no debe significar que la realidad se borre de plumazo».Minoría protegida
¿Cómo podría hacerse? Branchadell propone que se especifique claramente el carácter peyorativo de esos términos o incluso que se desaconseje su uso. «Desde la Academia habría que ir con más cuidado al recoger términos despectivos para un minoría que aún sufre una discriminación social y a la que hay que proteger», advierte. Los gitanos son precisamente la única minoría que España reconoce en los convenios internacionales como discriminada y en ellos se compromete a acabar su erradicación.
El diccionario ya incluye lo que técnicamente se llaman marcas, advertencias con abreviaturas del tipo de término ante el que nos encontramos. Pero sus criterios son erráticos. La acepción de judío como usurero aparece precedida de la abreviación que significa «despectivo», pero en la de gitano como tramposo no. En cambio, el diccionario del IEC emplea otro tipo de cautelas que podrían ser una buena opción. Cuando se habla del judío como usurero, por ejemplo, se advierte «dicho abusivamente».
Un periodista que colabora con la RAE, pero prefiere mantener el anonimato, cree que lo más útil sería cambiar estas marcas con abreviatura que muchas veces ni se entienden por sistemas con los que queden claro el carácter negativo de un término. «Algo con lo que le quede claro al lector que se desaconseja vivamente usarlo», señala. No será fácil en una institución con las inercias de la RAE.
En cualquier caso, los dos expertos creen que el foco para cambiar determinadas percepciones no hay que ponerlo tanto en los diccionarios sino en los medios de comunicación, que son los que acaban imponiendo en las sociedad moderna los usos lingüísticos. También coinciden en que no hay que llevar las cosas más allá. Hay cientos de términos que podrían llegar a ofender. «Brazo de gitano» o «pet (pedo) de monja», por ejemplo, están muy arraigados en la repostería, pero hasta ahora ninguno de los dos colectivos afectados ha pedido su erradicación.
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