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Secuestro de Maria Àngels Feliu: 492 días en que Olot fue un volcán

El secuestro es delito de miserables. Sufre la familia y sufre la víctima. Hace 20 años terminó el largo cautiverio de la farmacéutica Maria Àngels Feliu. Pasó 492 días en un zulo. Durante ese tiempo ocurrieron cosas tremendas en España. Hay quien dice que entre 1992 y 1994 el periodismo se emputeció. El autor de este artículo pasó varios meses de aquellos 492 días en Olot

Treinta años de la liberación de la farmacéutica de Olot

Feliu, flanqueada por guardias civiles, su marido, Francesc Pérez, y uno de sus hijos, da explicaciones a la prensa, el 27 de marzo de 1994, en Olot.

Feliu, flanqueada por guardias civiles, su marido, Francesc Pérez, y uno de sus hijos, da explicaciones a la prensa, el 27 de marzo de 1994, en Olot. / CARLOS MONTAÑÉS

CARLES COLS

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Esta información se publicó el día 21 MAR 2014. El contenido hace referencia a esa fecha.

Solo una vez en 35 años de profesión me han invitado a explicarles a un grupo de bachilleres en qué consiste esto del periodismo. Lo hice bastante mal. Pero no me arrepiento del ataque de sinceridad que tuve cuando una chica alzó la mano y me pidió que le recomendara un libro sobre la materia. Le aconsejé que leyera ¡Noticia bomba!, de Evelyn Waugh, y que, ya puestos, buscara en el videoclub Primera plana, de Billy Wilder. Tomó nota sin saber de qué iba todo aquello. De reojo vi que el profesor torcía el gesto, que pensaba que mis consejos eran una boutade, pero en verdad no era más que el mejor atajo que encontré para resumir todo aquello que presencié durante los 492 días que duró el secuestro de la farmacéutica de Olot Maria Àngels Feliu, un caso del que, entre 1992 y 1994, escribí mucho sin saber prácticamente nada. Mis jefes esperaban de mí que fuera el Hildy Johnson que tan bien interpretó Jack Lemmon y que, ya metido en el asunto, hasta resolviera el caso. Pero fui siempre William Boot, el ornitólogo que por error envía el Daily Beast a cubrir una guerra en África en la novela de Waugh.

"Han encontrado a Maria Àngels Feliu"

La madrugada del 27 de marzo de 1994 sonó el teléfono en casa. «Han encontrado a Maria Àngels Feliu». Me despertó uno de los vigilantes nocturnos de la redacción de EL PERIÓDICO, a quien creo recordar que le pasó la información un guardia civil amigo suyo. «¿Qué han encontrado? ¿Los huesos? ¿Cómo saben que es ella?». Lo fácil sería excusarse y decir que poco antes de las cinco de la madrugada y recién puesto en pie se balbucean tonterías, pero lo cierto es que había dos hombres en prisión por la muerte de Maria Àngels Feliu porque un juez afirmó en un auto que la farmacéutica había fallecido. Era, pues, la respuesta natural. Que me llamaran a mí, no tanto, pero todo tiene una razón de ser. Feliu había sido liberada por los secuestradores cerca de una gasolinera de Parets del Vallès y su primera parada antes de la ruta que la llevaría de regreso a casa fue el Hospital de Sant Pau. Entonces yo vivía a tres calles de la entrada del hospital. También residía muy cerquita el entonces director del diario, pero en estos casos el cargo permite seguir durmiendo a pierna suelta, que supongo que es lo que él hacía cuando me asomé al pasaje que en aquella época daba acceso a las urgencias de Sant Pau.

Fue solo un segundo y una enorme casualidad, pero llegue justo en el instante en el que la farmacéutica, tras un examen médico y un reconfortante baño, se montaba en un coche de la secreta, rumbo al cuartel de la calle de Navas de Tolosa. Tal vez otro hubiera detenido el vehículo con el cuerpo hecho una aspa. Hice de ornitólogo. Dejé que el pájaro volara. Volví a casa, me duché, me monté en el coche y puse rumbo a Olot, mi segundo hogar durante los meses en los que esperé que algo sucediera y que nunca pasó.

Un poco de contexto es necesario antes de continuar con los detalles morbosos. La farmacéutica de Olot fue secuestrada el 20 de noviembre de 1992. Siete días antes desaparecieron en Alcàsser (Valencia) tres adolescentes, Miriam, Toñi y Desirée. Obviamente, uno y otro caso no guardan conexión, salvo que dieron pie a que 1993 pueda ser recordado como el año en el que se desbordaron las fosas sépticas del periodismo en una insana exhibición de las peores miasmas de esta profesión. Nieves Herrero montó su plató en Alcàsser el día en que aparecieron los cuerpos de las niñas. Aquel programa deberían exhibirlo en las facultades.

No era Alcàsser

Olot no era por suerte Alcàsser y la prueba es que afortunadamente no se publicaron, al menos en este diario, las enormes tonterías que entonces circulaban de boca en boca porque supuestamente lo había dicho alguien que conocía al cuñado de un concejal que había desayunado con un guardia civil que... Vamos, paparruchas. De Feliu se dijo que era la amante de la hermana de Àngel Colom, también que se había fugado con su profesor de inglés, que había sido secuestrada por una vieja deuda de su padre, que la familia ocultaba información a los agentes... Lo único cierto, y eso solo se supo con certeza tiempo después, es que todos los intentos de pago del rescate fueron inútiles. Parecía que los secuestradores siempre iban un paso por delante de los investigadores. Eso dio pie a suponer que eran unos profesionales del rapto. En realidad eran unos gansos que jugaban con cartas marcadas. Uno de ellos, Antoni Guirado, era policía municipal en Olot, así que cada vez que se montaba un operativo de captura avisaba a su jefe, lo que en jerga de novela negra se supone que es el cerebro de la banda, pero a Ramon Ullastre este apodo le venía muy grande. Este tipo, cuando quiso enviar una grabación desesperada de Feliu a la familia, se fue hasta Madrid para meter el sobre en un buzón, pero lo selló con su propia saliva y dejó así un rastro de ADN que lo acorraló el día del juicio.

La cuestión es que las semanas pasaban en Olot. Lo que se supuso que sería un secuestro breve comenzó a prolongarse. Parece que el tiempo acrecienta el interés. Eso me dijeron en la barra del bar algunos de los grandes periodistas de sucesos de España que por ahí desfilaron y que, me sabe mal por las ganas que le pusieron, no dieron ni una.

En esta profesión, cada cual tiene su biblia. La mía es un artículo memorable que Enric González publicó el 20 de enero de 1991 en El País. Ante la inminencia de la guerra del Golfo, su diario le había enviado a Arabia Saudí, que para mí, entonces, era como OIot pero con menos árboles. Acababa de comenzar el bombardeo sobre Bagdad y recibió una llamada en la que precisamente le preguntaban eso, de lo que él no tenía ni idea. Deme cinco minutos. Así tituló aquella crónica de cómo allí donde se supone que estaba la noticia nadie sabía nada. «Dame cinco minutos», supongo que dije más de una vez, cuando mi jefe me llamaba y me explicaba las novedades del caso Feliu según los teletipos.

Personajes secundarios

La fortuna, visto el silencio con el que la Guardia Civil gestionaba el secuestro, fue la aparición incesante de personajes secundarios. Estaba el juez Santiago Pinsach. Era su primer destino. Iba más desbordado por las circunstancias que yo. Luego apareció aquel delator, Franscisco Evangelista, que acusó a Joan Casals y Xavier Bassa de un delito que no cometieron. Mi preferido, no obstante, siempre fue Ignacio Rubio, un abogado que salió mal parado en el programa de TV-3 Amor a primera vista (ninguna chica lo eligió como pareja) y que, tozudo él, insistió en andar descalzo por el pedregal de las teles cuando, ya como letrado de Casals, llevó su experiencia en el caso Feliu a un reality show. Fue expedientado. Tampoco estuvo mal la irrupción de Eugenio Vélez-Troya, contratado por la familia como el Sam Spade español y que a las primeras de cambio demostró ser más un inspector Clouseau. Esa procesión de excentricidades hizo que poco a poco los focos dejaran de iluminar a la propia Feliu hasta que ese 27 de marzo de 1994, ¡pufff!, reapareció.

«Estoy hecha pedazos por dentro». Eso dijo cuando, poco después de entrar en casa por el párking, decidió bajar a la calle, saludar y tratar de poner fin así al asedio de su casa por periodistas y vecinos. Tendría el corazón hecho añicos, pero había algo poderosamente fuerte en esa frágil mujer. Esa misma semana se atrevió a conceder una entrevista pactada al alimón por todos los periodistas. Años más tarde, durante el juicio, desafió con la mirada a sus captores. Para mí, no obstante, el instante más extraño fue su segundo día en casa. La expectación frente a la finca era aún enorme. Decidió salir del brazo de su pareja para ir al supermercado. Me recordó a Víctor Belenko, aquel oficial soviético que en 1976 huyó de la URSS en un Mig-25. Un día, la CIA lo sacó de su escondite y lo llevó al super. Belenko no había visto nunca unas estanterías tan llenas de productos que comprar. Creyó que era un decorado, que aquello no era real.

A veces pienso en las semanas que pasé en Olot. Pasados 20 años, hay momentos vividos que parecen irreales, novelados tal vez, excepto la fuerza interior que emanaba Maria Àngels Feliu.