Psiquiatra. Preside el grupo de trabajo del DSM IV.

Allen Frances: «Las farmacéuticas están yendo a por los niños»

En su libro '¿Somos todos enfermos mentales?', este profesor de Psiquiatría estadounidense alerta sobre la inflación de diagnósticos y el abuso de psicotrópicos para tratar supuestos trastornos mentales. La 'normalidad' está en peligro.

JUAN MANUEL FREIRE

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E l prólogo de ¿Somos todos enfermos mentales? Manifiesto contra los abusos de la psiquiatría (Ariel) se inicia con una cita de Newton: «Puedo calcular el movimiento de las estrellas, pero no la locura de los hombres». El cerebro humano continúa siendo una de las últimas fronteras por conquistar, una máquina de conexiones laberínticas y constantes en la que trazar patrones no resulta tarea fácil. Mientras se desvelan sus enigmas, el quinto Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM V, las siglas en inglés) -clasificación de las enfermedades mentales según la Asociación Estadounidense de Psiquiatría- plantea un uso mayor de los psicofármacos, lo que preocupó lo suficiente a Allen Frances para salir de una época de retiro y escribir un libro-manifiesto que ha causado gran debate.

-El título original de su libro es Salvar la normalidadQuiere preservar el ocasional malestar que resulta del hecho de ser humano.

-Cuando acabamos el DSM IV hace 20 años, me sentí bien. Como fuimos cautos, íbamos a ayudar a prevenir la inflación de diagnósticos. Pero, a pesar de nuestro esfuerzo, crecieron el autismo, el déficit de atención, otros trastornos. Y comprendí que no es solo cómo se escribe el manual, sino también cómo se usa. Las empresas farmacéuticas tienen un poder tremendo y billones de dólares para promover la enfermedad con el fin de vender pastillas. Y fueron convincentes a la hora de hacer creer que los problemas cotidianos no tenían que vivirse, sino que podían tratarse con una pastilla. Si te sentías triste, no era parte de la condición humana, sino un trastorno mental debido a un desequilibrio químico.

-La solución era tomar una pastilla para que lo corrigiera.

-Sí. Si observas la situación de España, puedes ver un alto nivel de paro, gran incertidumbre económica... Esto crea sentimientos de preocupación y tristeza. Eso, en realidad, no es una enfermedad mental. Es una reacción normal a unas circunstancias sociales. Y hemos convertido las enfermedades de la sociedad en problemas del individuo.

-En una entrevista a Louis C. K., el cómico norteamericano, explicaba por qué no iba a comprar smartphones para sus hijas. Esos aparatos distraen en exceso a la gente de la tristeza y del no hacer nada, y según él hay que aprender a estar triste, es parte de la naturaleza humana.

-En el libro Un mundo feliz, de Aldous Huxley, cada persona toma cada día una pastilla que le hace feliz. El escritor no pretendía que fuera una utopía, sino una distopía: un mundo terrible donde todos somos iguales, con la misma sonrisa en el rostro todas las horas del día. Ser humano es tener problemas. Durante miles de años, la gente ha tenido que lidiar con cosas mucho peores de las que nosotros nunca veremos. Los seres humanos somos resistentes, podemos luchar con toda clase de problemas.

-¿Las redes sociales y su exhibicionismo permanente han generado una obsesión poco sana por la felicidad absoluta constante?

-Uno de los problemas de las redes sociales y de los medios en general es generar la impresión de que existe un mundo muy feliz ahí fuera, en el que la gente es exitosa y nunca tiene problemas; y por comparación, tu mundo es oscuro, pequeño e infeliz. Pero generalmente las cosas que dan felicidad son pequeñas. Ganar la lotería, comprarse un yate, no tiene por qué hacer feliz a una persona. Las cosas que nos hacen felices están en nuestro ADN y son la sonrisa de un niño, un chiste, un abrazo. Y los placeres cotidianos son una taza de café, el periódico de la mañana. Pero es posible que al ser bombardeado con imágenes glamurosas, tengamos expectativas exageradas sobre qué necesitamos para ser felices.

-Volviendo al tema de la normalidad, existe un problema que analiza en su libro: la dificultad de establecer qué es lo normal.

-La diferencia entre trastorno mental y normalidad es una construcción  social. No hay prueba psicológica, no hay línea clara. Pero la gente con un problema severo es fácil de identificar. Son el 5% de la población y son gente que no recibe la ayuda necesaria. Deberíamos enfocarnos en ellos en lugar de meterlos en prisiones o dejarlos en la calle. Si los síntomas son severos, si incapacitan, si afectan a grandes aspectos de la vida, esa persona necesita ayuda. Si los síntomas son tibios, recientes y explicables, es otra historia, Cuando pierdes al amor de tu vida, debes sentir pena. Es parte de la condición humana. Lo más normal del mundo. No sentir dolor por la pérdida sería irrespetuoso con la relación.

-Pero parece más fácil recetar una pastilla que tratar de indagar en los problemas del paciente.

-En mi opinión es un problema, sobre todo, de la medicina general. La mayoría de la medicina psiquiátrica no la recetan los psiquiatras sino los doctores de atención primaria. Ven al paciente durante siete minutos y les recetan una pastilla. No saben mucho de psiquiatría, no saben mucho del paciente. No tienen tiempo ni conocimiento para tratar su problema. Hipócrates dijo: «Es más importante saber qué clase de persona padece una enfermedad, que saber qué clase de enfermedad padece una persona». Lleva tiempo conocer al paciente y las presiones sociales que siente, y las reacciones que estas le provocan.

-¿Y qué hay de los niños? ¿No es terrible para su desarrollo normal que este sobrediagnóstico psiquiátrico les alcance? 

-Los niños van a estar sobremedicados. Y los padres han de protegerles contra eso. Las compañías farmacéuticas saturaron el mercado adulto y ahora están yendo a por los niños, porque pueden ser clientes a largo plazo. La inmadurez se está redefiniendo como enfermedad, y está siendo tratada con pastillas. Estamos haciendo un enorme experimento con nuestros niños dándoles pastillas que afectan a su cerebro y no sabemos cómo los dejará en el futuro. Algunos niños necesitan medicamentos, pero el número está creciendo no porque los niños estén más enfermos, no porque sepamos que las medicinas son buenos para ellos, sino solo por la publicidad de las farmacéuticas. Los padres necesitan estar informados, estar prevenidos contra la medicina comercial.

-¿Hasta qué punto influyen las farmacéuticas en la creación de nuevos tipos de diagnosis?

-No creo que tengan poder en ese sentido, pero sí saben vender la enfermedad. Gastan dinero en márketing y en influir a los políticos. De todos modos, quiero dejar claro que nadie que lea esto debería parar bruscamente de tomar su medicina. Si has estado bajo la supervisión de un médico, es posible que necesites la medicina. Si decides dejar de tomarla, debe ser de forma estudiada, supervisada y, que quede claro, gradual, porque muchos medicamentos crean síndrome de abstinencia.

-¿El paciente podría tener parte de culpa? ¿No puede haber quien prefiera tomarse unas  pastillas a enfrentarse a sus problemas?

-Algo tan sencillo como dormir, o hacer ejercicio, ayuda mucho. No hay una industria que promueva el ejercicio como forma de liberar ansiedad y escapar de la depresión y de las tristezas. Si pudiera recomendar algo a los españoles para mejorar su vida, sería hacer ejercicio y dormir, porque sé que ustedes por aquí duermen poco. Estoy asombrado (risas). Cenan a las nueve o las diez, no se van a dormir hasta la una y después se levantan temprano igualmente. ¡Es insostenible para el cuerpo!

-¿Cuáles han sido los mayores avances de la psiquiatría en los últimos años?

-Ha habido grandes descubrimientos en neurociencia básica y genética. Estamos aprendiendo un montón sobre cómo funciona el cerebro, y sobre cómo vamos del ADN a convertirnos en personas. Todo eso es increíble. Pero nada de eso ha ayudado a comprender el cerebro. Es demasiado complejo; es el órgano más difícil de entender. Va a llevar mucho tiempo, seguramente décadas, comprender los motivos del trastorno mental de cada persona.