JOSÉ PINO. BOMBERO DE AMPOSTA

"Recuerdo el estruendo de las sirenas"

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SILVIA BERBÍS / TORTOSA

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"Oye Pino, tenéis que ir a la zona de Vandellòs que hay unos depósitos de fuel ardiendo cerca de la nuclear". Algún timbre alarmante debía desprender esa voz desde el otro lado del teléfono para que el bombero José Pino, que había descolgado el auricular en el parque de Bombers de Amposta, llamara inmediatamente a sus suegros, en L'Ametlla de Mar, localidad vecina al complejo atómico, nada más colgar y minutos antes de salir pitando. "Estad atentos que ha pasado algo gordo", les transmitió apresuradamente.

Cogió el camión junto con su compañero, Ferran Duato, unas chaquetillas de plástico y un casco sin protección ocular para dirigirse, sin saberlo, hacia el epicentro del siniestro más grave que ha vivido la industria nuclear española. Pino y Duato fueron de los primeros bomberos en llegar y se quedaron atónitos al comprobar que no eran unos depósitos de fuel los que ardían, sino que el edificio de turbinas estaba en llamas.

Su cerebro, 25 años después, rememora los sonidos de esa noche con especial nitidez. El estruendo de las sirenas de los sistemas de alarma que sonaban desbocadas en la oscuridad rota por el fuego, mezclado con el ruido compulsivo que emitían los turbos dañados.

Se va el reactor

"Parecían cañones que no cesaban de bombardear en medio de las sirenas", describe. "Se habían encendido señales luminosas rojas que daban alerta para desalojar el edificio", explica el bombero. Pero jamás se plantearon marchar. Ni siquiera cuando vieron pasar corriendo a uno de los técnicos emitiendo un grito definitivo: "¡Se va el reactor, se va el reactor!", relata Pino.

Los bomberos que intervinieron en el siniestro lo hicieron al tiempo que iban asumiendo que la inundación de la cava del reactor estaba poniendo en jaque la planta atómica y que si las motobombas en marcha para extraer el agua no resultaban suficientes, y, sobre todo, si el último de los cuatro turbosoplantes también dejaba de funcionar como el resto, "el reactor iba a fundirse", dice Pino. Lucharon para evitarlo. Y se logró.

Lo evitaron bomberos sin formación para atacar una situación tan grave, ni equipos para proteger su seguridad. Fue ante esa precariedad por la que se revelaron. "Al amarecer pregunté si había algún aparato para medir la radiación que teníamos, y sí, lo había, así que comprobaron mi nivel y vi que la máquina marcó una cifra", afirma Pino. Con la inocencia que da el desconocimiento, se atrevió a preguntar: "¿Eso es normal?". La respuesta, por obvia, no resultaba demasiado tranquilizadora: «El técnico me respondió que para la zona donde habíamos estado, que era la cava del reactor, pues ese nivel sí era normal, claro».